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—Tal vez si las hubiera visto, no me habría olvidado de nada —le dijo ella con dulzura.

—Ahora ya las puedes ver.

Hallie se acercó al mostrador y acarició el estuche de terciopelo. Entonces vaciló un instante.

—¿Y ahora qué? —dijo Nick.

—He visto el colgante que Jasmine llevaba esta noche y es muy sencillo —dijo Hallie—. No me gustaría pasarme.

—A lo mejor éste también es sencillo —dijo él—. ¿Por qué no lo abres y lo ves?

¿Por qué no lo abría? Explotaba de curiosidad, preguntándose qué habría elegido él y si le gustaría o no. Preocupada de que no le gustara; aunque más preocupada de que sí le gustara. Pero sólo había un modo de averiguarlo. Hallie abrió el estuche con cuidado. Entonces emitió un gemido entrecortado.

El collar era una gargantilla de diamantes que brillaban con suavidad. Era una pieza de joyería exquisita, incluso deslumbrante y Hallie sabía que en ese momento se le estaban saliendo los ojos de las órbitas. Pero lo que se decía sencilla, no era nada sencilla.

—¿Te gusta? —le preguntó él.

—¿Lo dices en serio? Es una preciosidad.

Él la sacó del estuche y se la puso. Hallie sintió el calor de sus dedos suaves.

—Te queda bien. Sabía que sería así —la condujo hacia el baño—. Ve a mirarte al espejo.

Hallie fue y se miró al espejo, se lo colocó bien y sonrió. Resultaba perfecto. Pensó en Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, o en Grace Kelly en cualquiera de sus películas; ambas de pelirrojas, por supuesto.

—¿Qué te parece? —le preguntó Nick desde la puerta.

Su sonrisa era indulgente, su mirada intensa.

—Traerlo hasta aquí y no ponérmelo sería una pena.

Seguramente las joyas no le quitarían protagonismo a la lágrima de Jasmine, decidió algo desesperada. Los diamantes eran impresionantes de un modo totalmente distinto, eso era todo.

—Tiene unos pendientes a juego.

—Bueno —Hallie se dijo que sería mejor hacer las cosas bien; un momento después, los llevaba puestos—. ¿Te parece demasiado?

—Siempre podrías quitarte el vestido —murmuró Nick—. Eso funcionaría.

—Céntrate en las normas —le dijo Hallie.

—No me digas.

—Puedes mirar todo lo que quieras —dijo ella generosamente—. Incluso puedes tocar cuando estemos en público y rodeados de gente.

Y con eso agarró el bolso que hacía juego con el chal y se dirigió hacia la puerta.

El salón de baile del hotel Four Winds era donde el colonialismo británico se encontraba con la afluencia asiática y un espectáculo de tan desenfrenada opulencia que dejó a Hallie boquiabierta. Había pirámides de copas de champán, además de camareros nerviosos, cantantes de ópera ricamente vestidas con las caras pintadas de blanco; arañas de cristal de cinco pisos y plumas de pavo real por doquier. Junto a la pista de baile había una banda de música. Allí estaba la flor y nata de Hong Kong, todos vestidos con sus mejores galas, mezclándose graciosamente.

—¿Cómo demonios se supone que voy a volver a vender zapatos después de esto? —murmuró con desesperación mientras intentaba recordarlo todo: los colores y las texturas, los olores y los sonidos.

—Tal vez no tengas que hacerlo —murmuró Nick y Hallie sintió que el corazón le daba un vuelco—. Tendrás dinero suficiente después de esto para sacarte tu diploma sin tener que vender más zapatos, ¿no?—añadió él.

¡Ah! Se refería a eso. Por un momento había pensado que Nick se había enamorado de ella y se había preguntado lo que significaría ser de verdad la señora de Nick Cooper. No le había parecido mal; pero lógicamente, era una ridiculez. Había accedido a tomar parte en esa charada para poder hacer realidad su sueño, que nada tenía que ver con Nicholas Cooper ni con los finales de cuentos de hadas y todo que ver con el esfuerzo, la independencia y la satisfacción de la consecución de los objetivos.

—Me las apañaré —dijo ella con firmeza—. Tienes razón, vender zapatos se ha terminado para mí. Y brindo por ti; por ayudarme a conseguir todo lo que me he propuesto.

