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«Me llamo Licha y trabajo en el Hospital de Jesús», había dicho al bajarse frente al Hotel Reforma; iba a inyectar a un turista yanqui enfermo de tifoidea.

Quizás ahora ella pudo penetrar hasta el fondo de la mirada de Félix perdida en los túneles blancos del vendaje; quizás sólo sintió el pulso acelerado de su paciente. Levantó los ojos de su tarea y miró a Félix suplicándole que no la reconociera, ahora no, enfrente de Ayub no.

Licha le apretó la muñeca cuando terminó y dijo que iba bastante bien.

Ayub se frotó con la palma abierta de una mano los anillos de topacio de la otra, como si se entrenara para boxear.

– Ese golpe bajo me lo debe, palabra que me lo debe -dijo-. Apúrate, Lichita, quiero que le quites las vendas de la cabeza.

Licha dijo que primero debía vendarle bien el brazo hinchado, pero Ayub la hizo a un lado y él mismo comenzó a arrancarle las vendas de la cabeza a Maldonado. Félix trató de cerrar los puños y sintió que se iba a desmayar de dolor.

– No seas bruto -gritó la enfermera-, déjame a mí, hay que zafar los alfileres de seguridad primero.

Félix cerró los ojos. Junto con su dolor, se alejó el aroma de Ayub, clavo fresco y transpiración agria acompañando un jadeo entrecortado.

– Mira en la que te metiste por pendejo -dijo Ayub mientras Licha retiraba cuidadosamente las vendas-, todo estaba tan bien planeado por el jefe, tú no tenías que estar allí ni meterte en nada, en el rebumbio después del tiro nadie se iba a fijar más que en el Presi, todos hubieran creído que el criminal logró escaparse con todo y arma, no se habría encontrado ni al asesino ni a la pistola y a estas horas todos los servicios seguirían buscando al prófugo Maldonado, te teníamos todo listo para que te salvaras y nomás nos dejaras tu nombre, toditito listo, el pasaporte, los pasajes, la lana, para ti y para tu vieja, todo, ¿para qué te metiste?, ¿quién te puso la pistola en la mano?, trata de recordar eso al menos, a ver si nos enterneces, pendejo porque ahora te quedaste sin nada, sin lana, sin pasaporte, sin pasajes, sin esposa, sin nombre, sin nada…

Ayub, con un movimiento brusco y nervioso como sus palabras, colocó un espejo de hospital ovalado, enmarcado en un ribete plomizo que poco a poco perdía su baño de platino, frente al rostro develado de Félix.

Él se llamaba Félix Maldonado. El rostro reflejado en el espejo necesariamente tenía otro nombre porque no era el rostro de su nombre. Sin bigote, con el pelo rizado cortado al rape y exterminado en ciertos lugares, una lisura herida en las sienes, unas entradas ralas en la frente, como si su cabeza fuese un campo de trasplantes e injertos. El rostro estaba dañado en algunas partes que no acababan de cicatrizar, estirado en otras y sostenido como una máscara desechable por grapas detrás de las orejas. Los ojos hinchados tenían un aire oriental. Una costura invisible le paralizaba la boca.

Félix Maldonado miró la máscara que le ofrecía Simón Ayub con un sentimiento de fascinación ciega. No pudo mantener abiertos los párpados demasiado tiempo y oyó a Licha decirle a Ayub, a ver si no le estropeaste los ojos, baboso, lárgate de una vez.

Ayub preguntó:

– ¿Cuándo crees que pueda hablar?

Licha no contestó, Ayub dijo avísanos en cuanto pueda hablar y salió dando un portazo.

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– No te preocupes, ya verás -le dijo Licha mientras le curaba las heridas del rostro-, en cuanto se te baje la hinchazón se verán mejor tus facciones, poquito a poquito te acostumbrarás, acabarás por reconocerte…

Luego le cambió los algodones de los ojos y le dijo que esa misma tarde le quitaría las grapas. Fue un buen trabajo, añadió, no trajeron a uno de esos carniceros, sino a un buen cirujano, no hay que juzgar por los primeros días, después te acostumbras y hasta te dices que así has sido siempre, hay cosas que no cambian, como la mirada por ejemplo.

Se quedó con la mano de Félix entre las suyas, sentada al lado de la cama.

– ¿No te importa que te hable de tú, verdad?

Félix negó con la cabeza y Licha sonrió. La describió. Era lo que se llamaba una chaparrita cuerpo de uva, pequeña pero bien formada, todo en su lugar, torneadita. Intentaba atenuar la oscuridad de la piel con el pelo pintado de rubio ceniza, pero sólo lograba el efecto contrario, se veía bien morenita. No había ido en algún tiempo al salón de belleza y las raíces negras le invadían un buen tramo de la raya que separaba la mitad de la cabellera. Era discreta en el maquillaje, como si en la escuela le hubieran advertido que una enfermera pintarrajeada no inspira confianza.

Sonrió satisfecha de que Félix aceptara el tuteo. Pero en seguida se separó de él, nerviosa, sin saber qué decir después de haber roto el turrón. Fue y vino sin propósito, fingiendo que se ocupaba de pequeños detalles de la curación, en realidad buscando palabras para reanudar la plática.

Finalmente, de espaldas a Félix le dijo que seguramente él se preguntaba qué había pasado en realidad y podía andarse creyendo que ella estaba enterada. Pues no. No sabía más de lo que le había contado a él Simón Ayub. Simón la contactó para este trabajo, pidió licencia en el Hospital de Jesús donde trabajaba habitualmente y siguió al pie de la letra las instrucciones de Ayub.

