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Fuera del cuerpo. El cuerpo es como el hueso de un melocotón, sin embargo la conciencia no tiene límites y está en constante expansión.

Usted sugiere que en un esfuerzo de imaginación podemos liberarnos de lo aparente, de la misma forma que oyendo música o jugando con la memoria nos podríamos trasladar a otro lugar. Sin embargo, no basta con que juguemos con un puñado de imágenes… hay que cambiar para mejorar, cambiar al sujeto que imagina, ¿no?

Hay un tipo de imaginación que es casi industrial: son los delirios. No hay que confundir la imaginación con el delirio constante. Puedo imaginarme cualquier cosa todo el tiempo sin profundizar en nada: cuentos y cuentos y cuentos sin ahondar en su sentido… O podemos, como Kafka, sumergirnos hasta cierto nivel y estancarnos. Nunca accedió a la felicidad. Se plantó en la neurosis.

El esfuerzo es siempre necesario, pero ¿por qué se nos exige este esfuerzo permanente que es la existencia?

En la vida hay que estar siempre atento, no en tensión. Noto que cuando dices «esfuerzo» lo sientes como algo desagradable, pero yo no creo que haya que hacer cosas que detestamos sino cosas que nos gustan. Cuando yo hablo de «esfuerzo» hablo de esfuerzo agradable: pintar, danzar, vivir, son esfuerzos totalmente placenteros. Debemos hacer lo que nos agrada en la vida y esforzarnos en ello.

¿La vida es una prueba?

No. La vida es una escuela iniciática. O como decía Castaneda: un desafío. Para el guerrero, esto es lo importante.

¿Sirve de algo teorizar sobre la vida?

Quien hace teoría de la vida es porque no la conoce. Pero el que la conoce, debe comunicar sus experiencias, enseñar lo que ha vivido.

Volvamos una vez más a la vieja y obstinada pregunta de ¿por qué existe lo que existe?

Me llamó desde el hospital una mujer que estaba muy enferma de cáncer, y me preguntó: «¿Cuál es la finalidad de la vida?». Pensé y le respondí lo que ella esperaba: «La vida no tiene sentido». Entonces suspiró y dijo: «Eso es lo que esperaba oír». Al día siguiente, murió. Le contesté aquello para consolarla, porque esa mujer no tenía remedio. Aunque yo creo que la vida sí tiene sentido, un sentido que no tenemos por qué conocer. Es un misterio. Esa idea de que todas las cosas tienen una finalidad es muy mental. Por supuesto que tenemos un fin, pero no lo conocemos. Si no fuera así, yo no estaría aquí. Tenemos una finalidad como humanidad en el universo. Tenemos un destino y, sin embargo, no tenemos por qué conocerlo racionalmente. Y esto hay que aceptarlo de la manera más sana posible. Convertir nuestro planeta en un jardín. Enriquecerlo y enriquecernos.

¿En qué consiste eso de ser uno mismo? ¿Acaso podemos llegar a saber quiénes somos?

El conócete a ti mismo significa, en realidad, que tú eres el universo. Yo no tengo límites porque estoy unido al universo como un organismo: el tiempo es mi vida, lo que sucede es mi vida y es la vida. Si me conozco a mí mismo soy el actor y el espectador. Lo conocido y el conocedor al mismo tiempo. Hasta cierto punto puedo pasar de actor a espectador, pero hay un momento supremo en que el actor y el espectador se funden. Eso ya no es conocimiento. Es conciencia pura, estado.

¿Qué significa realizarse a través de lo transpersonal? ¿No se ha abusado de esta palabra?

No es palabrería, es simplemente un constructo útil. Lo que entendemos por personal se corresponde con la actitud de encerrarte en tu propia psicología y analizar todo a través de ti mismo. Lo transpersonal significa aceptar que existe el otro, tenerlo en cuenta para percibir el mundo y entender las cosas.

En este sentido, lo transpersonal trasciende los límites. Tendríamos, por ese camino, que llegar al pensamiento andrógino. Si tú fueras una persona común pensarías primero como español, luego como hombre y, después, como terráqueo. El ideal es pensar sin nacionalidad, sin definición sexual y sin estar deformado por el sistema solar.

¿Podemos llegar a pensar que un día nos realizaremos?

Eso es una trampa, porque nadie se realiza plenamente. ¿Qué es realizarse? Se va avanzando como se puede. Por ejemplo, hoy he estado escribiendo todo el día Los Technopadres, una serie en forma de cómic que me encanta. Soy feliz porque me gusta la escena que inventé. Estoy eufórico porque estoy creando. Aunque sea una historia para niños o para jóvenes, me fascina. Y cada mañana escribo un poema de cuatro o cinco líneas, no tengo tiempo para más. Son pequeñas cosas que hago y que me gustan:

Cuarto abandonado

casa sin dueño

el vacío acecha

bajo mis palabras.

Como un ciego

que encontrara

un tesoro en la basura

dejo transcurrir el invierno.

No me agradezcas.

Lo que te he dado

me ha sido dado

sólo para ti.

No quiero que me ames,

quiero que ames:

los incendios no tienen dueño.

Al escucharlo, tengo la impresión de que nuestra felicidad consiste en mirar el mundo de una determinada manera.

