Encontré lo que buscaba; una cuerda, y volví sobre mis pasos. Lou empezaba a moverse. Yo no disponía más que de una mano para atarla y me costó, pero una vez hube terminado me puse a abofetearla; le arranqué la falda, le desgarré el jersey y la abofeteé de nuevo. Tuve que sujetarla con la rodilla mientras intentaba quitarme la maldita chaqueta, pero sólo conseguí desabrocharla. Había ya un poco de luz; pero buena parte de su cuerpo se encontraba precisamente en la sombra más oscura del árbol.
Entonces quiso hablar y me dijo que no la iba a conseguir tan fácilmente, y que acababa de telefonear a Dex para que éste llamara a la poli, y que desde que yo había hablado de eliminar a su hermana pensaba que yo era un crápula. Me eché a reír y también ella se permitió una especie de sonrisa, y entonces le arreé un puñetazo en la mandíbula. Tenía el pecho duro y frío; intentando mantener el dominio de mí mismo, le pregunté por qué había disparado contra mí; me contestó que yo era una mierda de negro, que Dexter se lo había dicho, y que se había venido conmigo para advertírselo a Jean, y que me odiaba como nunca había odiado a nadie.
Me volví a reír. Los latidos de mi corazón eran como golpes de martillo de forja y me temblaban las manos, y el brazo me sangraba mucho; un líquido viscoso me resbalaba por el antebrazo.
Entonces le repliqué que los blancos habían matado a mi hermano, y que yo iba a ser más duro de pelar, pero que ella, pasara lo que pasase, la pringaba, y le apreté un pecho hasta que estuvo a punto de desmayarse, pero no dijo ni pío. La abofeteé a muerte. Había abierto los ojos de nuevo. Empezaba a clarear y se los veía brillar de lágrimas y de rabia. Me incliné hacia ella; creo que relinchaba como una especie dc bestia, y ella se puso a chillar. Le mordí de lleno en la entrepierna. Me quedó la boca llena de sus pelitos negros y duros; aflojé un poco y volví a empezar más abajo, donde era más tierno. Nadaba en su perfume, hasta allí llevaba, y apreté los dientes. Intenté taparle la boca con la mano, pero chillaba como un cerdo, con unos gritos que ponían la carne de gallina. Entonces apreté los dientes con todas mis fuerzas y me metí hasta el fondo. La sangre meaba en mi boca y ella se retorcía a pesar de las cuerdas. Yo tenía la cara llena de sangre y me eché un poco atrás, hasta quedar de rodillas. En mi vida había oído a una mujer chillar así; de repente, me di cuenta de que me corría en los calzoncillos; fue una sacudida como no la había sentido nunca, pero tuve miedo de que viniera alguien. Encendí una cerilla y vi que sangraba a chorro. Entonces me puse a golpearla, al principio sólo con el puño derecho, en la mandíbula, oía cómo se le iban quebrando los dientes y seguía golpeando, quería que dejara de gritar. Pegué más fuerte y luego recogí su falda, se la metí en la boca y me senté encima de su cabeza. Se revolvía como una lombriz. Nunca hubiera imaginado que tuviera tanto apego a la vida; hizo un movimiento tan violento que pensé que el antebrazo izquierdo se me desgajaba; me di cuenta de que estaba tan fuera de mí que la habría despellejado; entonces me levanté para rematarla a patadas y le puse el zapato en la garganta y me apoyé con todo mi peso. Cuando dejó de moverse sentí que me corría otra vez. Ahora me temblaban las rodillas, y tenía miedo de desvanecerme.