– Más vale que lo sepas cuanto antes -dijo volteándose a mirar a Félix como si se impusiera una penitencia religiosa-, fui amante de Simón, pero de eso hace mucho tiempo.

Se detuvo esperando una mirada o un comentario de Félix hasta darse cuenta de que ni una ni otro iban a serle devueltos.

– Bueno, como un año -continuó-. Es muy tenorio y con esa cara de gente decente y sus trajes elegantiosos engatuza fácil. Y como es guapito y chaparrito, le saca a una la ternura. Sólo después se entera una de cómo es en realidad. Primero habla muy bonito pero después que agarra confianza se vuelve muy lépero. De todos modos, no me quejo. Fue como quien dice una experiencia y hasta le guardé cariño porque la verdad me dio buenos momentos.

Hizo una mueca contradictoria, entre pedir perdón y decir que le importaba madre, con un chasquido de la lengua contra el paladar. Parecía indicar que confesado lo anterior, pasaba a hablar de cosas serias.

– Cuando me pidió que lo ayudara en este asunto, me pareció fácil. Subirme a un taxi y luego atender a un operado de cirugía facial. Simón nunca me explicó nada y sé lo mismo que tú. Me pareció una manera fácil de ganar bastante lana en poco tiempo. En el Hospital donde trabajo no pagan muy bien que digamos. Pero es seguro y tengo mi póliza y luego va una acumulando horas extras y antigüedad. No está mal, aunque sea un hospital de beneficencia pública y se vea allí mucha pobreza, mucha gente bien amolada que nomás va a morirse allí porque para curarse no tienen tiempo ni lana. Por lo menos para morirse todos tienen tiempo, qué va. Esta clínica es otra cosa. Hay muy pocos cuartos, todos individuales con tele y todo. Hay mucha seguridad. Nadie puede entrar sin un pase especial y hasta hay guardias abajo. Ha de costar un ojo de la cara. Perdón. No debí decir eso. ¿Te sientes bien?

Félix volvió a afirmar con la cabeza, impotente, con las preguntas en la punta de la lengua inmóvil.

– Qué bueno. No te preocupes, yo te curo bien y no me separo de ti ni un momento. La verdad, no me dejan salir. Me contrataron para que me quedara a dormir aquí mientras tú estés malo.

Ahora Licha se ocupó de sus trabajos con alegría, como si el tuteo se hubiera justificado por la confesión que hizo de sus amores con Simón Ayub y luego por la seriedad directa con que le explicó a Félix su situación profesional.

– No sabía que no estabas de acuerdo con todo este relajo, te lo juro -dijo sin darle la cara mientras se ocupaba de poner en orden vendas, algodones y botellas de alcohol sobre una repisa-. Supuse que tú mismo habías pedido la cirugía facial, aunque me pregunté por qué. Con lo mono que eres.

Le ha de haber parecido cobarde decir esto sin darle la cara. Dejó sus quehaceres y lo miró.

– Palabra que me gustaste desde que te vi por primera vez en el taxi. Palabra que me pudo tu manera de ser, tu tipo, toditito.

Félix aprovechó que la enfermera lo miraba para hacer una mímica con las manos. Extendió los brazos y Licha lo entendió como una invitación. Se fue acercando poco a poco con una mezcla de timidez y coquetería, pero Félix movía las manos como quien hojea un periódico. Licha se detuvo desconcertada. Félix insistió en la mímica de lector inquieto, pasando rápidamente las hojas invisibles, escudriñando columnas y señalando, a todo lo ancho, los ilusorios encabezados.

– ¿Qué te pasa? ¿Qué quieres? ¿No oíste lo que dije? -dijo Licha con otra de sus actitudes mezcladas, esta vez de curiosidad y resentimiento-, ¿no me pelas o qué?, oye, ¿me estás haciendo el feo o qué?, ah, ¿quieres que te lea?, ¿quieres leer algo?, no, te haría daño, ¿quieres que te lea algo?, ¿una revista?

Licha rió y los pómulos morenos se le encendieron con un color alto y perdido de campesina india, color de manzana y madrugada fría en la sierra.

Fue hasta la ventana para cerciorarse de que estaba bien cerrada, corrió aún más, inútilmente, las cortinas cerradas y fue a sentarse al lado de Félix Maldonado. Lo tomó de las caderas.

– Has de querer averiguar algo que no viene en los periódicos. No te preocupes de tu cara. Te digo que vas a quedar bien. Yo te voy a cuidar mucho, mucho. ¿No quieres averiguar mejor si todavía eres macho?

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En la tarde, Licha le quitó las grapas y las puntadas a Félix. Alternó su actividad profesional con caricias, ternuras súbitas, acurrucándose contra el pecho de Félix, temerosa de herirle, buscando las partes intocadas de su cuerpo, todo menos la cabeza, preguntándole, ¿a poco no fue bonito?, ¿a poco no estuvo padre?

La enfermera dormitó un rato, recostada contra el pecho de Félix. Luego levantó la cabeza y lo miró con ojos de ternera amarrada, suplicando extrañamente un amor que la liberara, eso vio Félix en la mirada de la chaparrita cuerpo de uva, ámame o voy a ser siempre una esclava.

– Al rato vas a poder hablar -le dijo-. Ya no te repetí la inyección de novocaína. ¿No sientes que mueves mejor la lengua? Mira, antes de que puedas hablar óyeme tantito. Dirás que no soy muy valiente de aprovecharme, pero prefiero que me oigas y no me digas nada ahorita. Luego si me dices que sí qué bueno y si no me dices nada te entiendo.

Volvió a esconder la cara contra el pecho de Félix y le acarició lentamente una tetilla.

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