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– ¿Te gustó? ¿A poco no estuvo bonito?

Félix tocó la cabeza teñida de Licha.

– ¿Sí? -dijo la muchacha-, ¿me oyes? Mira, pensé que ahora que eres otro, como dijo Simón… y no tienes a nadie ni eres nada… pensé que puedes quererme tantito… y vivir conmigo aunque sea un rato, mientras te compones… y si te gusta, puede que…

Levantó la cara y miró a Félix con miedo y deseo.

– Soy rete ofrecida, ¿verdad? Pero palabra que me puedes, nunca he conocido a nadie como tú, quién te manda, ¿por qué me tomaste de esa manera?, ¿quién te enseñó así?

Félix movió la lengua pastosa y seca, retraída lejos de los labios heridos.

– Ah…ah…uda…me…

– ¿Qué quieres? -dijo con ansias Licha, pegando la nariz al cuello de Félix-, lo que tú quieras, amorcito.

Con un gesto de desesperación, Félix la alejó tomándola de los hombros y agitándola, ya sabes, le dijo con la lengua trabada, un periódico. Licha se levantó, sin enojo, casi contenta de que Félix la tratara así, con familiaridad violenta, se arregló con las manos el pelo y le dijo que había órdenes estrictas de que no entrara ni saliera nada del cuarto de Félix, estaba aislado por ser un caso muy particular.

Mira, le dijo Licha sonando el timbre junto a la cama del enfermo, está desconectado, mira, dijo apartando con una violencia similar a la de Félix las cortinas y abriendo las ventanas, este cuarto está en el tercer piso y es el único con barrotes, es el que reservan para casos particulares, loquitos, perdón, enfermos mentales.

Sacó un chicle de la bolsa del uniforme y se quedó pensativa. Ya estuvo, dijo de repente, a las seis pasan las afanadoras a limpiar los cuartos, van dejando en el pasillo las cubetas de basura, seguro que echan allí los periódicos viejos.

Hizo tiempo recostada otra vez contra Félix, repitiendo qué bonito, ¿quién te enseñó?, sin manos ni nada, sin tocar, nomás mirando, palabra que nunca antes un hombre se vino nomás de verme desnuda, nunca, ¿quién te enseñó?, se siente rete bonito, palabra que se siente una rete halagada.

– Eres muy linda y muy tierna -dijo Félix pronunciando claramente las sílabas y Licha se le arrojó llorando al cuello, se enroscó como culebra y le besó la nuca muchas veces.

Regresó como a las seis y media con un ejemplar arrugado rnanchado de huevo de las 'Últimas Noticias del mediodía. Felix miró con desesperación y desaliento los encabezados principales. No había una sola referencia a lo que buscaba. Ni una palabra sobre un atentado al Presidente de la República o sus secuelas, ni un comentario editorial, nada, mucho menos, sobre la suerte del presunto magnicida Félix Maldonado, nada, nada.

Tragó espeso y con un gesto desolado dobló el periódico. Recordó la conversación en Sanborns con Bernstein. Los hechos políticos reales nunca aparecen en la prensa mexicana. Pero esto era demasiado, absolutamente increíble. No se podía controlar la prensa al grado de impedir que se supiera la noticia de un atentado contra el Jefe del Estado en el Salón del Perdón del Palacio Nacional de México, durante una ceremonia oficial y enfrente de varias decenas de testigos, fotógrafos y cámaras de televisión.

La cabeza le dio vueltas. No podía dar crédito a sus ojos ardientes, no estaba ciego, no deliraba, checó varias veces la fecha del periódico, la ceremonia en Palacio fue un 10 de agosto, el periódico estaba fechado el 12 de agosto, no cabía duda, pero no había ni la más mínima referencia a los hechos de hace apenas tres días, sólo había habido dos atentados antes, uno contra Ortiz Rubio y otro contra Ávila Camacho, eso se supo, se publicó, no era posible. Licha lo miró con alarma y se acercó a él.

– No te excites -le dijo-, no te hace bien, no te levantes. ¿Quieres que mejor te lea yo? Déjame leerte la nota roja, es siempre lo más entretenido del periódico.

Félix se recostó exhausto. Licha comenzó a leer con una voz monótona, titubeante, con una tendencia a convertir las palabras desconocidas en esdrújulas, pasándose a la torera la puntuación y resistiéndose como una yegua joven ante los obstáculos de los diptongos. Enumeró fastidiosamente un estupro, un robo en la Colonia San Rafael, un asalto a la sucursal Masaryk del Banco de Comercio, leyó un crimen particularmente brutal, esta mañana a primera hora fue descubierto el cadáver brutalmente degollado de una mujer en una suite de las calles de Génova.

