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– ¿Cuántos años tienes?

– Doce. Doce entrados a trece.

– ¿Y desde cuándo se te ocurren esas cosas?

– Es el primer verso que hago. Bueno, no, antes había hecho otros pero no me salían bien.

– No, no digo versos. ¿Desde cuándo tienes malos pensamientos? ¿Cuándo empezaste a pensar y hacer cosas malas?

– ¿Cosas malas? Cuando tenía tres años…

– ¿Cuántos?

– Tres.

– ¿Tres?

– Sí, tres, tres. Bueno, tres entrados a cuatro.

– Pero cómo es posible… ¿Cómo te acuerdas?

– Porque fue en el Colegio de San Francisco. Me hallaron con una niña. A mí y a otro. Yo no estaba ni siquiera en párvulos, iba nomás a acompañar a mis hermanos más grandes, fue cuando me aprendí de memoria "El Cristo de Temaca" y todavía no comenzaba a estudiar el silabario…

***

La renta del tractor es de diez pesos diarios, y el tractorista gana uno cincuenta. A esto hay que añadir el consumo de petróleo. Hubo ademas que hacerle algunas reparaciones y en ellas perdimos tres días, que me pasé enteros en el campo viendo trabajar al mecánico. La zapatería la tengo olvidada por completo, y uno de mis competidores ha aprovechado mi distracción para hacer de las suyas. Tiene un poeta a sueldo vago y borrachales, que le está escribiendo anuncios versificados en detrimento de mi negocio y de mí mismo. En uno de sus mamarrachos, dice que yo no fabrico zapatos para personas, sino zapatas para tractor. Y lo peor de todo es que en esto hay algo de verdad. El aparato en cuestión tiene las llantas bastante gastadas y patina sobre la grama. Como yo no puedo comprarle otras nuevas, me ingenié para adaptarle por medio de cadenas unos eslabones de suela burda con estoperoles y remaches.

Estoy desesperado. El tractor vuelve a patinar porque las mentadas zapatas se rompen a medio día, y yo carezco de inspiración para contestar al poetastro y ponerlo en su lugar…

***

El cortejo se detuvo un momento frente a la tienda de don Cuco. Alguien pidió que lo relevaran.

– A ver, a ver. Aquí hace falta un chaparrito.

Don Fidencio se adelantó casi corriendo.

– Con su permiso.

Los que llevan el ataúd son de baja estatura, pero del lado del sustituto la caja se inclinó un poco más. Don Fidencio se imaginó la cabeza del licenciado allí tan cerca de la suya y le dieron ganas de hablarle al oído, lástima que ya estuviera muerto… "Licenciado, Licenciado, la letra de cambio ¿de veras se le perdió? Si la letra no aparece ¿qué será bueno hacer? ¿Se lo digo a su hermano, o me quedo callado?"

***

– Vámonos echando la otra, al fin que ya pasó el entierro y la vida tiene que seguir adelante.

Don Cuco se había quedado viendo sin ver y se dio unas palmaditas en la barriga. Dicen que es el hombre más gordo del pueblo y eso le da mucho miedo, sobre todo desde que le dijo el doctor: "Un día de éstos nos va usted a sacar un buen susto si no se cuida con la comida y las copas…" Don Federico le adivinó los pensamientos y le dijo con su risita:

– No se apure, don Cuco, ya le haremos a usted su cajón a la medida, con media docena de tablones. A mí, bien me pueden enterrar en una canaleja.

– Qué cosas se le ocurren…

***

– No se preocupe, el rasador es parejo. Ya ve usted, ahora Señor San José se acaba de llevar a su mismito Mayordomo…

Don Cuto llenó otra vez las topas con un gesto de resolución, y vació la suya de un golpe. La cara se le puso brillante de sudor y los ojos se le llenaron de lágrimas, como si la plenitud de su cuerpo no pudiera soportar ya el exceso de una copa y el tequila se le derramara por todos los poros.

***

– No estés hablando de más y vete al entierro del Licenciado. Acuérdate de que vas en mi representación. Rézale por el camino unos padres nuestros, con su requiescat, y cuando lo bajen al pozo échale su puñito de tierra. ¡Pobrecito, tenía cada ocurrencia! No hace mucho que estuvo aquí la última vez y todavía me dijo: "¡Ay María, ron lo guapa que tú eras, yo debía haberme casado contigo!"

Celso salió del cuarto con su paso meneado de arcángel equívoco. Doña María la Matraca le gritó cuando iba en el patio:

– No se te olvide comprarme de vuelta los bálsamos en la botica; bálsamo magistral y bálsamo tranquilo. ¡Acuérdate de que a la noche me tienes que dar unas friegas!

