Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Esposa Por Una Semana

Kelly Hunter

 

 

 

Esposa Por Una Semana (01-02-2007)

Título Original: Wife For A Week (2006) 

Editorial: Harlequín Ibérica 

Sello/Colección: Bianca Especial 7 

Género: Contemporánea 

Protagonistas: Nicholas Cooper y Hallie Bennet 

Argumento:

Por mucho que fueran marido y mujer, las muestras de cariño sólo eran en público 

Nicholas Cooper necesitaba encontrar una esposa para cerrar un importante trato y Hallie Bennett era lo bastante inteligente y bella para llevar a cabo el trabajo. Hallie necesitaba el dinero y Nicholas prometió comportarse como un perfecto caballero.

Mostrarse cariñosos en público resultó ser sorprendentemente fácil, lo difícil era mantenerse alejados el uno del otro cuando estaban en privado…

Pero ése no era su único problema 

Capítulo 1

Hallie Bennett llevaba vendiendo zapatos exactamente un mes. Un largo y adormecedor mes trabajando ella sola en la exclusiva zapatería del elegante barrio londinense de Chelsea; y estaba segura de que no duraría otro más.

En el almacén había clasificado todos los pares de zapatos por diseñador, después por modelo y finalmente por número. En la tienda había colocado el stock por color y dentro de los colores por uso. Había limpiado el polvo y pasado la aspiradora. Todavía no había entrado ningún cliente, pero todavía no era ni mediodía.

Hallie tomó el zapato que tenía más cerca, una bonita sandalia con dibujo de piel de leopardo y tacón de ónice y trató de imaginar cómo era posible que alguien pudiera pagar trescientos setenta y cinco libras por un par de zapatos de esos. Dejó que el zapato colgara de las puntas de sus dedos y lo giró hacia un lado y hacia el otro antes de balancearlo finalmente en la palma de la mano.

—¿Así que qué te parece, zapato? ¿Vamos a embutir un bonito ejemplar del número seis como tú en un pie del número ocho?

El zapato asintió con una breve sacudida.

—Yo también lo creo, ¿pero que puedo hacer? Jamás me escuchan. Estas mujeres no se dejarían sorprender ni muertas con un zapato del número ocho. Claro, que si fueran hombres, sería distinto. Cuando se trata de hombres, cuanto más grande, mejor.

En ese momento se abrió la puerta de la tienda, sonó la campanilla y Hallie dejó apresuradamente el zapato en su base y se dio la vuelta.

—¡Querida, qué tienda más tremendamente desalentadora! Te lo juro, hasta que te he visto hablar con ese zapato no me he atrevido a entrar.

La mujer que había hablado era una mera contradicción. Su ropa era sensual y elegante y su figura un triunfo sobre la naturaleza, teniendo en cuenta que estaba más cerca de lo sesenta que de los cincuenta. Pero no se había estirado la cara, tenía el cabello canoso y su «querida» había sido cálido y genuino.

—Pase —le dijo Hallie con una sonrisa—. Eche un vistazo. Le aseguro que nunca contestan.

—¡Oh, es usted australiana! —dijo la mujer, claramente encantada con la idea—. Me encanta el acento australiano. Tiene unos sonidos vocales maravillosos.

Hallie sonrió de oreja a oreja. Entonces miró al hombre que acompañaba a la mujer y que entró en la tienda detrás de ella. Y sin poderlo remediar lo miró fijamente; no hubiera podido hacerlo de otro modo.

Como accesorio de moda para mujer, era espectacular. Un tentador juguete de cabello y ojos negros, que no tendría reparo en advertirle a cualquiera para que no se molestara en jugar con él si no aceptaba sus reglas. Era como un bolso de Hermés: las mujeres lo veían y lo deseaban, aunque también supieran que iban a pagar una cantidad astronómica por ello.

Entonces el hombre habló.

—Necesita un par de zapatos —dijo con su voz profunda de barítono; una voz muy sexy—. Algo más apropiado para una mujer de su edad.

—Es nuevo en esto, ¿verdad? —murmuró Hallie entre dientes antes de darse la vuelta para mirar los zapatos que llevaba la mujer: un estiloso modelo de Ferragamo con un tacón de ocho centímetros.

