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—He pensado ponerme esto. No es nada caro, más bien una baratija, pero era de mi madre. No tiene cierre, se mete por la cabeza. Pero es demasiado largo.

—No si te lo pones hacia atrás —le dijo Hallie.

—¡Oh! —exclamó Jasmine—. Ahora sí que me decanto por el vestido azul. Y le voy a pedir a Kai que baile conmigo. Es una fiesta; y en las fiestas las personas sacan a bailar a otras.

Los instintos femeninos de la niña no tenían nada de malo, pensaba Hallie mientras asentía con entusiasmo.

—Un baile lento —dijo ella—. Un vals, para que tenga que ponerme la mano en la espalda y tocarme toda la piel.

Jasmine sonrió despacio. Hallie le devolvió la sonrisa. Kai estaba metido en un buen lío.

Nick y John volvieron a media tarde, más temprano de lo esperado.

—Estamos casi listos —dijo Nick cuando Hallie lo llevó al jardín para que le diera la explicación completa—. John tiene a sus abogados preparando ya los documentos. Les he enviado un fax a mis abogados, pero no creo que haya ningún problema. Lo único que nos queda por hacer es firmarlos.

—¿Entonces estás contento con el trato? —le preguntó ella.

—Es un poco menos de lo que yo había pensado en cierta forma y un poco más en otras. Creo que John siente lo mismo que yo —Nick le echó una sonrisa recelosa—. Tengo una nueva apreciación para el regateo como forma artística, pero al final hemos llegado a un acuerdo. Es un trato justo. Los dos vamos a ganar mucho dinero. Así que esta noche hay que celebrarlo.

Hallie lo miró con preocupación. No parecía como si tuviera muchas ganas de celebrarlo. Parecía exhausto.

—¿Vas a aguantar hasta la medianoche? ¿Por qué no subes y descansas un poco? Échate una siesta, Nick.

—Lo haría, pero la cama de arriba me trae recuerdos tuyos. Si subo a tumbarme a la cama, sé que no voy a descansar y menos a dormirme.

—¿Estás coqueteando conmigo?

—No.

La miró con intensidad, demasiado cansado y tenso para molestarse con lindezas. Necesitaba descansar, necesitaba dormir, pero si ésa no era una opción, entonces lo mejor que podía hacer era tomarse un descanso de su trabajo, de la tensión de fingir que Hallie y él estaban casados, de los Tey por muy agradables que fueran.

—Ven a la ciudad conmigo. Tengo que buscar un regalo de Año Nuevo para Jasmine. Te vendrá bien. En realidad nos vendrá bien a los dos.

—¿Tú crees?

—Quiero relajarme y ser yo misma un rato. No Hallie Cooper, la esposa de un empresario; ni Hallie Bennett, cómplice de las mentiras. Sólo quiero ser yo. Y quiero que tú seas tú.

—Tiempo muerto —dijo Nick.

Exactamente.

—Entonces, ¿qué me dices?

Veinte minutos después estaban en una bulliciosa acera de una calle del centro de Hong Kong, después de que Kai los dejara y de que Nick le asegurara que después tomarían un taxi para volver. Estaba cansado e irritable y el tratar de negar la enorme atracción sexual que sentía por Hallie no parecía servirle de mucho; pero no podía negar que su sugerencia de tomarse un respiro era buena.

—¿Tienes algo en mente para Jasmine? —le preguntó él.

—Estoy completamente segura de que lo sabré cuando lo vea —respondió Hallie alegremente.

Nick gimió. Sin duda tardarían años en elegir algo.

—Estoy abierta a cualquier sugerencia —añadió.

Dios existía.

—Perfume —le decía él firmemente dos minutos después, cuando estaban ya delante del mostrador de una tienda muy grande—. Le compraremos un perfume.

—Muy previsible —suspiró Hallie.

—Seguro —la corrigió Nick mientras observaba la sorprendente variedad que tenían allí—. Elige tú.

—Tendré que olerlos primero y encontrar el que mejor le vaya a Jasmine. Por supuesto ya sé cómo huelen la mitad de ellos, de modo que no tardaré mucho.

Tal vez el perfume no hubiera sido una solución tan rápida y fácil al problema de comprar un regalo para Jasmine, pensaba Nick con pesar mientras Hallie tomaba el bote que tenía más cerca y se lo llevaba a la nariz.

—Éste es demasiado fuerte. Jasmine es mucho más delicada que todo eso —Hallie hizo una mueca y dejó rápidamente el bote en el mostrador antes de escoger otro—. Y éste ya no se lleva —continuó por el mostrador hacia el siguiente grupo de pequeños botes de perfume, escogió uno del centro y se lo pasó a él—. Prueba éste.

