Estaba conteniendo las lágrimas, porque el texto de Mía realmente me había emocionado por su ingenuo realismo, y porque yo acababa de decidir que había llegado el momento de decirle: «Ya mi amor, vente a Lima con tus hijos, y nos casamos a como dé lugar. Y a los ochenta años todavía seguiremos felices de haberlo logrado, finalmente», cuando se me resbalaron los ojos hasta la frase siguiente y la despedida:
Bob y yo, bien. Recibe todo mi cariño, mi amistad, y mi eterna gratitud, en un millón de besos y abrazos.
Fernanda María de la Trinidad Etcétera
¡Bob! ¡Quién diablos era Bob! ¡Ese Bob! De dónde sale un hombre, un Bob, con el que sólo se está: «Bien». ¿En qué momento se volvió realismo puro y duro el ingenuo realismo de Mía? Con un hombre se es feliz, o nada. Y ese hombre, feliz con esa mujer, o nada. Por consiguiente: ¿Me mataba yo, o iba a matarlos a él y a ella, tras haber despachado a los niños a un buen internado, hasta que llegara el momento, no tan lejano ya, en que querrían y tendrían que ir a la universidad? Todo esto es real, y realmente pasó dentro de mí, más que por mi mente, digamos. Sí, pasó con toda su brutal fuerza, muy hondo por la integridad de mi cuerpo y alma, por todo mi sistema nervioso. Y, claro que sí, lógico, también por todo mi sistema sentimental. Y perdí el sendero, perdí la calma. Pero, cuando transcurrido un buen momento y por sí solas, volvieron las aguas a su cauce, recordé que también mi organismo entero y, cómo decirlo, mi organización completa, el hombre en su salsa y en su circunstancia que soy yo, ya había vivido una terrible situación y una terrible sensación, muy pero muy similares, cuando Mía me contó que había partido de Chile tristísima, en vez de feliz, que era lo que yo me esperaba, porque dos y dos son cuatro, tras despedirse de Enrique y de sus suegros. Pero como que fueron cinco, dos y dos, y yo la pasé pésimo, aquella vez, aunque también fui yo quien después la volvió a pasar realmente fatal, pero por Flor a Secas, en el tremendo movimiento perpetuo que es la vida, una vorágine tan atragantadora que, en verdad, hay que vivir aferrado a algo en el presente, algo que cuando menos represente también al pasado, para perpetuarnos de esta manera y ser tolerantes y fieles y pacientes y perdurables, o, dicho en buen latín, para que no nos olviden ni cuando nosotros nos olvidamos. O sea que, no bien terminé de releer la carta de mi adorada Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes, tranquilamente me dirigí al teléfono, marqué el número de American Airlines, e hice mi reserva hasta el aeropuerto de San Francisco. Después la llamé a ella, por supuesto, y le dije que me esperara ahí el jueves, mi amor, en el vuelo de American Airlines, sí, ése, el que llega a las ocho en punto de la noche, Estimated time of arrival. Y ni siquiera tuve que decirle nada de Bob, ya, pues el pobre hombre, lo más probable es que se hubiera esfumado para siempre, gracias a mi realismo puro y duro.
Pero, a pesar de su aspecto de invitado grandulón y bastante lacónico, el que se acostó en la cama de Mía todos los días que permanecí en Berkeley fue Bob, y no me quedó más remedio que hacerme a la idea de que el invitado era yo, y que probablemente lo sería para siempre ya. Por lo demás, Bob, el hombre con el que se estaba bien y punto, resultó ser una persona sumamente pacífica y penetrante, y sin lugar a dudas con nervios a prueba de Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes y su Juan Manuel Carpio, que no cesaron de adorarse desde el desayuno hasta la sobremesa nocturna y musical posterior a la comida, a veces en esa casa que no tardaba en venirse abajo, a veces en un restaurante de Berkeley o San Francisco. Además, Bob tenía la especialidad de desaparecer un buen rato, cada noche, para que ella y yo pudiésemos asomarnos a una ventana, tomarnos de la mano, y hablar, por ejemplo, de la forma tan increíble en que nos seguíamos queriendo y nos íbamos a querer siempre.
– Y entonces, ¿Bob?… ¿Qué pinta Bob aquí, mi amor?
– Es el compañero ideal, por un montón de razones. Para empezar, sabe todo lo que nos queremos tú y yo, y lo respeta inmensamente, pero además como que contagia la paz esa inmensa que lo caracteriza, y adora a los chicos, que también lo adoran a él, y a cada rato se va de viaje porque la empresa con que trabaja es capaz de mandármelo un mes al Paraguay y el siguiente a Senegal.
– Perdona que meta la nariz donde tal vez no deba, Mía, pero realmente tengo la impresión de que Bob es lo que más se parece a una cura de reposo para alguien que no está en absoluto cansada.
– Yo no lo veo así, Juan Manuel. Bob me quiere mucho, yo también a él, y como que me acompaña a no vivir contigo. Y, modestia aparte, también yo sé que soy excelente compañía para él.
