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¿Es posible que la maldad nunca sea total, que su triunfo, por arrollador que parezca, nunca sea absoluto?

Consideremos el caso del caído. Este hombre se propuso fríamente hacer perder la razón a un semejante; y, para conseguirlo, explotó a una mujer intachable, impulsado, por lo menos en parte, por un deseo imposible de mirón degenerado. Sin embargo, este mismo hombre, sin vacilar apenas, se ha jugado la vida en una temeraria tentativa de salvamento.

¿Qué significa esto?

El fuego ha cerrado el cerco en torno a los dos hombres, y todo está lleno de humo. En cuestión de segundos habrán perdido el conocimiento. Hay preguntas más urgentes que las que hacen referencia a las estupideces.

¿Qué elección hará Farishta?

¿Tiene elección?

Gibreel deja caer la trompeta: se inclina; libera a Saladin de la viga que lo aprisionaba, y lo levanta en brazos. Chamcha, con varias costillas rotas, además de los brazos, gime débilmente, emitiendo el mismo sonido que el creacionista Dumsday antes de que le arreglaran la lengua con la mejor tajada del cuarto trasero. «Yi. Ta.» Ya es tarde. Una lengua de fuego le lame el dobladillo del abrigo. Un humo negro y acre llena todo el espacio, penetrando hasta detrás de sus ojos, dejándole los oídos sordos, taponándole la nariz y los pulmones. Pero ahora Gibreel Farishta empieza a soplar suavemente: es una exhalación continua de extraordinaria duración, y su aliento, dirigido hacia la puerta, corta el fuego y el humo como un cuchillo; y Saladin Chamcha, que jadea y desfallece, con una mula dentro del pecho, cree ver -pero después nunca podrá estar seguro de que lo vio realmente-, cree ver cómo el fuego se retira delante de ellos como el mar rojo en el que se ha convertido, y el humo se retira también, como una cortina o como un velo; hasta que ante ellos se abre un camino despejado hasta la puerta; y entonces Gibreel Farishta empieza a andar rápidamente, portando a Saladin por el camino del perdón hacia el aire cálido de la noche; de manera que, en una noche en la que la ciudad está en guerra, una noche cargada de hostilidad y de rabia, se produce esta pequeña victoria redentora del amor.

* * *

Conclusiones.

Cuando ellos salen, Mishal Sufyan está delante del Shaandaar llorando por sus padres, consolada por Hanif. Ahora el que se desmaya es Gibreel; y, con Saladin todavía en brazos, pierde el conocimiento y cae a los pies de Mishal.

Ahora Mishal y Hanif están en una ambulancia con los dos hombres desmayados. A Chamcha le han puesto una mascarilla de oxígeno. Gibreel, que no tiene nada más que agotamiento, habla dormido: es una cháchara delirante acerca de una trompeta mágica y del fuego que él extraía como si fuese música. Y Mishal, que recuerda a Chamcha de demonio y ahora acepta la posibilidad de muchas cosas, pregunta: «¿Tú crees…?» Pero Hanif es tajante, categórico. «Ni hablar. Es Gibreel Farishta, el actor. ¿Es que no lo has reconocido? El pobre estará soñando con alguna escena de película.” Mishal insiste. «Pero, Hanif…», y él responde, recalcando las sílabas con énfasis, pero cariñosamente, porque, al fin y al cabo, ella acaba de quedar huérfana: «Lo que esta noche ha ocurrido en Brickhall es un fenómeno sociopolítico. No debemos dejarnos arrastrar por un misticismo trasnochado. Estamos hablando de Historia: un hecho de la Historia de Inglaterra. Del proceso de cambio.»

De repente, la voz de Gibreel cambia, y el tema también. Habla de peregrinos, y de un niño muerto, y dice: igual que en Los Diez Mandamientos, y de una mansión que se desmorona, y de un árbol; porque ahora, después del fuego purificador, tiene el último de sus sueños seriados; y Hanif dice: «Escucha eso, Mishu, cariño. Todo es fantasía, nada más.» La rodea con el brazo y le da un beso en la mejilla, sujetándola con fuerza. Quédate a mi lado. El mundo es real. Tenemos que vivir en él; tenemos que vivir aquí, tenemos que vivir.

Y entonces Gibreel Farishta, dormido todavía, grita con todas sus fuerzas:

«¡Mishal! ¡Vuelve! ¡No ocurre nada! Mishal, por Dios; da media vuelta, vuelve, vuelve.»

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