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«¡Ah, perra!» Estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas, mientras Mishal y su madre, en cuclillas, repasaban sus pertenencias, tratando de decidir lo mínimo que necesitarían para ir en la peregrinación.

«Tú no vas -se rebeló Mirza Saeed-, yo te lo prohibo.

Sólo el diablo sabe el germen con el que esta mala pécora ha infectado al pueblo, pero tú eres mi esposa y yo no te consiento que te lances a esta antura suicida.»

«Bonitas palabras -rió Mishal amargamente-. Saeed, las has elegido bien. Sabes que no voy a vivir y hablas de suicidio. Saeed, aquí está ocurriendo algo y tú, con tu ateísmo europeo importado, no sabes lo que es. O quizá lo sabrías si miraras debajo de tus trajes ingleses y trataras de hallar tu corazón.»

«Es increíble -exclamó Saeed-. Mishal, Mishu, ¿eres tú quien habla? ¿Te has convertido de repente en este tipo de devota a la antigua?»

Mrs. Qureishi dijo: «Vete, hijo. Aquí no hay sitio para los descreídos. El ángel ha dicho a Ayesha que cuando Mishal haya hecho su peregrinación a La Meca, el cáncer desaparecerá. Todo se pide y todo será dado.»

Mirza Saeed Akhtar apoyó las palmas de las manos en una de las paredes del dormitorio de su esposa y oprimió la frente contra el yeso. Después de una larga pausa, dijo: «Si de lo que se trata es de hacer umra, vayamos a la ciudad y subamos a un avión, por Dios. Podemos estar en La Meca dentro de un par de días.»

Mishal respondió: «Se nos ha ordenado caminar.» Saeed perdió los estribos. «¡Mishal! ¡Mishal! -gritó-. ¿Ordenado? ¿Arcángeles, Mishu? ¿Gibreel? ¿Dios con barba larga y ángeles con alas? ¿Cielo e infierno, Mishal? ¿El diablo con una cola en punta y pezuña hendida? ¿Hasta dónde piensas llegar con esto? ¿Tienen alma las mujeres, qué me dices? O al contrario: ¿tienen sexo las almas? ¿Dios es negro o es blanco? Cuando se retiren las aguas del océano, ¿adónde irán? ¿Se levantarán a cada lado formando una pared? ¿Mishal? Contesta. ¿Hay milagros? ¿Crees en el Paraíso? ¿Se me perdonarán mis pecados? -Empezó a llorar y cayó de rodillas, con la frente apoyada todavía en la pared. Su esposa moribunda se acercó y lo abrazó por la espalda-. Vete entonces de peregrinación -dijo él con voz átona-. Pero, por lo menos, llévate el Mercedes furgoneta. Tiene aire acondicionado y puedes llenar la nevera de Coca-Cola.»

«No -dijo ella dulcemente-. Iremos como todos. Somos peregrinas, Saeed. Esto no es una merienda playera.»

«Yo no sé qué hacer -sollozó Mirza Saeed Akhtar-. Mishu, yo solo no puedo enfrentarme a esta situación.»

Ayesha habló desde la cama. «Mirza sahib, ven con nosotros -dijo-. Tus ideas están muertas. Ven y salva tu alma.»

Saeed se levantó, con los ojos enrojecidos. «¡Tú y tu manía de los viajes! -dijo a Mrs. Qureishi con rabia-. ¡La que has organizado! Tu viaje acabará con todos nosotros, siete generaciones, sin que quede ni uno.»

Mishal apoyó la mejilla en su espalda. «Ven con nosotros, Saeed. Sólo ven.»

Él se volvió hacia Ayesha. «No hay dios», dijo firmemente.

«No hay otro Dios más que Dios, y Muhammad es Su Profeta», respondió ella.

«La experiencia mística es una verdad subjetiva, no objetiva -prosiguió él-. Las aguas no se dividirán.»

«El mar se abrirá a la orden del ángel», respondió Ayesha.

«Tú llevas a esta gente al desastre seguro.»

«Los llevo al seno de Dios.»

«Yo no creo en ti -insistió Mirza Saeed-. Pero iré igualmente, y trataré de poner fin a esa locura con cada paso que dé.»

«Dios se sirve de muchos medios -dijo Ayesha con alegría-, muchos caminos por los que quienes dudan pueden ser conducidos a la seguridad divina.»

«Vete al infierno», gritó Mirza Saeed Akhtar, y salió violentamente de la habitación espantando mariposas.

* * *

«¿Qué locura es peor -susurró Osman, el payaso, al oído de su toro mientras lo engalanaba en su pequeño corral-: la de la loca o la del infeliz que ama a la loca?» El toro no contestó. «Quizá deberíamos haber seguido siendo intocables -prosiguió Osman-. Un océano obligatorio suena peor que un pozo prohibido.» Y el toro movió la cabeza dos veces para decir que sí, boom, boom.

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