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El segundo hecho ocurrió al día siguiente, cuando los gatos escuchaban una historia de Barlovento.

…y como les maullaba, las olas eran tan altas que no podíamos ver la costa y, ¡por la grasa del cachalote! para colmo de males, teníamos la brújula descompuesta. Cinco días y sus noches llevábamos en medio del temporal, sin saber si navegábamos hacia el litoral o si nos internábamos mar adentro. Entonces, cuando nos sentíamos perdidos, el timonel vio la bandada de gaviotas. ¡Qué alegría, compañeros! Pusimos proa siguiendo el vuelo de las gaviotas y conseguimos llegar a tierra firme. ¡Por los colmillos de la barracuda! Esas gaviotas nos salvaron la vida. Si no las hubiéramos visto, yo no estaría aquí maullándoles el cuento.

Afortunada, que siempre seguía con mucha atención las historias del gato de mar, lo escuchaba con los ojos muy abiertos.

– ¿Las gaviotas vuelan en días de tormenta? -preguntó.

– ¡Por las descargas de la anguila! Las gaviotas son las aves más fuertes del universo -aseguró Barlovento-. No hay pájaro que sepa volar mejor que una gaviota.

Los maullidos del gato de mar calaban muy profundamente en el corazón de Afortunada. Golpeaba el suelo con las patas y su pico se movía nervioso.

– ¿Quieres volar, señorita? -inquirió Zorbas.

Afortunada los miró uno a uno antes de responder.

– ¡Sí! ¡Por favor, enséñenme a volar! Los gatos maullaron su alegría y enseguida se pusieron patas a la obra. Habían esperado largamente aquel momento. Con toda la paciencia que caracteriza a los gatos habían esperado a que la joven gaviota les comunicara sus deseos de volar, porque una ancestral sabiduría les hacía comprender que volar es una decisión muy personal. Y el más feliz de todos era Sabelotodo, que ya había encontrado los fundamentos del vuelo en el tomo doce, letra "L" de la enciclopedia, y por eso se encargaría de dirigir las operaciones.

– ¡Lista para el despegue! -indicó Sabelotodo.

– ¡Lista para el despegue! -anunció Afortunada.

– Empiece el carreteo por la pista empujando para atrás el suelo con los puntos de apoyo a y b -ordenó Sabelotodo.

Afortunada empezó a avanzar, pero lentamente, como si patinara sobre ruedas mal engrasadas.

– ¡Más velocidad! -exigió Sabelotodo. La joven gaviota avanzó un poco más rápido.

– ¡Ahora extienda los puntos c y d! -instruyó Sabelotodo.

Afortunada extendió las alas mientras avanzaba.

– ¡Ahora levante el punto e! -ordenó Sabelotodo.

Afortunada elevó las plumas de la rabadilla.

– ¡Y ahora, mueva de arriba abajo los puntos c y d para empujar el aire hacia abajo y simultáneamente encoja los puntos a y b! -instruyó Sabelotodo.

Afortunada batió las alas, encogió las patas, se elevó un par de palmos, pero de inmediato cayó como un fardo.

De un salto los gatos bajaron de la estantería y corrieron hacia ella. La encontraron con los ojos llenos de lágrimas.

– ¡Soy una inútil! ¡Soy una inútil! -repetía desconsolada.

– Nunca se vuela al primer intento, pero lo conseguirás. Te lo prometo -maulló Zorbas lamiéndole la cabeza.

Sabelotodo trataba de encontrar el fallo revisando una y otra vez la máquina de volar de Leonardo.

8 Los gatos deciden romper el tabú

Diecisiete veces intentó Afortunada levantar el vuelo, y diecisiete veces terminó en el suelo luego de haber conseguido elevarse unos pocos centímetros.

Sabelotodo, más flaco que de costumbre, se había arrancado los pelos del bigote después de los doce primeros fracasos, y con maullidos temblorosos intentaba disculparse:

– No lo entiendo. He revisado la teoría del vuelo concienzudamente, he comparado las instrucciones de Leonardo con todo lo que sale en la parte dedicada a la aerodinámica, tomo uno, letra "A" de la enciclopedia, y sin embargo no lo conseguimos. ¡Es terrible! ¡Terrible!

Los gatos aceptaban sus explicaciones, y toda su atención se centraba en Afortunada, que tras cada intento fallido se tornaba más triste y melancólica.

Después del último fracaso, Colonello decidió suspender los experimentos, pues su experiencia le decía que la gaviota empezaba a perder la confianza en sí misma, y eso era muy peligroso si de verdad quería volar.

– Tal vez no pueda hacerlo -opinó Secretario-. A lo mejor ha vivido demasiado tiempo con nosotros y ha perdido la capacidad de volar.

– Siguiendo las instrucciones técnicas y respetando las leyes de la aerodinámica es posible volar. No olviden que todo está en la enciclopedia -apuntó Sabelotodo.

– ¡Por la cola de la raya! -exclamó Barlovento-. ¡Es una gaviota y las gaviotas vuelan!

– Tiene que volar. Se lo prometí a la madre y a ella. Tiene que volar -repitió Zorbas.

– Y cumplir esa promesa nos incumbe a todos -recordó Colonello.

– Reconozcamos que somos incapaces de enseñarle a volar y que tenemos que buscar ayuda allende el mundo de los gatos -sugirió Zorbas.

– Maúlla claro, caro amico . ¿Adónde quieres llegar? -preguntó serio Colonello.

– Pido autorización para romper el tabú por primera y última vez en mi vida -solicitó Zorbas mirando a los ojos a sus compañeros.

