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– Susana, cálmate… -Le apartó la cara y la miró a los ojos-. No va a ocurrirle nada malo a nadie.

De repente, sin transición,

cruzó

vio sus labios aproximarse.

cruzó las puertas

– No, Susana… -murmuró dentro de su boca.

Pero comprendió cuánto necesitaba extinguir su propio miedo

cruzó las puertas de cristal

con el temblor de otro cuerpo.

Cruzó las puertas de cristal, flanqueadas por pequeños abetos, atravesó el vestíbulo, avanzó por oscuros pasillos y llegó hasta la puerta con el número trece escrito sobre ella. De repente comprendió algo. Si aquello era una clínica, como así creía, entonces ésa era la habitación del paciente del acertijo de Lidia.

Se apresuró a abrirla y entrar.

Pero quien allí le aguardaba era la misma (hermosa ) criatura (horrible ) con aspecto de niña que ya conocía. Esta vez estaba desnuda, con el símbolo de la hoja de laurel lanzando destellos sobre su pulcro y asexuado torso.

– Bienvenido, señor Rulfo.

Pensó que habría podido escribir cien versos contemplando aquel rostro. Pero, con idéntica certidumbre, supo que los habría arrojado al fuego después de escribirlos si se hubiera percatado, como en aquel momento estaba haciendo, de la espantosa ausencia de sentido que evocaba aquella belleza. Era como despertar un día y descubrir que la persona que duerme a tu lado tiene la piel de madera, o que el semblante mil veces soñado es una máscara de cartón.

– Mañana por la noche iré a esa cita -dijo Rulfo con desprecio-. Os entregaré la imago y nos dejaréis en paz. -La dama continuaba mirándolo sin modificar la sonrisa-. Pero, si nos hacéis daño… Si le hacéis daño a Raquel o a su hijo, a César o a Susana, os destruiré. Puedes comunicarle eso a tu encantadora jefa.

– Somos coeternas, señor Rulfo -susurró la niña. Su voz evocaba el eco de las piedras removidas por las olas-. Existíamos ab initio . Esto es un sueño, pero ni en sueños se le ocurra destruirnos.

– Haré algo más que soñar: encontraré a la número trece, vuestro punto débil. La encontraré, y acabaré con vosotras.

– Es muy fácil encontrarla. Está aquí .

De repente había ocurrido algo. La niña había desaparecido. En el espejo volvía a alzarse la imagen de Lidia Garetti. Su cuerpo aparecía mutilado.

– Aquí -repitió Lidia, y sus ojos gotearon sangre-. El paciente de la habitación número trece. Búscalo.

Y de improviso, Rulfo sintió que había alguien más dentro de la habitación. Lo sintió como hubiese podido sentir el frío al introducir la mano en un congelador. El paciente de la habitación número trece . Se dio la vuelta lentamente, incapaz de recordar cómo se respiraba, qué debía hacerse para pensar. La mera posibilidad de contemplar aquella nueva presencia, fuera lo que fuese, le aterrorizaba más que todo lo vivido hasta entonces.

Pero quien había a su espalda era, otra vez, la niña. Ahora se hallaba de pie en el techo como una lámpara suave. Su cabello semejaba una escultura de oro vertical. Lo observaba desde allí con ojos como dos lunas con halo o un planisferio iluminado desde dentro. Entonces abrió la boca (él pudo atisbar su úvula negra, bodocal).

No falte a la cita, señor Rufo. Le esperamos.

y todo su cuerpo se transformó en otra cosa.

Rulfo no recordó jamás aquella nueva imagen, pero tan solo contemplarla le produjo una fugaz ablación de la cordura. Despertó gritando, creyéndose loco e incapaz de comprobar que no lo estaba.

Se encontraba a solas en el dormitorio. Susana se había ido ya, aunque la cama aún conservaba un rastro de su perfume. Estaba amaneciendo.

Faltaban menos de veinticuatro horas.

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