La víctima había pedido la noche anterior que el portero la despertara a las seis de la mañana dado que debía tomar un avión a primera hora. Gracias a ello, el portero, inquieto de que la víctima no contestara a sus repetidos llamados, entró con la llave maestra y encontró sobre la cama el cadáver desnudo, degollado de oreja a oreja. Se excluye la hipótesis del suicidio toda vez que no se encontró arma punzocortante alguna cerca de la occisa, aunque los encargados de la investigación no excluyen que el arma haya sido retirada con posterioridad al suicidio por persona o personas animadas por motivos que se desconocen para hacer creer en un crimen alevoso. La hora de la muerte fue situada por el médico legista entre las doce de la noche y la una de la madrugada de ayer. Otro hecho que arroja duda sobre el caso es que la occisa había empacado perfectamente todas sus prendas y objetos personales, lo cual indica claramente su voluntad de llevar a cabo el viaje anunciado. Sólo se encontraron en la suite ocupada por la presunta suicida los enseres propios del servicio de hotelería, una pasta de dientes a medio usar, una caja nueva de servilletas sanitarias femeninas, la televisión, el tocadiscos y la colección de discos de 45 r.p.m. que según dicho del portero son de la propiedad del edificio. La revisión del contenido de las maletas no arrojó luz alguna sobre las circunstancias de la muerte. Los únicos documentos personales encontrados en la bolsa de viaje fueron un talonario de cheques de viajero, un boleto de avión ida y vuelta Tel Aviv-México-Tel Aviv usado en el trayecto de venida y confirmado para el regreso hoy vía Eastern Air Lines a Nueva York y vía El Al de la urbe de hierro a Roma y Tel Aviv. El pasaporte de la occisa la declara de nacionalidad israelita, nacida en Heidelberg, Alemania, contando con treinta y cinco años de edad y de nombre Sara Klein aunque la Embajada de Israel en ésta, interrogada a temprana hora por nuestro reportero en la persona de un segundo secretario, no quiso hacer comentario alguno y se negó a establecer la identidad de la desaparecida…

Licha leyó embájada, nuévayor, y Félix se dijo Sara no estuvo en mi entierro, ya estaba muerta, todos me están mintiendo, pero suprimió la emoción lo mismo por fuera que por dentro; se dijo que no debía dilapidarla ni en este ni en muchos momentos, sino reunirla para un solo instante, ahora no sabía cuál, ya vendría. Eso merecía Sara Klein, su amor por Sara Klein, un solo acto final que consagrara la emoción de haberla conocido, perdido una primera vez, reencontrado una noche en casa de los Rossetti antes de perderla para siempre.

Tampoco quiso hacer conjeturas sobre las razones o circunstancias de la muerte de la muchacha judía con la que salió a bailar una noche a un cabaret de moda de la época, ¿en dónde? el Versalles del Hotel del Prado. Bailaron para celebrar los veinte años de Félix Maldonado. La orquesta tocaba la Balada de Mackie. La había vuelto a poner de moda Louis Armstrong.

Le pidió a Licha que lo ayudara a salir del hospital. La enfermera le dijo que iba a ser difícil. Lo miró con sospecha, como si temiera que Félix ya la quería botar. Desechó la idea y repitió va a ser difícil, además piensa en mí, Ayub no me lo va a perdonar y Ayub me da miedo.

– ¿No me crees capaz de protegerte contra ese renacuajo? -dijo Félix besando la mejilla de Licha.

Licha dijo que sí acariciando la mano de Félix.

– ¿Cómo se puede salir de aquí, Lichita?

– No hay cómo, palabra. Te digo que es un lugar rete exclusivo. En la puerta hay guardias.

– ¿Dónde está mi ropa?

– Se la llevaron.

– ¿Hay elevadores?

– Sí, hay dos. Uno de tres personas y otro más grande para camillas y sillas de ruedas.

– ¿Son automáticos?

– No. Los manejan unos tipos bien doblados.

– ¿Hay montacargas?

– Sí. Recorre los tres pisos. La cocina está en el primero.

– ¿Hay alguien de noche en la cocina?

– No. A partir de las diez las enfermeras preparan algo si hace falta.

– ¿No hay salida de la cocina a la calle?

– No. Hay que pasar por la entrada principal. Nadie entra o sale sin vigilancia. Se necesitan tarjetas y los guardias llevan una lista de entradas y salidas del personal, los enfermos, las visitas, los mensajeros, todo mundo.

– ¿Dónde está situado el hospital?

– En la calle de Tonalá, entre Durango y Colima.

– ¿Qué clase de enfermos hay aquí?

– Turcos casi todos, está casi reservada a ellos, es de la beneficencia de los árabes.

– No, enfermos de qué…

– Hay muchas parturientas en el segundo piso, el primero está reservado para accidentes, acá arriba los casos graves, corazón, cáncer, de todo…

– ¿No puedes sacarme vendado, diciendo que soy otro?

– Me conocen. Saben que sólo puedo cuidarte a ti, a nadie más.

– ¿Nadie se muere? ¿No puedo salir en lugar de un muerto?

Licha rió mucho.

– Se necesita un certificado. No derrapes. Te verían la cara y te resucitarían veloz con un pellizco bien dado. Cómo serás vacilador.

– Entonces no hay más que una manera.

– Tú mandas.

– Si no puedo salir como el Conde de Montecristo, vamos a hacerles creer que el Conde de Montecristo ya no está aquí.

– Palabra que no ligo, corazón.

– ¿Puedes robarte unos pantalones y unos zapatos de hombre?

– Veré si hay algún paciente dormido y trato. ¿Cuál es la onda, tú?

– Como no puedo salir de aquí solo, Lichita, voy a salir con todo el mundo: pacientes, enfermeras y guardias.

– De plano no te adivino.

– Tú haz lo que te digo. Por favor.

– Ya sabes cómo me gustas. Y además me cae de variedad darle una puñalada trapera al malcriado de Simón, sobre todo ahora que sé lo que te hizo. Anda, dime qué debo hacer, pero no estés triste. Vale lo que te dije, de veras. Si quieres estar conmigo después, suave. Si no, no te sientas privado.

– Lichita, eres a todo dar. No sé si estoy a tu altura, palabra de honor.

– Estás triste, amorcito, eso cualquiera lo ve.

– No te preocupes. Me cuesta dejar a una mujer.

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