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– ¿Justicia? Yo les voy a dar su justicia a todos estos indios argüenderos, despachando al otro barrio a dos o tres de los más alebrestados. Además, no es cierto que nadie les haya quitado nada. Ellos lo han perdido todo por güevones, borrachos, gastadores y fiesteros. Aunque les volvieran a dar todo lo que piden (entre paréntesis, yo no sé a qué le van tirando), le aseguro que en dos o tres años ya se les habría acabado en azúcar, pólvora y alcohol. Con el pretexto de festejar a la Santa Cruz o a San Cuilmas el Petatero, y por la presunción de ser Capitán de Vivas o Capitán de Enrosos, cualquiera de ellos, dígame si no, es capaz de quedarse hasta sin calzones…

– Un momentito por favor, permítame usted un momentito. Estoy de acuerdo en que estas gentes todo se lo beben, de acuerdo. Venden la casita y el burro y hasta la madre si usted quiere, pero lo que no podían vender eran las tierras comunales y mucho menos las capillas… Ésas, me va a perdonar que se lo diga aquí entre nos, ésas se las quitamos nosotros a la brava, o con trampa, como usted quiera, que para el caso es igual. Y ni siquiera les dimos a cambio el azúcar, el alcohol y la pólvora para sus argüendes…

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…y por ellos me apareció y averigüé, Yo el Virrey, la desorden y exceso que habéis tenido en repartir entre los vecinos de esa ciudad, y principalmente entre vosotros mismos los corregidores, muchas suertes de tierras, huertas y solares, en perjuicio de sus habitantes y dueños legítimos…

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– ¿Me permite que insista?

– Sí cómo no, Don Bolchevique.

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– Yo no estoy de acuerdo en que los indios sean por naturaleza indolentes y viciosos. Si son así, no tienen la culpa. También yo me puse ya a leer papeles viejos y hasta un libro de historia. ¿Usted cree que le iban a tener apego a la vida, o que iban a sentir amor por sus cosas, y hasta por su propia familia, aquellas gentes que fueron tratadas como animales? ¿No ha oído usted hablar de los repartos de indios? Si era usted hacendado en aquel entonces, por el simple hecho de tener tierras y ser gente de razón, usted podía solicitar que le dieran indios, como ahora se les dan bueyes a los medieros. Y nomás venía la realada, como si fuera una leva. Usted pedía veinte o treinta, o cien indios, pongamos por caso, y se los mandaban a Zacoalco o hasta a Guadalajara, de aquí o de San Gabriel, así nomás como si fueran bestias. Y esa gente no volvía a saber de hijos ni de mujer, aunque las leyes decían que para cada hacienda debían llevarse indios de lugares cercanos y que no tuvieran familia y que había que pagarles tanto más cuanto. Nadie hacía caso. Los trataban como esclavos, y para lo que te truje, ponte a trabajar hasta que te mueras…

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Optimista como estoy en todo lo que se refiere a la agricultura (aunque la actitud de los indígenas no deja de ser alarmante) he tomado un potrero en arriendo para sembrar otra labor. Reconozco que el tiempo está ya muy avanzado para empezar el barbecho, pero no sé, (reo que si llevo una labor adelantada y otra atrasada, el comienzo del temporal me tiene sin cuidado. Si se adelanta, ya está sembrado el Tacamo. Si se atrasa, me da tiempo para tener listas las tierras de Tiachepa. Además, me servirá para hacer escoleta este año, por partida doble.

Este potrero tiene mala fama, está engramado y dicen que desde hace muchos años nadie quiere sembrarlo aunque se lo den de balde. Yo no hice caso porque he notado que entre la gente de campo corren muchas supersticiones. El administrador (creo que el terreno es de una viuda) me dijo que si yo le quito la mala lama a Tiachepa, me lo dará en arriendo todos los años en muy buenas condiciones. Vamos a ir a medias porque él me va a prestar los bueyes y los aperos de labranza que hagan falta. Eso sí, es hombre muy detallista y muy cuentachiles; dejó muy bien estipulado en el contrato de arrendamiento el precio de cada bestia y de cada utensilio. Y el maíz que le toque ha de ser de primera calidad, se dé o no se dé en el dichoso Tiachepa.

Como el Tacamo lo he puesto bajo el patrocinio de Señor San José, nada se me ocurrió mejor para el amparo de esta nueva empresa que encomendársela a la Virgen. A la del Perpetuo Socorro.

Lo único que me ha molestado es un dicho de mi compadre Sabás, que alude a la gran distancia que hay entre mis dos siembras, porque el Tacamo está por Huescalapa, rumbo al Nevado, y Tiachepa a la orilla de la laguna: "labor repartida, mujer con barriga…"

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– Me acuso Padre de que aprendí una canción.

– ¿Cómo dice?

– Me da vergüenza…

– ¿En dónde te la enseñaron?

– Los de la imprenta.

– ¿Cómo dice?

– "Soy como la baraja…" Y luego una mala palabra.

– ¿Cuál?

– Caraja…

– ¿Qué sigue?

