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Junto a un enfermero de blanco, asomado al dormitorio, ondea y se aproxima, describiendo círculos, una sotana negra.

– Denme aloja -dice Federico, sin fuerzas, pero con acento enrabiado.

Advierte que Felipe sonríe desde su rincón y le hace una vaga seña. Piensa que debieran ofrecerle vino a Felipe.

De nuevo los álamos y el río. En el patio, cuya luz se ha tornado cenicienta, las ramas de los naranjos tiemblan, agitadas ligeramente por la brisa del anochecer. Maria avanza en la punta de los pies, seguida por la sotana negra. Felipe abandona el rincón y retrocede hacia el umbral. Federico alcanza a mirar a Maria, con una expresión de protesta y de súplica, y a levantar una mano. La imagen de Maria, y la del río y los álamos, comienzan a empañarse, a entrar en un remolino sin formas, cada instante más oscuro.

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