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– ¡No! ¡Tengo miedo! ¡Zorbas! ¡Zorbas! -graznó picoteando las manos del humano.

– ¡Espera! Déjala en la baranda -maulló Zorbas.

– No pensaba tirarla -dijo el humano.

– Vas a volar, Afortunada. Respira. Siente la lluvia. Es agua. En tu vida tendrás muchos motivos para ser feliz, uno de ellos se llama agua, otro se llama viento, otro se llama sol y siempre llega como una recompensa luego de la lluvia. Siente la lluvia. Abre las alas -maulló Zorbas.

La gaviota extendió las alas. Los reflectores la bañaban de luz y la lluvia le salpicaba de perlas las plumas. El humano y el gato la vieron alzar la cabeza con los ojos cerrados.

– La lluvia, el agua. ¡Me gusta! -graznó.

– Vas a volar -maulló Zorbas.

– Te quiero. Eres un gato muy bueno -graznó acercándose al borde de la baranda.

– Vas a volar. Todo el cielo será tuyo -maulló Zorbas.

– Nunca te olvidaré. Ni a los otros gatos -graznó ya con la mitad de las patas fuera de la baranda, porque, como decían los versos de Atxaga, su pequeño corazón era el de los equilibristas.

– ¡Vuela! -maulló Zorbas estirando una pata y tocándola apenas.

Afortunada desapareció de su vista, y el humano y el gato temieron lo peor. Había caído como una piedra. Con la respiración en suspenso asomaron las cabezas por encima de la baranda, y entonces la vieron, batiendo las alas, sobrevolando el parque de estacionamiento, y luego siguieron su vuelo hasta la altura, hasta más allá de la veleta de oro que coronaba la singular belleza de San Miguel.

Afortunada volaba solitaria en la noche hamburguesa. Se alejaba batiendo enérgica las alas hasta elevarse sobre las grúas del puerto, sobre los mástiles de los barcos, y enseguida regresaba planeando, girando una y otra vez en torno al campanario de la iglesia.

– ¡Vuelo! ¡Zorbas! ¡Puedo volar! -graznaba eufórica desde la vastedad del cielo gris.

El humano acarició el lomo del gato.

– Bueno, gato, lo hemos conseguido -dijo suspirando.

– Sí, al borde del vacío comprendió lo más importante -maulló Zorbas.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que comprendió? -preguntó el humano.

– Que sólo vuela el que se atreve a hacerlo -maulló Zorbas.

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