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¿Qué clase de mujer elegiría cuando finalmente se decidiera a casarse? Hallie se quedó pensativa. ¿Se reiría con él y se deleitaría con el niño que se escondía tras el hombre? ¿Sería una mujer de mundo y elegante? ¿Un valor añadido a sus intereses de negocios? ¿Elegiría a la perfecta esposa para un empresario? Hallie estaba tan distraída con sus pensamientos que estuvo a punto de caerse encima de Nick cuando éste se arrodilló para examinar los relojes de imitación que un golfillo había alineado con precisión militar sobre una toalla sucia.

—Cartier —dijo él, sonriéndole—. Menudo chollo. ¿Quieres uno?

Maldita sea, sabía que eso ocurriría. Se estaba enamorando de él.

—Ése —señaló un sencillo reloj de esfera redonda que había a la mitad de la fila—. ¿Funciona?

—Las manillas se están moviendo. Eso siempre es una buena señal —dijo él mientras le daba al chico dinero suficiente para comprar diez relojes de aquellos y le decía que se quedara con el cambio—. ¿Adónde vamos ahora? —le dijo mientras le daba el reloj.

—De vuelta a casa de los Tey si este reloj va bien. Tengo que volver a las cinco y media si quiero que la peluquera me peine.

—¿Y quieres?

—Desde luego. Esta noche voy a una fiesta con un traje de diseño y habrá música y baile y sonarán las doce campanadas. Quiero ir muy bien arreglada. Esta noche quiero sentirme como Cenicienta.

—¿Quiere decir eso que yo debo ser tu príncipe azul?

—Puedes intentar ser mi príncipe azul —respondió Hallie con una sonrisa en los labios.

Estaban en una calle llena de gente y por el carril central un taxi avanzaba hacia ellos.

Nick lo vio casi al mismo tiempo que ella y se adelantó para levantar la mano. El taxi giró bruscamente y se abrió paso hasta el carril lateral ante la protesta general de los demás coches.

—Creo que nos ha visto —dijo Nick.

—Sí, pero ¿quieres meterte en un coche con ese conductor? —murmuró Hallie.

El taxista no aminoró la velocidad; si acaso, aceleró.

—No va a parar —dijo ella.

En ese mismo momento alguien empujó a Nick por la espalda y lo precipitó a la carretera.

—¡Nick!

Todo ocurrió en un caos de gritos. Haciendo gala de unos reflejos instintivos, Hallie sacó un brazo, lo agarró de la camisa y tiró de él con todas sus fuerzas, en el mismo momento en que el taxi pasaba a su lado a toda velocidad, a pocos centímetros de la alcantarilla. Nada amortiguó la caída de Hallie cuando los dos cayeron hacia atrás: se pegó en el codo contra el suelo de cemento y Nick cayó encima de ella con la fuerza de todo su peso, dejándola momentáneamente sin respiración. Al momento Nick estaba de rodillas a su lado, pero Hallie lo veía todo borroso.

—Hallie, Hallie, ¿me oyes?

La cara de Nick se cernía sobre la suya; una cara conocida en un mar de caras orientales y Hallie se agarró a él como un náufrago a una balsa.

—No iba a parar —le susurró ella.

—Es cierto. No iba a parar.

Nick parecía casi tan desconcertado como ella mientras le retiraba un mechón de cabello de los ojos.

—¿Cómo te encuentras? ¿Dónde te duele? —le preguntó Nick.

—Me he raspado el codo —dijo ella—. Y me he dado un golpe en la cabeza.

—¿Cuántos dedos ves?

—Ninguno. Me estás tocando el pelo.

—Bien —dijo Nick—. ¿Y ahora, cuántos?

—Dos.

Poco a poco empezaba a ver un poco más claro. Trató de sentarse, e inmediatamente vio un montón de manos delante que no sólo querían ayudarla a sentarse sino que al momento estaban levantándola con mucho cuidado.

—Gracias —dijo ella—. Gracias, de verdad —añadió cuando alguien le pasó el bolso, donde tenía los perfumes guardados.

La gente que los rodeaba discutía animadamente y Hallie oyó un gran vocerío y vio cómo gesticulaban. Finalmente un chino trajeado y con pinta de ejecutivo se acercó a ellos.

