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—¿Vas a despedirlos?

—Sí.

—No me lo puedo creer —murmuró—. Es como vivir una comedia negra. Voy a llamar a tu hermano. Al peligroso. Tal vez sepa cómo manejarte. ¿Cuál es su número?

—No te lo puedo decir —dijo Hallie—. Bueno, podría, pero entonces tendría que matarte.

—Vamos —le soltó él—. ¿Cuál es su número?

—No te lo voy a dar.

—Entonces llamaré a todos los profesores de artes marciales que haya en Singapur hasta que encuentre a tu hermano. O a cada empresa de vuelos comerciales de Grecia. Sí, eso sería tal vez mejor. Ese hermano seguramente podría llegar hasta aquí más rápidamente.

—¡No! Escúchame, Nick. Puedo arreglarlo. A primera hora de la mañana.

—Es Año Nuevo, ¿recuerdas? La tienda ni siquiera estará abierta.

—Tal vez la tienda no —concedió—. Pero uno se podrá poner en contacto con ellos de algún modo. Kai sabrá cómo se hace. Le preguntaremos a él.

—Kai, el mismo que te llevó al Lucky Plaza y que te dejó comprar la urna.

—Para ser justos, él no sabía que la había comprado —dijo Hallie—. Es el guardaespaldas de Jasmine, no el mío. Pero estoy segura de que se mostraría dispuesto a ayudarme.

Nick se paseaba de nuevo de un lado al otro, murmurando entre dientes y pasándose las manos por la cabeza. Muy al estilo de Luke. Abrió la boca para darle una explicación de su idea.

—No —él levantó la mano para que ella se callara—. No hables. No digas ni una sola palabra. Déjame pensar.

Así que cerró la boca y se concentró en servirse un té y añadirle azúcar, horrorizada ante la idea de que hubiera ordenado inadvertidamente la ejecución de Nick. Quería cometer sus propios errores desde luego, pero no de aquel calibre; no errores que no estuviera segura de poder arreglar.

—Llamaré a Tris si eso es lo que quieres —le ofreció en voz baja—. Puedo llamarlo ahora.

Nick la miró con mucha dureza; y Hallie desvió la mirada y se quedó mirando el té. ¡Iba a llorar, maldita sea! Sentía que estaba a punto de echarse a llorar. Se llevó la mano a la mejilla y se limpió con rapidez la primera lagrimita, a la que enseguida le siguió otra.

—¡Nada de llorar! —se apresuró a decir Nick—. No me gustan las lágrimas.

—Lo siento, Nick. Lo he estropeado todo.

—Todavía no. Pensemos en esto. Tal vez es tan sencillo como cancelar el contrato. Podríamos llamarlos; pedirles que se encuentren con nosotros en la tienda; hacerles saber que vamos a ir y que hemos cambiado de planes.

—¿Cómo? ¿Los dos? ¡Nosotros no, porque tú no puedes venir! —no se lo permitiría—. Si te llevo a esa tienda te pegarán un tiro allí mismo y te meterán en esa urna antes de que te dé tiempo a abrir la boca. Necesito ir allí sola.

—No.

Una sola palabra, simple e irrevocable.

—No puedes venir. Tienes que fingir que no sabes nada al respecto. Si piensan que estoy cancelando sus servicios porque han estropeado el trabajo y tú has descubierto que he ordenado tu ejecución, tal vez te maten de todos modos. Por puro orgullo profesional.

—¿Cuánto alcohol dices que había en ese té? —preguntó Nick.

Hallie le pasó una taza y él se bebió el contenido de un trago.

—Odio esto —murmuró él.

—Sí, pero funcionará —dijo ella con más confianza de la que sentía—. Confía en mí.

—Confío en ti —dijo él—. Es en los malos en quien no confío. ¿Y si no sale bien? ¿Y si te hacen daño? Jamás me lo perdonaría.

—Tienes que pensar en positivo —dijo ella—. Piensa en Lara Croft en Tomb Raider.

—Lara Croft tiene armas grandes y muchas vidas. Tú no tienes armas y sólo tienes una vida.

—Para vivirla como quiera. Y quiero hacer esto, Nick. Este error lo he cometido yo y quiero arreglarlo yo.

Él estaba más cerca que hacía un momento, lo suficientemente cerca como para estirar el brazo y tocarla. Se debatía entre su deseo de protegerla y su deseo de estar de acuerdo con su plan. Levantó la mano y le tocó la mejilla; la miraba con sus intensos ojos oscuros, lleno de tensión.