Eran el número adecuado para los bonitos y cuidados pies de la señora, que llevaba las uñas pintadas de un rojo vivo.

—Esos zapatos no tienen nada de malo —dijo Hallie con reverencia—. ¡Son preciosos!

—Gracias, querida —dijo la mujer—. No entiendo por qué cuando una mujer cumple los cincuenta, cierta persona a la que ha parido empieza a pensar que debería usar zapatos ortopédicos.

La mujer pareció envejecer de pronto diez años: las arrugas marcaban su rostro y las lágrimas que estaba a punto de derramar aclaraban unos que en su día habrían sido de un intenso color azul.

—¡A tu padre le habrían encantado estos zapatos!

Todo empezaba a tener cada vez más sentido. Aquel hombre de mirada añil era el hijo de esa mujer Y en ese momento estaba sin duda en un aprieto.

—Bien —dijo Hallie en tono alegre—. Estaré detrás del mostrador si me necesitan.

Él se adelantó con rapidez para bloquearle el paso.

—Ni se le ocurra dejarme solo con esta mujer. Dele algunos zapatos para que se los pruebe. ¡Cualquier cosa! —escogió la sandalia que Hallie había tenido en la mano un rato antes—. ¡Estos mismos!

—Una elección excelente —comentó Hallie mientras lo retiraba con destreza de su base—. Y una ganga a sólo trescientos setenta y cinco libras. ¿Querría su madre dos pares?

Él entrecerró los ojos y Hallie le sonrió.

—Si por lo menos tuviera alguna ilusión —la mujer se dejó caer sobre un sofá de cuero negro y suspiró de manera teatral—. Por ejemplo, nietos. Necesito nietos.

—Todo el mundo necesita algo —dijo su hijo, que en lugar de mirar a su madre la miró a ella—. ¿Por ejemplo, qué necesita usted?

—Otro empleo —dijo Hallie mientras se arrodillaba para ponerle la sandalia—. Éste me está volviendo loca —se sentó de cuclillas y miró las sandalias con detenimiento—. Le quedan perfectas.

—¿Verdad que sí?

—¿Qué le parece viajar? —le preguntó él mientras su madre se miraba la sandalia en el espejo.

—Mi apodo es «la viajera».

—¿Y su nombre de pila?

—Hallie. Hallie Bennett.

—Yo soy Nicholas Cooper —señaló a la mujer—. Y ella es Clea, mi madre.

—Encantada de conocerte —dijo Clea, que le dio un apretón de manos afectuoso y firme—. ¡Nicky mira qué rica es! ¡Es perfecta! Necesitas una esposa; eso mismo me dijiste esta mañana. Creo que acabo de encontrarte una.

—¿Esposa? —repitió Hallie con extrañeza.

¿Esposa? Así aprendería a no darle la mano a los desconocidos.

Nicholas Cooper esbozó una sonrisa pausada.

Su madre lo miraba con gesto esperanzado.

Y Hallie los miraba como si estuvieran los dos locos.

—Está forrado —dijo Clea en tono esperanzado.

—Bueno, sí —dijo Hallie, que se había dado cuenta de ese detalle por su forma de vestir—. ¿Pero es creativo?

—Deberías ver lo que le devuelve Hacienda.

—No sé, Clea. Creo que prefiero a los hombres que no sean tan

¿Tan qué? Le echó otra mirada disimulada a Nicholas Cooper. ¿Tan atractivos? ¿Tan salvajes?

—Tan morenos —dijo por fin—. Me gustan más los rubios.

—Bueno, él no es rubio —concedió Clea—, pero mira qué pies tiene.

Los tres miraron los pies de Nicholas. Llevaba unos zapatos de cordones italianos del número doce, anchos.

—Pero siendo su madre no puedo dejar que te cases con él a no ser que seáis compatibles; así que tal vez deberías besarlo para averiguarlo.

—¿Qué? ¿Ahora? ¡Ay, Clea, no creo que!

—No discutas con tu futura suegra, querida. No está bien.

—No, de verdad, no puedo. No es que Nicky no tenga muchas cosas a su favor

—Gracias —dijo él en tono seco—. Puedes llamarme Nick.

—Porque está claro que las tiene —añadió ella—. Sólo es que, bueno

1
{"b":"238045","o":1}