– "Como que te puse una mano en la frente, tú me decías -no seas imprudente…"

– ¿Y luego?

– Otra vez "soy como la baraja…"

– ¿Y luego?

– "Como que te puse una mano en la boca, tú me decías -por ai me provoca…"

– ¿Y luego?

– Otra vez "soy como la baraja…"

– Si, pero ¿después?

– "Como que te puse una mano en el pecho, tú me decías -por ai vas derecho.

– ¡Válgame Dios!

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Una pequeña recapitulación. Con la prisa se me olvidan algunas cosas que oigo decir y que debo apuntar, aunque unas opiniones vayan en contra de otras. Un labrador acaba de decirme, por ejemplo, que la buena siembra debe hacerse en suelo bien penetrado por el agua, si no, es como si sembrara en dos tierras, en sequedad y humedad. La escarda, dice otro, debe hacerse en polvo, esto es, en tierra suelta no muy llovida. La segunda, en cambio, debe hacerse en lodo, pero no muy en lodo, porque se pierde la labor. ¡Santo Dios! Como si la lluvia pudiera darla uno mismo con regadera…

Algo más con respecto al tiempo empleado en las labores. Los trabajos de siembra, escarda y segunda se llevan tres semanas cada uno por término medio. A esto hay que agregar las tres o cuatro primeras semanas de barbecho. Hasta ahora, en el Tacamo nuestro calendario ha sido perfecto y más bien vamos adelantados, cual debe ser, en espera de la estación. No así en Tiachepa naturalmente. Pero de eso prefiero no hablar.

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– Tú no eres hija de Marcial, me extraña que no lo sepas. Tú eres hija de Pedazo de Hombre, que de Dios goce. Yo era amiga de tu madre y vivía cerca de ustedes, por eso me di cuenta, pero todo el barrio lo supo. Pedazo de Hombre era fontanero y no salía de las casas, diario destapando los caños, remendando los cazos de cobre y arreglando las máquinas de coser. Era muy ocurrente pero le faltaba una pierna. Tu madre lo mandó llamar una vez para que le compusiera la puerta del horno, porque le gustaba hacer pan. Cosas que pasan. £1 caso es que en mala hora llegó tu padre, quiero decir, Marcial. Pedazo de Hombre largó la pata de palo y se fue con los pantalones en la mano brincando bardas de corral con una sola pierna, del miedo que llevaba, hasta que cayó en mi casa. Lo tuve escondido hasta que el carpintero le hizo su pata, porque la bendita de tu madre, Dios la haya perdonado, echó la otra con el susto al fogón de la cocina. Pedazo de Hombre estuvo tres días conmigo, y me arregló de balde todo lo que yo tenía descompuesto. Era un hombre muy ocurrente. Pero entre tu madre y yo se acabó la amistad. Dios la tenga en su Santa Gloria…

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No tengo palabras para describir las jornadas de la siembra. Los mozos van descalzos por los surcos. Colgado al hombro llevan el costal de la semilla, como una hamaca. Con pasos medidos van arrojando los granos y los tapan echándoles tierra con el pie. La cuadrilla parece entregada a una danza lenta y antigua. Los mozos, ensimismados, olvidan sus canciones, sus dichos y sus chanzas.

Al volver a mi casa, me vine despacio, solemnemente, sin arrear ni una sola vez al caballo. Como si todas mis esperanzas, y lo mejor de mí mismo, quedara depositado en la tierra. Antes de montar, eché algunos granos de maíz en un surco. Me fijé bien dónde los puse. A ver si tengo buena mano de sembrador.

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– Me trata muy mal, padre, anda con otras mujeres y cada que le reclamo me dice "vete al carajo".

– No te preocupes, hija. El carajo es un árbol grandote adonde uno va a descansar después de muerto.

– Pero yo no quiero morirme, padre.

– Entonces aguántate. Todos los hombres somos así, hijos de la mala vida. Yo hice sufrir mucho a tu madre, casi puedo decirte que se murió de las mortificaciones que yo le daba. Siempre la mandé al carajo. Pero ella me dijo Dios te perdone y me echó la bendición antes de irse.

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Muy mal comienzo en la labor de Tiachepa. Los bueyes 'que me prestaron son grandes y fuertes, los arados macizos, y les puse a todos rejas nuevas. Y los bueyes pujan despatarrados, avanzan muy lentamente, y los arados brincan haciendo agujeros en la tierra dura y engramada. Tuvimos que poner a dos yuntas en cada surco, y en vez de abrirse, la tierra se rompe en cuarterones. A la hora de rayar, los surcos no van a ser surcos.

Alguien me informó que en la hacienda de la Cofradía del Rosario había un tractor desocupado y por fortuna me lo rentaron. En medio del desastre, no puedo negar que esto del tractor me ha ilusionado: soy uno de los pocos agricultores que en este valle utilizan maquinaria moderna.

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– Me acuso padre de que se me ocurrió un verso. Andaba barriendo el pasillo y se me ocurrió.

– ¿Cómo dice?

Vamos juntando virutas
en casa del carpintero,
las cambiamos por dinero
y nos vamos con las p…
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