– ¡Romper el tabú! -maullaron los gatos sacando las garras y erizando los lomos.

"Maullar el idioma de los humanos es tabú." Así rezaba la ley de los gatos, y no porque ellos no tuvieran interés en comunicarse con los humanos. El gran riesgo estaba en la respuesta que darían los humanos. ¿Qué harían con un gato hablador? Con toda seguridad lo encerrarían en una jaula para someterlo a toda clase de pruebas estúpidas, porque los humanos son generalmente incapaces de aceptar que un ser diferente a ellos los entienda y trate de darse a entender. Los gatos conocían, por ejemplo, la triste suerte de los delfines, que se habían comportado de manera inteligente con los humanos y éstos los habían condenado a hacer de payasos en espectáculos acuáticos. Y sabían también de las humillaciones a que los humanos someten a cualquier animal que se muestre inteligente y receptivo con ellos. Por ejemplo, los leones, los grandes felinos obligados a vivir entre rejas y a que un cretino les meta la cabeza en las fauces; o los papagayos, encerrados en jaulas repitiendo necedades. De tal manera que maullar en el lenguaje de los humanos era un riesgo muy grande para los gatos.

– Quédate junto a Afortunada. Nosotros nos retiramos a debatir tu petición -ordenó Colonello.

Largas horas duró la reunión a puerta cerrada de los gatos. Largas horas durante las cuales Zorbas permaneció echado junto a la gaviota, que no ocultaba la tristeza que le producía el no saber volar.

Era ya de noche cuando acabaron. Zorbas se acercó a ellos para conocer la decisión.

– Los gatos del puerto te autorizamos a romper el tabú por una sola vez. Maullarás con un solo humano, pero antes decidiremos entre todos con cuál de ellos -declaró solemne Colonello.

9 La elección del humano

No fue fácil decidir con qué humano maullaría Zorbas. Los gatos hicieron una lista de todos los que conocían, y fueron descartándolos uno tras otro.

– René, el chef de cocina, es sin duda un humano justo y bondadoso. Siempre nos reserva una porción de sus especialidades, las que Secretario y yo devoramos con placer. Pero el buen René sólo entiende de especias y peroles, y no nos sería de gran ayuda en este caso -afirmó Colonello.

– Harry también es buena persona. Comprensivo y amable con todo el mundo, incluso con Matías, al que disculpa tropelías terribles, ¡terribles!, como bañarse en pachulí, ese perfume que huele terrible, ¡terrible! Además Harry sabe mucho de mar y navegación, pero de vuelo creo que no tiene la menor idea -comentó Sabelotodo.

– Carlo, el jefe de mozos del restaurante, asegura que le pertenezco y yo dejo que lo crea porque es un buen tipo. Lamentablemente, él entiende de fútbol, baloncesto, voleibol, carreras de caballos, boxeo y muchos deportes más, pero jamás le he oído hablar de vuelo -informó Secretario.

– ¡Por los rizos de la anémona! Mi capitán es un humano dulcísimo, tanto que en su última pelea en un bar de Amberes se enfrentó a doce tipos que lo ofendieron y sólo dejó fuera de combate a la mitad. Además, siente vértigo hasta cuando se sube a una silla. ¡Por los tentáculos del pulpo! No creo que nos sirva -decidió Barlovento.

– El niño de mi casa me entendería. Pero está de vacaciones, ¿y qué puede saber un niño de volar? -maulló Zorbas.

– ¡Porca miseria! se nos acabó la lista -rezongó Colonello.

– No. Hay un humano que no está en la lista -indicó Zorbas-. El que vive donde Bubulina.

Bubulina era una bonita gata blanquinegra que pasaba largas horas entre las macetas de flores de una terraza. Todos los gatos del puerto pasaban lentamente frente a ella, luciendo la elasticidad de sus cuerpos, el brillo de sus pieles prolijamente aseadas, la longitud de sus bigotes, el garbo de sus rabos tiesos, con intención de impresionarla, pero Bubulina se mostraba indiferente y no aceptaba más que el cariño de un humano que se instalaba en la terraza frente a una máquina de escribir.

Era un humano extraño, que a veces reía después de leer lo que acababa de escribir, y otras veces arrugaba los folios sin leerlos. Su terraza estaba siempre envuelta por una música suave y melancólica que adormecía a Bubulina, y provocaba hondos suspiros a los gatos que pasaban por allí.

– ¿El humano de Bubulina? ¿Por qué él? -consultó Colonello.

– No lo sé. Ese humano me inspira confianza -reconoció Zorbas-. Le he oído leer lo que escribe. Son hermosas palabras que alegran o entristecen, pero siempre producen placer y suscitan deseos de seguir escuchando.

– ¡Un poeta! Lo que ese humano hace se llama poesía. Tomo diecisiete, letra "P" de la enciclopedia -aseguró Sabelotodo.

– ¿Y qué té lleva a pensar que ese humano sabe volar? -quiso saber Secretario.

– Tal vez no sepa volar con alas de pájaro, pero al escucharlo siempre he pensado que vuela con sus palabras -respondió Zorbas.

– Los que estén de acuerdo con que Zorbas maúlle con el humano de Bubulina que levanten la pata derecha -ordenó Colonello. Y así fue como le autorizaron a maullar con el poeta.

10 Una gata, un gato y un poeta

Zorbas emprendió el camino por los tejados hasta llegar a la terraza del humano elegido. Al ver a Bubulina recostada entre las macetas suspiró antes de maullar.

– Bubulina, no te alarmes. Estoy aquí arriba.

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