—Te he observado, Hallie —en su voz había una nota curiosa—. He visto el entusiasmo y el ánimo que despliegas con todo lo que haces y sé sin duda alguna que cuando te decidas por una carrera profesional ya sea en el mundo del arte o en cualquier otro, vas a conseguir el éxito. No lo dudes nunca.

—Gracias —dijo ella en tono callado.

A pesar de todos sus fallos, porque el que no se hubiera enamorado de ella perdidamente era uno de sus fallos, Nicholas Cooper creía en ella. El corazón le palpitó muy fuerte unos instantes antes de retomar su velocidad habitual; y cuando lo hizo ya no era del todo suyo. Parte era de Nick. Claro que ella no pensaba dejárselo ver.

De modo que esbozó una sonrisa; una sonrisa que se volvió más genuina cuando le presentaron a amigos y conocidos de John y Jasmine. Ella hizo un gesto de saludo con la cabeza a los maridos y charló educadamente con las esposas, que miraban la gargantilla de diamantes abiertamente, mientras Nick le decía bobadas al oído para hacerla reír.

Ir de pareja con Nick a una fiesta era fácil. Era guapo, encantador y sabía exactamente en qué momento dejarla sola y cuándo quedarse a su lado.

—Eres un acompañante muy bueno, ¿lo sabías? —le dijo ella mientras él le quitaba de la mano la copa de champán y se la pasaba al camarero que pasaba junto a ellos, de cuya bandeja retiró un vaso de agua fría, que era precisamente lo que le apetecía—. ¿Cómo sabías que quería agua?

—No lo sabía —dijo Nick—. Pero llevabas más de una hora sin probar el champán y se te estaba calentando, de modo que decidí intentarlo.

—Apuesto, generoso y atento —dijo Hallie en tono seco—. ¿Hay algo que no se te dé bien?

—Las reglas —dijo él con ojos de mirada intensa—. No se me dan muy bien las reglas. Baila conmigo.

Hallie dio un sorbo de agua y se deleitó con la sensación del líquido fresco bajándole por la garganta repentinamente seca.

—No estoy segura de que bailar sea buena idea.

Bailar significaba tocarse, tocarse y desear; y cuando se juntaban tocarse, desear y Nick, era ella la que sin duda olvidaría las reglas.

—Estoy pensando que deberíamos renunciar al baile.

—No. Es una fiesta. Tiene que haber baile —esbozó una sonrisa pícara—. Estamos en un lugar público. Hay miles de personas a nuestro alrededor. No voy a incumplir ninguna norma aquí.

Menos mal.

—De acuerdo, pero si bailamos, que lo hagan también los demás —dijo mientras veía a Jasmine y a Kai apartarse de un grupo grande para dirigirse hacia la única zona donde uno podía sentarse—. Kai necesita bailar con Jasmine.

—¿Por qué?

—Te lo explicaré luego.

Cuando llegaron donde estaba la joven pareja Hallie sonrió de oreja a oreja.

—¿A alguien le apetece bailar en el balcón? Creo que será sin duda el sitio más fresco de toda la sala.

Jasmine se encogió de hombros y miró a Kai con los ojos bajos. Vamos, Jasmine, pensó Hallie mientras animaba en silencio a la joven; vivían una época de igualdad, podía sacarlo a él a bailar.

Pero Jasmine permaneció en silencio y lo mismo hizo él.

—Huéleme —le dijo a Nick—. ¿Cómo huelo?

Nick suspiró, inclinó un poco la cabeza y aspiró.

—Hueles divinamente.

—Ahora huele tú a Jasmine —le ordenó a Kai—. ¿Te parece bien?

Jasmine levantó la barbilla. Kai asintió y sonrió levemente.

—Excelente. ¿Y estoy guapa? —le preguntó a Nick.

—Extremadamente —le dijo él en tono seco.

—¿Qué hay de Jasmine?

—Está preciosa —le aseguró Nick con gravedad, mirándola con ojos risueños.

—Entonces por esa parte no hay problema. Por supuesto, asumo que todos sabemos bailar. Tú sabes bailar, ¿o no? —le preguntó a Kai.

Kai sabía cuándo ceder con elegancia. Le echó a Nick una mirada de hombre a hombre que resultó curiosamente amable y después se dio la vuelta para hacerle una graciosa reverencia a Jasmine antes de ofrecerle su brazo. Ella lo tomó y juntos avanzaron hacia la pista.

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