No es una cuestión de percepción. Consiste en ser uno mismo. Cuando avanzas te percibes en tu totalidad. No se trata de delimitar la realidad. Si decimos: «Yo quisiera conocer», estamos proyectando la ilusión de tener un yo, que además conoce. Y no se trata de eso. Desde la Antigüedad clásica respetamos mucho la expresión «Conócete a ti mismo», pero en realidad es bastante confusa. La gente piensa que es algo parecido a que salgas a encontrarte. En realidad cuando decimos «conócete a ti mismo», ese «ti mismo» es el universo. El universo se conoce a sí mismo. «Conóceme», dice el universo. En la voz de Dios, conócete a ti mismo significa… conóceme. Cuidado: no pienses «Tú eres yo, yo soy tú». En verdad, «Tú no eres yo, pero yo soy tú».

Los grandes maestros sostienen que tenemos que aprender a morir en paz. Pero para eso ¿hace falta todo este viaje?

Sí, claro. La vida es aprender a morir con tranquilidad, «jugar a morir» decían los chinos. Pero morir es entrar en un proceso, como cuando lentamente de la niñez se pasa a la pubertad: el vello, las hormonas… Lo vives como un cambio. Tú avanzas en la vida y empieza a aparecer la vejez, que es otro período. El pelo se va poniendo blanco, los dientes amarillos. Si luchas contra la vejez, envejeces con angustia. Si luchas contra la pubertad, te traumatizas. En un momento dado todos entramos en el proceso de la muerte, que se puede y debe vivir exactamente como los otros cambios precedentes.

La muerte no es más que un estado. ¡Nadie está muerto! ¡Nadie muere! Todos nosotros entraremos en el proceso de la muerte, y lo maravilloso es que lo aceptemos con la tranquilidad con la que entramos en la pubertad o en la madurez.

Visiones

I

¿Qué piensa de los intermediarios del espíritu? De aquellos que se han organizado para enseñarnos los misterios de la vida.

Últimamente he dividido el mundo -a pesar de que estas decisiones son arbitrarias- en seres y monigotes. La palabra «monigote», que se me ha adherido al lenguaje, me sirve para designar todos los constructos mentales. Hay, por supuesto, monigotes útiles y monigotes inútiles. Y la utilidad de los mismos varía según pasa el tiempo o cambian nuestras circunstancias particulares. En cierto momento, un monigote inútil puede ser útil.

El monigote útil es aquel que nos conduce a las mutaciones necesarias. Los monjes, por el hecho de vivir en celibato, no son dignos de fe. Si todo el mundo fuera sacerdote, se acabaría la raza humana. En este sentido, no son buenos. No es posible llevar a Dios consigo ni comunicarlo a otros desde una vida que va contra la naturaleza humana.

Cuando estos monjes se organizan en sectas, surgen otros problemas.

Supongo que tratan de monopolizar lo que llaman verdad…

Las sectas podrían ser útiles, el problema es, efectivamente, que su realidad consiste en apropiarse de Dios. La propiedad privada de Dios. Luego declaran que quien no pertenece a la secta es infiel, digno de destrucción. Son separadoras. No unen. Yo creo que en el futuro los templos serán polivalentes. Existirán catedrales donde se celebren todos los cultos, con libre acceso y compatibilidad absoluta. Posteriormente se eliminarán los nombres de los dioses, que serán entidades anónimas. Si pones un nombre a Dios te estás apropiando de él.

La religión, igual que una Constitución, debe ser revisada, porque en la medida en que el hombre va mutando, la religión tiene que cambiar. La secta procede con prohibiciones. Aquello que el hombre no conoce lo llama Dios: es una forma de superstición. En la medida en que el cerebro evoluciona, las creencias ciegas y los tabúes se van desmoronando.

¿Cómo afecta esto a lo que usted llama salud…?

Tenemos que ser muy conscientes de que debajo de cada enfermedad hay una prohibición. Una prohibición que viene de una superstición.

Por tanto, no recomienda ninguna Iglesia…

No, pero tampoco esos templos de los maestros zen, ya sean españoles, americanos o mexicanos. Son monigotes que imitan tradiciones, lenguajes y comidas japonesas.

Pero las sectas poseen técnicas y conocimientos interesantes.

Claro. Pero para adquirir esas técnicas y conocimientos no hace falta tanto circo. Cuando Ejo Takata me hizo llegar un bastón zen, se lo devolví diciéndole: «No soy un maestro zen, no me des esto. Nunca voy a ser un maestro ni voy a andar dando palos a nadie, me haces un gran honor, pero no lo quiero. Mi vía es otra».

¿Qué sentido tiene que la humanidad haya producido seres como Jesús o Buda?

Cuando dices Jesús y Buda estás hablando de seres que para mí son imaginarios. Es como si me dices Don Quijote o Hamlet. Lo mismo. Pero que sean imaginarios no me importa. Lo que me importa es la calidad de su mensaje, que es maravillosa.

En cierta manera están ahí, casi pueden ser tocados.

Están ahí, míticos, pero ahora hablamos de seres humanos. No sabemos si algunos seres humanos han recibido la revelación. Nunca sabremos si el santo es un loco o si tiene alucinaciones.

Y de las apariciones o revelaciones, ¿qué opina?

Ver apariciones de la Virgen no me interesa. No me prueba nada. Ver a una muchachita transparente que me sonríe subida a un árbol es para mí lo mismo que ver a un gorila subido a un árbol. Es tan curioso como eso: no te sirve para nada.

¿Y qué explicación da a esos fenómenos?

Se producen porque la gente anhela que existan, se trata de una alucinación colectiva. Jung decía que los platillos volantes son un producto del inconsciente colectivo. Son sueños colectivos.

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