Me quedé diez días, que evidentemente transcurrieron en santa y contagiada paz, y como la mañana de mi partida la casa todavía no se había venido abajo y no tardaba en salir otro disco nuestro, Mía aceptó que le adelantara algún dinero para, al menos, apuntalar la fachada, las paredes laterales y posterior de aquella vetusta vivienda en que había descubierto, sin duda gracias a su Bob a secas (hasta hoy no sé su apellido, lo juro, aunque a mí me encanta llamarlo Bob Bien o Bob Paz, según el momento, y ni a Mía ni a él les molesta mi hallazgo, la verdad), una tranquilidad que realmente hacía mucho tiempo que le estaba haciendo falta. Y ése fue el comienzo de unas cuantas visitas mías a Berkeley, que se hicieron más frecuentes desde que Rodrigo, primero, y Mariana, tres años después, ingresaron a la Universidad de Harvard, y sobre todo desde que nuestra música «a cuatro manos» nos permitió una serie de lujos y gastos, entre los cuales el más importante, para Mía, fue la adquisición de una muy buena casa en Telegraph Avenue, siempre en Berkeley. Cuando Bob está, Mía y yo siempre nos asomamos a una ventana, como si a Bob y a Dios realmente les importara un comino el asunto, y ahí nos pasamos horas entregados a la importancia ya histórica de nuestro amor, bien agarraditos de la mano bajo la luz de la luna o de lo que sea. Y yo después regreso contagiadísimo de paz a Lima o a Menorca. Cuando Bob no está, es como si Dios tampoco estuviera, o sea que no nos asomamos a ventana alguna, por si acaso a Bob o a Dios sí les importe el asunto, esta vez, en cuyo caso a nosotros por supuesto que también nos importa, porque ni tú ni yo, Juan Manuel Carpio, en la vida hemos sido capaces de hacerle daño a nadie.
– Exacto, mi amor.
– Capaz, ése fue nuestro más grande error, fíjate tú.
– Desde luego que fue un error muy grande, Mía, pero la verdad es que nada fue tan importante como los continuos fallos de nuestro dichoso E.T.A.
– Pasemos al comedor, Juan Manuel, que la Mariana y el Rodrigo están que se me mueren» de hambre.
– Ladies first, madame.
Berkeley, 16 de octubre de 1991
Mi queridísimo Juan Manuel Carpio,
Incluso tu carta tristona me ha traído alegría. Gracias por calcular el tiempo para recibirme con tu presencia a mi regreso. La vida desde luego no es chiche, y uno no es ninguna pascua tampoco, y por dicha. Qué aburridas nos daríamos si fuéramos pascuas.
Mi viaje a San Salvador fue lindo, pues coincidí allá con tres de mis hermanas que también andaban de visita, y además recuperé el espíritu al sentir el verdadero cariño de los amigos. Mi mamá estaba muy bien de salud, aunque bastante distraída. La Ana Dolores y la Andrea cada día más jóvenes. Ahora parecen adolescentes. Disfrutamos el tiempo juntas. La Susy también estuvo, por supuesto, pero ahora anda con un nuevo novio pintor que no hace más que pintarla todo el día. Ya llevaba como siete retratos cuando me vine. Cuando pienso que a Enrique no le pude inspirar ni siquiera una foto para pasaporte. ¿Será que no tengo vocación de musa? Musaraña, tal vez.
Qué ganas de verte. Pero parece que va a tardar un tiempo. Por lo menos escribámonos mucho.
Bob y yo siempre estamos bien, y sepa usted, caballero, que esto no es ninguna broma.
Te quiero cantidades enormes. Tuya,
Fernanda
Berkeley, 23 de diciembre de 1991
Mi tan y tan querido Juan Manuel,
Ya sin posibilidad de que ésta te llegue a tiempo antes de Navidad, fincaré mis esperanzas en que mis palabras logren comunicarte mi cariño y mi agradecimiento por tu amistad, que ha sido un regalo atesorado a través de los años. En todos los recodos del camino, y ahora en este carajo mezzo camino del a veces oscurísimo bosque, la calidad de tu amistad ha sido una luz.
Últimamente me han hecho falta tus cartas, y me preocupa tu ausencia. Me preocupa por ti, porque pienso que tal vez no estás bien. Y me preocupa por mí, porque tu presencia en mi vida es desde hace ya más de veinte años un pilar indispensable. He tratado una y otra vez de conseguir tu teléfono de Lima, pero sin éxito. Mándamelo al escribir, por favor, para que no ande diciéndome, una y otra vez: ¡Estos amigos de porra! ¡Se me vuelven famosos y ya ni encontrarlos puedo! Además, tenemos un agente tan común como implacable, pues hasta a mí, que ya en cuatro discos soy tu socia, se niega a darme tu maldito número de Lima. ¿Le puedes decir, por favor, que soy bastante más que una fan cualquiera, aparte de sumamente discreta?
Últimamente, ya sólo te he encontrado en tu música. La que escribes tú solo, la que por ser ya bastante mayorcita me gusta más. Algo semejante me dijiste tú una vez de algo que te envié. Pero lo que asombra de tus canciones, año tras año, es la gracia y la flexibilidad de unas melodías y unas letras realmente salidas de tus entrañas, con ese dolorido goce del que realmente tienes el secreto. O a lo mejor es el secreto el que te tiene a ti.
Mis noticias son pocas. Tras unos meses de tanta obra en casa y de mufa y desánimo por tanto camino loco que he tomado, mientras corría como despavorida por el bosque, y también por verme bastante sola esta Navidad en que tú andas desaparecido y la empresa literalmente me ha robado a Bob Bien en el otro extremo del planeta, de golpe como que me he reconciliado con la perra soledad y me siento por consiguiente, mejor.
Vivo dedicada en cuerpo y alma a mi trabajo, que no siempre son letras para nuestras canciones, o sea que no siempre es halagador, ahora que la casa tan venida a menos que logré conseguir -y que bien conoces- está totalmente recuperada.