—No puedo hacerlo —murmuró él en tono ronco.

—¿A qué te refieres exactamente? —le susurró ella cuando sus labios se acercaron a los suyos y le deslizó la mano por la mejilla para agarrarle la parte de atrás de la cabeza—. ¿Te refieres a besarnos, o a acceder a mi plan?

—A cualquiera de las dos cosas —dijo él mientras unía sus labios a los de ella.

Ella esperó rabia de él, al menos un resto, pero su beso resultó inesperadamente dulce. Sus manos acariciaron sus cabellos al tiempo que trazaba el chichón de la cabeza con cuidado.

—¿Sigue doliéndote? —le preguntó él.

—No —ella le deslizó la mano por el pecho, deleitándose con el calor de su cuerpo y con la fuerza de su torso y sobre todo con la vida que desprendía su persona. Él la besó de nuevo, esa vez con más pasión, con un deje de desesperación que ella también mostró al besarlo.

—¿Y ahora qué?

—No.

Le hinco los dedos en los hombros; estaba tan ardiente con sus caricias No tenía defensas cuando se trataba de Nick, ni una; pero aun así trató de disuadirlo, tanto por su bien como por el de ella.

—Estás rompiendo todas las reglas —le susurró ella mientras él le acariciaba los hombros y empezaba a juguetear con los tirantes del camisón con sus dedos largos y firmes—. Un dormitorio no es un lugar público.

—Lo sé —dijo él en ese tono ronco que encendía los deseos de una mujer.

—Y la puerta está cerrada y las cortinas echadas.

—No hay público —murmuró él y le puso los labios en el hombro en el mismo sitio donde había estado el tirante.

—Y no sé tú —dijo ella desesperadamente, en un intento de recordarle lo de las reglas—, pero a mí esto empieza a parecerme sexo.

—No es sexo —dijo él con certidumbre—. Es el preludio.

Hallie cedió, se rindió, estremeciéndose de placer mientras él pasaba los labios sobre sus hombros con toda suavidad, trazando sobre su clavícula un camino lento y tortuoso. La subió encima del aparador sin esfuerzo y al instante siguiente tenía su pezón en su boca, a través de la fina barrera de seda del vestido, pero no era suficiente, claramente no lo era. Le acarició los cabellos y se deleitó con su tacto sedoso. Arqueó la espalda mientras él le bajaba los tirantes del vestido. El cuerpo siguió y entonces sus pechos quedaron al descubierto delante de él; y Nick empezó a acariciarle los pezones duros con tanta suavidad que ella no sabía si llorar de placer o gritar de frustración.

—No me voy a romper —dijo ella en tono sensual, como para darle una pista.

—Eso también lo sé —esbozó una sonrisa de medio lado—. Seguramente serás indestructible. Me he dado cuenta hoy. Sólo tu aspecto es frágil.

—No soy frágil —dijo ella—. Ni siquiera soy virgen ya.

Entonces él le mordió los pezones hinchados y casi doloridos de deseo y ella gimió con aprobación mientras las sensaciones se apoderaban de ella.

—¡Que Dios nos ayude! —dijo él fervientemente mientras la tomaba entre sus brazos y la llevaba hasta la cama.

Hallie se agarró a él cuando los dos cayeron sobre los almohadones que cubrían la cama, deseando sentirlo encima, dentro de ella Cuanto antes mejor. El corazón le latía muy deprisa y respiraba aceleradamente mientras le desabrochaba los botones de la camisa, se la quitaba y se abrazaba enseguida a él para deleitarse con el roce de su piel, aplastando los pezones contra su pecho musculoso. Más, deseaba más, exigía más mientras le desabrochaba ciegamente el cinturón y después la cremallera de los pantalones. Pero él le retiró la mano con una risa ahogada.

—No —murmuró él—. Las damas primero.

—¿Qué pasa con la igualdad? —gruñó ella.

—Está sobrevalorada.

Nick sonrió con picardía mientras le quitaba el vestido y después las braguitas.

—Las damas primero es una buena opción para ti en este momento. Confía en mí.

Le tomó las manos y se las subió por encima de la cabeza y ella lo dejó hacer; le dejó hacer lo que quisiera. Estaba desnuda para él, totalmente desnuda salvo por los diamantes de la gargantilla y los pendientes.

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