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Poco más de una semana se ha llevado el deslome, primer fierro del barbecho. Consiste en abrir con el arado el lomo del antiguo surco, que con el beneficio y cultivo de la cosecha anterior ha quedado reducido a la hilera de montoncitos de tierra que arroparon cada uno su planta. Hoy por la mañana, en tanto que las yuntas daban la primera vuelta, el bueyero procedió a hacer la lumbre y yo me quedé a almorzar con los mozos. Ya hechas las brasas, cada quien saca de su morral un tambache de tortillas. El mayordomo manda: "A tender, muchachos". Todos se apresuran a echarlas sobre el fuego. Algunas tortillas las llevan apareadas, esto es, cara con cara y con frijoles adentro de esos negros que a ellos les gustan tanto. No falta quien traiga además un tasajo de carne, un trozo de pepena o de cecina. Cada quien consume de su ración lo que le conviene, dejando lo suficiente para la otra comida, que se compone de lo mismo. Todos llevan su sal y sus chiles para darle gusto al bastimento. Mientras dura la comida de medio día, se desuncen los bueyes para que también ellos coman cada uno su manojo de hoja y se les conduzca luego al aguaje más próximo. Aquí, en el Tacamo, tenemos dos barranquillas que nos sirven de agostadero, porque por ellas bajan corrientes de temporal.

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– La Cuesta de Sayula es un lugar muy funesto. Zapotlán y Sayula no se llevan muy bien, desde que tuvieron un pleito de aguas en 1542. Entre un pueblo y otro está la cuesta, un enredijo de curvas, paredones y desfiladeros que son la suma de nuestras dificultades… Y por el otro lado Tamazula, con el mal paso de Río de Cobianes que cada año nos separa con las crecidas, como un largo pleito. Así son las cosas, todo lo malo nos llega de fuera, por un lado de Tamazula, y por el otro de Sayula. En la Cuesta han ocurrido muchas muertes y desastres, sobre todo dos: el descarrilamiento y la batalla de 1915. La batalla la ganó Francisco Villa en persona, y a los que lo felicitaron les contestaba: "Otra victoria como ésta y se nos acaba la División del Norte." Les dio a sus yaquis de premio quince días de jolgorio en Zapotlán, a costillas de nosotros. El descarrilamiento también lo perdió Diéguex, y es el más grande que ha ocurrido en la República, con tantos muertos que nadie pudo contarlos. No se perdió mucha tropa porque el tren iba atestado casi de puras mujeres, galletas y vivanderas, la alegría de los regimientos. Nos habían saqueado bien y bonito, y los canos repletos de botín se desparramaron por el barranco. Para qué le cuento, iodo aquel campo estuvo un año negro de zopilotes Y hubo gentes de buen ánimo, de por aquí nada menos, que se entretuvieron desvalijando a los muertos. Ladrón que roba a ladrón…

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– Por acá está el enfermo, doctor.

– Déjame primero ver tu corral. Ya me han dicho que lo tienes muy bonito, con tantos animales y matas…

– Pásele, doctor.

– Estos puercos chinos que parecen borregos ¿cómo te hiciste de la cría?

– Con las Contreras, doctor, ellas tienen un puerco entero. Sabe, aquel Sebastián pasó muy mala noche, quéjese y quéjese.

– De esta rosa de Alejandría me tienes que dar un codito, a ver si prende. Mi mujer tenía una y se le secó. Todo lo que planta se le seca, y a mí me gusta que haya flores en mi casa.

– Con mucho gusto, doctor. Le di tres veces sus gotas a Sebastián y no se durmió…

– ¿De dónde sacaste este guajolote? Hacía mucho tiempo que no veía yo un guajolote canelo así de grande y de gordo… ya los guajolotes se están acabando por aquí.

– Es que da mucho trabajo criarlos, doctor. De diez o doce que nacen, sólo me viven dos o tres. Es una lata enseñarlos a comer, porque las guajolotas ni siquiera eso les enseñan. Andan allí nomás con el pescuezo estirado, grito y grito sin ver la comida en el suelo, y los guajolotitos se mueren de hambre y de frío porque ni los cobijan. Y esto si no les ponen la pata encima y los apachurran…

– Me lo tienes que guardar para la Navidad, porque a este corneo yo me lo como.

– Como usted quiera, doctor. Este Sebastián…

– No le hagas tanto caso a Sebastián, que se está chiqueando como todos los enfermos. Desde que lo sacamos del hospital, su herida está cicatrizando que da gusto mirarla…

Así es siempre este doctor. Le gusta hacer un inventario lo más completo posible de los bienes terrenales de sus clientes, para formarse una idea clara de las condiciones y de la duración del tratamiento, sin cometer injusticias. Porque… según el sapo es la pedrada…

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Una vez terminado el deslome, hemos procedido a cruzar, esto es, a arar la tierra en sentido inverso al de los surcos. Cada hilo va rompiendo como veinticinco centímetros de tierra, que voltea el ala del arado. Van las yuntas al sesgo, una detrás de otra, en escuadrilla, lo que se llama ir en reata. Hay otro sistema, que a mí no me gustó, en el que cada yunta va por separado abriendo su besana. No me gustó, porque hay que calcular muy bien las besanas para que no les queden becerros: le dicen así al espacio de tierra que queda sin arar en medio de la besana y que debe ser cerrado en una o dos vueltas. Esto da por regla general, uno o dos surcos malhechos en cada tramo de veinte o treinta metros. Y yo no quiero malhechuras.

