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¡Abracadabra! ¡Hocus Pocus!

Pero ¿por dónde debía empezar? Bueno, veamos, lo malo de los ingleses era su: Su:

En una palabra, pronunció Gibreel solemnemente, su tiempo.

Gibreel Farishta, flotando en su nube, sacó la conclusión de que el embrollo mental de los ingleses tenía causas meteorológicas. Cuando el día no es más cálido que la noche -razonó-, cuando la luz no es más clara que la oscuridad, cuando la tierra no es más seca que el mar, la gente, naturalmente, perderá la facultad de distinguir y empezará a considerarlo todo -desde los partidos políticos hasta las creencias religiosas pasando por la pareja sexual- poco-más-o-menos, viene-a-ser-lo-mismo, de-lunes-a-martes. ¡Qué disparate! Porque la verdad es extrema, es así y no asá, es él y no ella; cuestión de convicciones, no un deporte espectáculo. Es, en suma, acaloramiento. «Ciudad -gritó, y su voz retumbó como el trueno sobre la metrópoli-, he venido a tropicalizarte.»

Gibreel enumeró las ventajas de la propuesta metamorfosis de Londres en ciudad tropical: mayor definición moral, instauración de la siesta nacional, desarrollo de vividos y expansivos esquemas de conducta entre la plebe, música popular de mayor calidad, nuevas especies de pájaros en los árboles (araraunas, pavos reales, cacatúas), nuevos árboles bajo los pájaros (cocoteros, tamarindos, banianos de largas barbas colgantes). Mejora de la vida callejera, flores de colores chillones (magenta, bermellón, verde neón), monos-araña en los robles. Nuevo y amplio mercado de aparatos de acondicionamiento de aire doméstico, ventiladores de techo y espirales y aerosoles antimosquitos. Una industria de la fibra de coco y de la copra. Mayor atractivo de Londres para sede de conferencias, etc.; mejores jugadores de cricket; mejor control del balón por los futbolistas profesionales al haber sido desterrado por el calor el tradicional e insulso juego «batallador» de los ingleses. Fervor religioso, fermento político, renovado interés por la intelectualidad. Fin de la reserva británica; las bolsas de agua caliente desterradas para siempre, sustituidas en las fétidas noches por lentos y perfumados actos del amor. Aparición de nuevos valores sociales: los amigos empezarán a visitarse sin cita previa, clausura de las residencias de ancianos. Fomento de la familia numerosa. Comida más picante; el empleo de agua, además de papel, en los aseos; la dicha de correr completamente vestido bajo las primeras lluvias del monzón.

Inconvenientes: cólera, tifus, salmonela, cucarachas, polvo, ruido, una cultura de excesos.

Gibreel, de pie en el horizonte, abrió los brazos abarcando el cielo y gritó: «Sea.»

Ocurrieron rápidamente tres cosas.

La primera, que cuando de su cuerpo salieron las fuerzas elementales, inconcebiblemente colosales, del proceso de transformación (porque ¿acaso no era él su encarnación?), temporalmente se sintió vencido por una pesadez cálida, un vahído, un ardor soporífero (nada desagradable) que le hizo cerrar los ojos apenas un instante.

La segunda, que en el momento en que cerró los ojos, aparecieron en la pantalla de su pensamiento, con toda la nitidez posible, las facciones caprinas y astadas de Mr. Saladin Chamcha acompañadas, como si fuera un subtítulo, del nombre del adversario.

Y la tercera cosa fue que Gibreel Farishta abrió los ojos y se encontró, una vez más, caído delante de la puerta de Alleluia Cone, pidiendo perdón y sollozando. Ay, Dios, ha vuelto a ocurrir, ha vuelto a ocurrir realmente.

* * *

Ella lo acostó; él se sintió escapar al sueño, zambulléndose de cabeza, huyendo del Mismo Londres, camino de Jahilia, porque el verdadero terror había cruzado el muro divisorio y lo perseguía en su vigilia.

«La querencia: el loco que busca al loco -dijo Alicja cuando su hija la llamó por teléfono para darle la noticia-. Tú debes de lanzar alguna señal, una especie de vibración. -Como de costumbre, ocultaba la preocupación con sus bromas. Finalmente, lo dijo-: Esta vez sé sensata, Alleluia, ¿de acuerdo? Esta vez, al sanatorio.»

«Veremos, mamá. Por el momento, duerme.» «¿Es que no va a despertar? -protestó Alicja, y se contuvo-. De acuerdo, ya lo sé, es tu vida. Oye, ¿y qué te parece este tiempo? Dicen que puede durar meses: "situación estacionaria", lo he oído por la tele, lluvia en Moscú y, aquí, una ola de calor tropical. Cuando llamé a Boniek a Stanford le dije: ahora en Londres también podemos presumir de tiempo.»

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