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¿Por qué tenemos la sensación de que las religiones son trampas para el espíritu?

Las religiones se convierten en trampas desde el momento en que son límites. La divinidad no tiene nombre ni nacionalidad, y es para todos. La religión viene a establecer parcelas en la realidad mística y, al final, sientes los límites de cada religión y éstas se convierten en trampas. Por otro lado, los libros sagrados llevan siglos siendo interpretados de forma aberrante por monjes para quienes la mujer es el demonio, y acaban infectando los textos santos con sus interpretaciones desviadas; luego, esto pasa a las escuelas, la política, la sociedad… y acaba creando agobio. La religión, que debería ser la panacea universal, se convierte en el veneno universal: todas las religiones.

Usted estudió la Cábala, que además de tener una interpretación religiosa es un lenguaje.

Sí, un lenguaje que produce muchos locos: en hebreo cada letra tiene un valor numérico, y cada palabra que lees es, y suma, una determinada cifra. Entonces haces combinaciones y dices: «El número 87 es luna (levana, en hebreo) pero también la palabra carroña (nevela) suma 87, luego luna y carroña serían lo mismo». Es un sistema delirante; la Cabala te lleva al delirio. Nosotros somos adultos. No necesitamos creer en cuentos de hadas. No podemos decir que un libro fue escrito por Dios. No podemos decir que la Biblia, el libro sagrado, sea la palabra divina. Podemos decir que es una novela, una obra de arte. Y los lenguajes son obras de arte. Pero todos, no sólo el hebreo o el sánscrito. Puedo jugar con todos los lenguajes de igual manera.

¿Qué relación ha tenido con el sufismo?

En el sufismo, cuando lo conoces, descubres grandes bellezas. Es como la crema del Islam. Es un profundo misticismo, pero están presos del Corán.

Aunque Shams-de-Tabriz o Rumi eran almas muy libres…

Yo me decidí a sanar, al ser consciente de que las enfermedades vienen con los libros. Detrás de cada enfermedad hay un libro, sea el Corán, los evangelios, el Antiguo Testamento, los sutras budistas… Todos los libros, si son interpretados desde el fanatismo, producen enfermedades. Hay que reinterpretar todos estos textos, hay que tomarlos como lo que son: obras de arte. La Biblia, por ejemplo, es una novela maravillosa.

Todas las creencias establecen metáforas para explicar la existencia, pero la explicación de lo que nos ocurre sigue siendo un misterio. Esta incomprensión, a veces, nos lleva a planteamientos delirantes… ¿Cree que Dios es un ludópata?

Es un juego intelectual interesante hablar de Dios y pensar que es un ser que juega, que tiene atributos, que se aburre, y que vence el aburrimiento tirando los dados. Cuando Maimónides escribió su libro Guía de los perplejos necesitó tres tomos para tratar de definir a Dios y llegar a la conclusión de que Dios es aquello de lo que nada se puede decir. Dios es el impensable, el innombrable. Y yo añado que es el inamable, porque: ¿cómo vas a amar lo que no conoces? Me gusta la idea de que juega, pero yo creo que no es él quien juega. Es el ser humano quien juega: es la humanidad la que juega. Johan Huizinga escribió un libro llamado Homo ludens que es un análisis del hombre como ser que juega. El hombre es un ser que juega y construye las ilusiones a su semejanza. El hombre ha imaginado un Dios que juega…

¿En qué tiene fe?

Cuando a Ramakrishna le preguntaron si creía en Dios, él respondió que no. «¿Cómo es posible que un místico tan grande no crea en Dios?», le dijeron. «No creo porque le conozco», respondió. Yo no creo en el concepto «fe», creo en el conocimiento.

¿Conoce?

Hay cosas que conozco, sí. El tonto no sabe pero cree que sabe. El sabio no sabe pero sabe que no sabe. Cuando el tonto sabe no sabe que sabe. Cuando el sabio sabe, sabe que sabe.

¿Qué significa para usted el concepto «santo civil»? ¿Quién lo sería?

Yo soy una persona que me he propuesto hacer el bien, simplemente. No es que lo haya logrado, pero me lo he propuesto. Además de ganarme la vida o tener hijos y mujer, como podemos hacer todos, me he propuesto hacer el bien en la medida en que estoy en la sociedad civil. El santo civil sería quien imita la santidad desde estas posiciones. Nadie es en realidad santo, sino que imita la santidad. El santo sería el ser humano perfecto, pero el ser humano actual aún está en proceso de evolución. Por eso está obligado sólo a imitar la santidad.

¿Cómo podemos imitar la santidad?

Por intuición. El santo escucha lo que debe hacer. Y esto nos viene del interior, de lo que llamamos Dios interior. Hay una percepción en nosotros, algo que nos dice: «¿Qué es lo mejor en esta situación? ¿Cómo ayudar al prójimo?».

Para el santo civil no existe el sacrificio; como todo el mundo, elude el sacrificio masoquista de los santos y realiza una vida normal, integrado en la sociedad. Pero, además, es consciente del mundo, es consciente de que sus actos tienen que ser sanadores para los demás y para él mismo.

La santidad no es algo que pertenezca a las religiones, ni significa represión sexual. La santidad consiste en tener una conciencia cósmica y divina. Cuando yo hablé de santidad civil me tomaron por loco, pero ahora se está practicando. Era necesario hablar de santidad civil, y lo hice. Como también digo que el arte para ser arte debe curar. Y muchos han comenzado a practicarlo. Cuando descubres una idea y la comentas, a veces se extiende por todas partes. Cuando abre una flor es primavera en todo el mundo.