Él lo olió.

—Huele bien.

Pero Hallie lo rechazó.

—Sí, huele bien, pero no tiene fondo. Es demasiado casto. Jasmine es una mujer, no una niña.

—Tal vez pudiera usarlo para sus momentos más de niña —sugirió él, pero ahogó un suspiro al oír que Hallie decía que no.

Sin duda se tirarían horas eligiendo el perfume.

El siguiente también olía bien. ¡Maldita sea, todos olían bien! Pero según Hallie ninguno era el adecuado. Entonces Hallie señaló un probador largo y estrecho que había en un estante alto y la dependienta se lo bajó con amabilidad. Levantó el tapón, aspiró hondo y suspiró con felicidad.

—Éste —dijo—. Éste sí que es para Jasmine.

Nick lo tomó y lo olió. Agradable. No entendía la razón por la cual ése era más Jasmine que los demás, pero si a Hallie le satisfacía, a él también.

—Entiendo lo que quieres decir —asintió con la cabeza para darle énfasis a sus palabras.

—¡Mentiroso! —su risa fue cálida y espontánea, el reflejo de una mujer—. Dime por qué lo he elegido.

—¿Por capricho?

Hallie entrecerró los ojos y levantó la cara. A Nick le encantaba ese gesto suyo.

—Acabo de darte unas pistas enormes sobre cómo comprarle un perfume a una mujer. ¡Enormes! Al menos podrías haber prestado atención.

—He prestado atención.

—De acuerdo, entonces —puso los brazos en jarras—. Elige uno para mí.

Nick miró a Hallie de hito en hito, se quedó mirando los perfumes, las doscientas botellas que había allí y estuvo a punto de ponerse a sudar.

—No me vendría mal una pista.

Hallie avanzó de nuevo delante del mostrador, se acercó a un grupo de botes y alzó la mano sobre uno en particular antes de escogerlo.

—Toma. Es el que solía usar mi madre; me trae muy buenos recuerdos de ella. Es cálido, elegante. Me encanta, pero yo no lo uso.

—¿Y para ti eso es una pista?

—Es una pista grande —dijo con voz grave, pero sus ojos reían.

Nick suspiró con fuerza, le quitó de la mano el perfume que solía usar su madre y lo olió. Conocía ese aroma y también le encantaban los recuerdos que suscitaba en él ya que también Clea lo había usado. Era cierto, no era el adecuado para Hallie. De todos modos, estaba cerca.

Atacó el problema sistemáticamente, pasando por todos los perfumes que tenía delante y rechazando todos salvo tres de ellos. Con ésos se tomó su tiempo, antes de escoger el adecuado, que le pasó a ella.

—Éste.

—¿Estás seguro? —se burló ella—. ¿Cómo lo sabes? Porque juraría que tu nariz se ha puesto en huelga hace ya diez botes.

—Huélelo —la urgió él.

Ella aspiró hondo. Tenía algunos de los ingredientes presentes en el perfume de su madre, la misma calidez de base, pero era distinto. Más exótico y juvenil. Más vibrante.

—¿Y bien? —le preguntó él con cierto nerviosismo.

—Me gusta.

—¿Cuánto te gusta?

—Mucho.

La sonrisa de alivio de Nick fue tan tierna como la de un chiquillo y Hallie sintió que le palpitaba el corazón. Nick Cooper era una curiosa mezcla: de pronto suave y al momento siguiente dulce y tierno como un niño.

—Prométeme que te lo pondrás para mí esta noche —murmuró él.

Sí, suave como la seda.

—Ahora, voy a elegir uno para ti —le dijo ella.

—¡No lo hagas! —dijo él, claramente horrorizado con la idea—. Camina conmigo por las callejuelas de la ciudad un rato. Es todo lo que quiero. Deja que te enseñe el Hong Kong que mejor conozco.

La idea le gustó.

Le encantaba hacer precisamente eso, porque fue allí donde encontró lo que no había encontrado en el impoluto aeropuerto o las luminosas tiendas. Paseando por las calles con Nick encontró los puestos de los vendedores ambulantes con sus carretas de comida; el olor a año viejo y el bullicio de una exótica y vibrante cultura. ¿Ése era el Hong Kong que Nick prefería? Debería haberlo adivinado. Nick siempre había buscado lo genuino, añadiéndole un toque de incertidumbre y coloreándolo del color de lo mágico. Era parte de su encanto.

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