—Lo han empujado —le dijo a Nick—. Este hombre dice que lo ha visto —señaló a un hombre pequeño que estaba al fondo de la multitud—. Ha dicho que ha sido un hombre con una gorra roja, una cazadora con cremallera y vaqueros. Un hombre joven.

Nick asintió y les dio las gracias a los dos hombres.

—A mí también me ha parecido ver a alguien empujándote —dijo Hallie—, pero no le vi la cara.

Había estado demasiado ocupada tratando de agarrar a Nick por la camisa.

—Vamos —dijo Nick, conduciéndola hacia la puerta de una tienda donde no había tanto bullicio—. Creo que debemos llevarte al hospital para que te miren ese codo.

—¡No, Nick! ¡Nos va a llevar horas!

Si iban al hospital se perderían la fiesta.

—Sólo te has caído encima de mí, eso es todo. Me crié jugando al fútbol con mis hermanos; estoy acostumbrada a caerme.

Bueno, estaba exagerando un poco. Aunque de todos modos, él no pareció tragárselo. Le levantó el brazo para examinárselo y se lo giró para que ella pudiera vérselo. Era un rasguño muy feo. ¡Maldición!

—Esto no me va a ir muy bien con el vestido.

—No bromees —dijo él con voz ronca—. Tienes una contusión.

Nick le agarró la cabeza y con mucha delicadeza se la echó hacia delante para ver si tenía alguna herida.

—¡Ay! —gritó Hallie cuando él le tocó precisamente donde se había pegado contra el suelo.

—Se te está hinchando —le dijo él—. Te va a salir un chichón.

—También me va a peinar una peluquera. Nadie se dará cuenta de que está ahí. De verdad, Nick, estoy bien.

Él la miraba con sus ojos negros de expresión intensa y sus manos se deslizaron por su cuello hasta que le agarró la cara con las dos manos.

—Me has asustado —dijo sin más.

Entonces se acercó a ella y la besó en los labios.

Fue delicado, muy delicado y Hallie tembló con la ternura de su gesto. Cerró los ojos, levantó las manos para colocarlas sobre sus hombros y abrió la boca, deleitándose con su sabor caliente y delicioso. Él se tomó su tiempo, un tiempo lento y agonizante, antes de rozarle la lengua con la suya. No había prisa. Nick fue aumentando la tensión del beso con delicadeza y seguridad y por segunda vez en el mismo día, vio un millón de estrellas con la imaginación. Eso era lo que llevaba esperando toda la vida: la fuerza atemperada por el cariño, la mezcla de pasión y dulzura; y Hallie le echó los brazos al cuello y bebió de esa dulzura sin pensar en nada aparte de la creciente necesidad de poseerla.

Fue Nick quien interrumpió el beso y apoyó la frente contra la de ella mientras respiraba con agitación.

—Tenemos público —murmuró él—. Y estamos en la calle. Yo creo que no hemos incumplido ninguna norma.

—Menos mal —susurró ella.

Hallie no estaba muy de acuerdo con eso. En realidad le parecía que estaban quebrantando todas y cada una de las normas que se habían impuesto.

Él se retiró, pero quedó claro que no era lo que deseaba hacer.

—¿Quieres que vayamos a ver a un médico?

Era una pregunta, no una orden y Hallie se dio cuenta de que a pesar de todas las similitudes entre Nick y sus hermanos, en algunas cosas Nick era muy, muy diferente. Ver a un médico era algo que decidiría ella y eso fue lo que hizo.

—Estoy bien —dijo Hallie con firmeza—. De verdad, estoy bien.

—Vamos —Nick no sabía si maldecir su obstinación o si aplaudir su espíritu—. Te llevaré a casa.

Capítulo 7

—¿Qué ha pasado? —gritó Jasmine cuando les abrió la puerta de casa.

Llevó a Hallie al salón y la ayudó a sentarse en la primera silla que vio.

—Quédate aquí —le ordenó la joven, que desapareció rápidamente.

Cuando volvió lo hizo con Kai, que llevaba un botiquín en la mano. Nick suspiró aliviado al ver que Jasmine sacaba un bote de líquido antiséptico y se disponía a limpiarle la herida del codo.

Se había dado un susto de muerte al verla tirada en la calle, con aquel aspecto tan frágil y desvalido, tan sólo medio inconsciente; y su decisión de no consultar a ningún médico no le había sentado bien.

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