Ya sola, volvió a leer compungida el versículo de la esquela: "Pasó por la vida como una brisa bienhechora…"

***

– …brisa bienhechora. Bonita brisa bienhechora. ¡Viejo jijo de la pescada, a todos nos dejaste temblando! El papel aguanta todo lo que le pongan, aunque sea de luto. Brisa bienhechora… ¡Puro chagüiste, puro granizo y puro derriengue! Una sanguijuela que traíamos pegada en las costillas, y que ahora va a chuparnos más recio por boca del hermano…

***

Mero adelante del cortejo viene Odilón, el sobrino del muerto. De negro pero en traje de charro, con abotonaduras de plata. Va en el mejor caballo que hay en su casa, que es como quien dice en toda la región, ese mojino medio zarando que a cada momento parece que va a aventarlo de la silla, si Odilón se descuida.

– A propósito. Ésa es una montura de emperador. Su abuelo la compró a uno que venía de Colima y la llevaba de regalo para Maximiliano…

– Porque hace mucho aquí estuvieron los franceses.

– Y allí nomás en el Camino del Agua, les ganamos la batalla.

– El que traía la silla vio la corredera y creyó que se había acabado el Imperio. Y por miedo a que se la quitaran los chinacos, la vendió de oportunidad y nunca volvió a dar cuentas a Colima…

***

– Lo que son las cosas. ¿Usted sabe que el Licenciado y su hermano no se hablaban desde muchachos por causa de esa silla?

– ¿Como así?

– El viejo le heredó la silla al mayor, esto es, al Licenciado. Pero como no fue hombre de campo, don Abigail se la pidió prestada cuando se iba a estudiar a Guadalajara. Cada que venía de vacaciones, el Licenciado le reclamaba la silla y se hacían de palabras. Para no alargarle el cuento, cuando vino ya titulado, don Abigail, como quien dice, se montó en su muía, con todo y silla, y se quedó con ella. Y desde entonces no se hablaban. Ésta es la primera vez que sacan esa montura a relucir.

– Fíjese usted nomás, el día del entierro del dueño…

***

– Deja el serrucho, Francisco, allí viene el entierro del licenciado.

Francisco le dio más duro al serrucho, como si no oyera las palabras que su mujer le decía desde la ventana:

– Deja el serrucho, Francisco, asómate a la puerta. ¿Por qué no vas al entierro?

– ¡A mí se me hace que este viejo tal por cual se murió nomás por no hacerle la Función a Señor San José! Acuérdate, el día que se sacó la rifa, y cuando ya no podía echarse para atrás, le tuvieron que poner una inyección de quién sabe qué, para que volviera del susto… Más valía que no hubiera vuelto, si de todos modos se iba a pelar…

– Por favor de Dios, no digas eso, Francisco. Acuérdate de que el Licenciado siempre te daba trabajo.

– Me daba porque le convenía. Con eso de que en su casa le ayudaron a mi hermano a que se hiciera Padre, el Licenciado decía que éramos como de la familia y me pagaba siempre lo que le daba la gana…

***

– Tiene usted razón, todo nos llega de lo alto.

Don Fidencio alzó los ojos y vio el cielo lleno de nubes negras.

– ¡Ay don Antonio, qué se me hace que nos vamos a mojar!

***

Don Federico se arrimó a una de las puertas de la tienda y extendió la mano. Una gota le cayó en la palma, gruesa como una moneda.

– Bendito sea Dios. ¡Qué buena mojada se van a dar todos estos enterradores! ¡La primera tormenta del año, en el entierro del usurero! ¡Lástima que no sean monedas de oro, de las que él tenía guardadas!

– Cállese, cállese, don Federico, por el amor de Dios.

Después de las copas, don Cuco se sentía culpable y lleno de remordimientos.

– Enterrar a los muertos es una obra de misericordia…

***

Don Abigail va presidiendo el cortejo, con un traje negro que según parece fue el de su boda. "Maldita silla. Si no nos hemos peleado, yo creo que aquél habría hecho su testamento a favor de Odilón." Buen paño, pero ya deslavado y encogido. Flojo el nudo de la corbata y los zapatos con huellas de que antes de salir de su casa se dio una vuelta por el corral de las vacas.

– Pobre de mi hermano. Yo no sé cómo pudo echarse semejante compromiso, con lo enredados que tenía sus negocios… Tal vez se dio cuenta de que no iba a cumplir su palabra y prefirió morirse para no quedar mal…

***

Chonita dejó su rosario y corrió al patio!

– ¡Ven Jacinta ayúdame a meter todas las jaulas! ¡Jesús mil veces! Qué tormenta se vino… Y el pobre Licenciado que han de ir llegando con él a la Plazuela de Ameca. Si siquiera les hubiera agarrado el agua al ir pasando por el Santuario… Así podrían guarecerse y el difunto saldría ganando. Un rato más en la casa de Dios antes de que lo echen al pozo…

La Feria - pic_15.jpg

– No hable usted mal de los muertos, al fin y al cabo ya no están en este mundo y no pueden hacernos nada.

– Pues yo, me perdona usted, pero sí hablo. Y el que la tiene que pagar, pues que la pague, y si no la pagó aquí, pues que la pague allá. Y si el Licenciado se va al infierno, pues que los diablos le aticen leña, que al cabo para eso están.

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