II

¿Hacer política es necesario para el desarrollo de nuestra conciencia?

Los políticos tienen una función social, son nuestros empleados, somos nosotros quienes les pagamos. Hay que darse cuenta de que un presidente sería nuestro encargado; los policías, nuestros dependientes, como los cajeros del banco o los camareros. Los políticos son nuestros servidores, no nuestros amos.

Pero uno puede tener una pasión política…

Yo nunca la tuve, odié siempre la política. Jamás me mezclé con esa gente porque, para mí, la política tendría que ser metafísica, mística y arte. Yo recomiendo que se acabe con la política, que ahora es el cáncer de la sociedad porque ya no significa nada. Actualmente, un presidente no pinta gran cosa, encarna un viejo símbolo, pero detrás de él están las multinacionales, los petroleros, etcétera. Podríamos vivir muy bien sin ellos, sin monigotes y sin cargos representativos. La gente está aprendiendo, porque los ve representados como guiñoles o imitados por humoristas en la televisión, y ya no se deja confundir.

Al mismo tiempo, usted dice que hay que cambiar el mundo…

Hay que cambiarlo, pero no desde la política. Cuando yo estaba en Latinoamérica, escritores muy célebres me decían que me pronunciara, que tomara partido por la izquierda porque de lo contrario, me advertían, nunca tendría éxito literario. También me decían que si no me situaba en la izquierda me considerarían de la derecha. «¡Pronúnciate y tendrás éxito literario! ¡Es lo que hemos hecho los demás! Si no, nos tendrás como enemigos», me aclararon. No me puse de su lado porque considero que el arte no es política, es la política la que debe convertirse en arte, pero no el artista en político.

¿Cuál sería la utopía para la época actual?

Para empezar, querría que todas las funciones humanas las realizara una pareja, comenzando por la escuela. Es monstruoso que los hijos salgan de la pareja y vayan a ser educados por profesores, sólo un hombre o sólo una mujer, que es la negación de la pareja. Las clases deberían darlas parejas de ambos sexos, y los niños ser educados por un hombre y una mujer, de la misma forma que debería haber un Papa y una Papisa, un presidente y una presidenta, no necesariamente marido y mujer. Es lo que haría como primera medida política para la vida social: todas las actividades humanas tendrían que realizarse en parejas complementarias.

Vivimos alienados por un mundo que está a merced de la técnica, el mercado y el dinero. ¿Esto se debe al capitalismo o el problema está dentro de nosotros?

Si lo observas atentamente, lo que define al hombre o a los valores no es la cantidad, sino la calidad. La humanidad siempre ha sido calificada por sus valencias. Otra cosa es la gran masa, que es la que en el fondo dirige el mundo, porque los políticos necesitan de sus votos y tienen que engañarla para legitimarse. Nuestra labor es otra, es crear gente consciente. Todo lo que deseo para mí, lo deseo para los otros. Trabajar la conciencia, para después repartirla. Que la humanidad no se hunda en la catástrofe, porque entonces dominará la cantidad, y la masa tiene un nivel de conciencia escaso. Hay que elevar el nivel de conciencia: la multitud no representa al ser humano. En esta sociedad enferma surgen personas como anticuerpos llamados a expandir la conciencia, pero ése es un trabajo que se debe hacer desde la escuela, desde la calle, desde el arte, desde cada palabra. Por eso hablo del arte para curar, y no de política.

Tampoco sirven de nada los entretenimientos que adormecen; bueno, quizá para soportar la vida, ¿no es cierto? Yo me divierto, me entretengo con las películas americanas como un enanito, que sirven para embotar el cerebro, pero todo ese pseudoarte no cambia la sociedad. Aunque, realmente, la sociedad no debe cambiar, debe mutar… Y, poco a poco, va mutando. Si tomaras a cualquier ser mediocre de hoy y lo trasladaras a la Edad Media, sería un genio. Vamos cambiando, vamos mutando, pero la masa lo hace mucho más lentamente. La sociedad es como el cuerpo de una gallina: las patas de la gallina son duras e insensibles, el ojo es muy vivo, y hay seres que encarnan las células del ojo y otros que encarnan las células de las patas, del ala o de su cloaca.

Aunque no todos los seres humanos tienen la misma función, la conciencia colectiva es totalmente necesaria. Hay, como ya dije, diversos grados de conciencia, y eso es lo más importante: la mutación del grado de conciencia. Si tuviéramos otro nivel de conciencia la humanidad sería maravillosa. El problema es que el hombre de la calle tiene un nivel de conciencia animal, infantil y romántico, que le hace seguir apoyando a quien no le favorece, sea la clase política, el ejército…

Desde la escuela y la televisión se hace una alabanza constante a las guerras y al poder. Nuestra historia es la historia de las batallas y de las imposiciones. La vergüenza de la humanidad. El ejército y la policía son elementos represivos que parecen imprescindibles, pero que bien podrían no existir. Yo propuse en Chile que el ejército cambiara su uniforme por un tutú y aprendiera antes que nada a bailar ballet clásico, y que después estudiara arreglos florales y jardinería para fertilizar nuestro desierto chileno y convertirlo así en un jardín.

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