Este segundo fierro se da como en dos semanas; al terminar, ya podremos tener lista la tierra para rayarla y sembrarla. Sólo en terrenos muy duros o engramados es necesario dar otro fierro sesgado. Cuando se aproxime el temporal, según las muestras de nubes, vientos y otras señales que estoy aprendiendo, procederemos a rayar la tierra.

La Feria - pic_12.jpg

– La estatua de don Benito Juárez le da la espalda a la Parroquia desde el parque. Mírela usted. Cuando los cristeros estuvieron a punto de entrar a Zapotlán, alguien dijo que la iban a tumbar. Pero no se les hizo. Los beatos odian a don Benito porque les quitó las propiedades a la iglesia, pero se les olvida que ellos se aprovecharon de la situación, comprando barato lo que se llamaba bienes de manos muertas. Todo pasó a manos de estos vivos, casi siempre con la promesa de que a la hora de su muerte se lo iban a heredar a la iglesia. Le voy a poner un ejemplo. El año de 1846, un señor Cura cuyo nombre no viene al caso, anticipándose a las Leyes de Reforma, le vendió a un rico de aquí casi todos los terrenos de la Cofradía de Nuestro Amo, como si fueran suyos. Sabe usted, toda esa parte de llano y monte que ahora se llama el Rincón del Zapote. Y todavía hay quienes se asusten porque don Benito está allí en el parque, dándole la espalda a la Parroquia…

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…porque el licenciado Gaspar Ruiz de Cabrera me dio noticia de esa tierra y yo en su nombre y para él supliqué se me concediera, quedé que consiguiéndola le haría declaración y traspaso de ella, y demás de esto el susodicho licenciado pagó las costas de las diligencias para sacar y despachar el dicho título, y por mi trabajo y solicitud que puse en el negocio me ha dado setenta pesos de oro común, de lo cual me doy por contento y pagado a mi voluntad…

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– Me acuso Padre de" que también leí los versos del Ánima de Sayula…

– ¿Quién te los dio a leer?

– En la imprenta. En la imprenta donde trabajo me pusieron a corregir las pruebas, porque tengo menos faltas de ortografía.

– ¡Sea por Dios!

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…Tengo gran lástima de ver que su Majestad y los del Consejo y los frailes se han juntado a destruir estos pobres indios y gasten tanto tiempo y tanta tinta y papel en hacer y deshacer y dar provisiones unas en contra de otras, y mudar cada día la orden de gobierno…

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Juan Tepano nos lo estuvo contando todo, lentamente, usando los términos, como quien lleva mucho tiempo de hablar con abogados y huizacheros, lentamente, mientras acariciaba su antigua Vara de Justicia, hecha de madera incorruptible, con casquillo y contera de plata. Cerca del puño, a la Vara le colgaba un listoncito tricolor…

– La cosa como ustedes saben, viene de lejos y no estamos conformes. Cómo vamos a estar conformes, siendo que la última vez que nos hicieron justicia, los de la Junta Repartidora de Tierras lo arreglaron todo a puerta cerrada, aunque nos citaron a todos en la plaza. Nos juntamos como cinto mil, afuera, y ellos adentro no llegaban ni a veinte. Bueno, serían treinta o cuarenta. Metieron a dos indios cabezales, para que es más que la verdad, a un tlayacanque y a un tequilastro, de nombres Adrián Esteban y Santiago Hernández, que le decían Vera. Pero los escogieron muy bien porque ya los tenían comprados desde antes, y con ellos firmaron el acuerdo a nombre de todos nosotros. Como no sabían leer ni escribir, estos dos nomás pusieron su crucecita al pie de la iniquidad… El licenciado que les hizo la documentación a los interesados, fíjense lo que son las cosas a la hora de la hora sin querer nos ayudó, porque dejó dicho en cada escritura de reparto que él no se hacía responsable, y que allá cada quien se las arreglara después como pudiera si nosotros le hacíamos el reclamo.

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Novena: Los miembros de la Comisión Repartidora quedan exentos de toda responsabilidad personal con motivo de esta venta, y el comprador queda entendido que, en el remoto caso de pleito contra todas o alguna de las propiedades que adquiere, lo afrontará por su exclusiva cuenta y riesgo.

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– Nada de remoto caso. Como no podíamos quedar conformes, luego luego nos pusimos a reclamar, y para qué es más que la verdad, nos dieron la razón, pero no la tierra. Lo que sea de cada quien, el señor don Porfirio, como todas las autoridades antiguas, dijo que se nos hiciera justicia. Y desde entonces nos han dado largas. El pleito se paró en 1909 porque vino la revuelta y luego los cristeros y tantos otros trastornos… Fíjense, a nosotros de nada nos ha servido el agrarismo, nomás hemos visto pelear a los hacendados y a los agraristas, que algo salen ganando unos y otros. Pero de la Comunidad Indígena nadie se acuerda, y nosotros somos los meros interesados, los primeros dueños de la tierra…

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