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—Yo no he visto nada —dijo él.

Eso es porque había estado demasiado ocupado mirándola a ella.

—Supongo que podría haber sido un telescopio —añadió ella—. O una cámara —se dio la vuelta despacio, cada movimiento suyo era un sutil desafío—. Ése es el problema con una ciudad de este tamaño. Que siempre hay alguien observando.

—No hay nadie mirándonos —dijo él en tono firme.

—Que tú sepas —lo corrigió con una sonrisa pícara—. Mejor cerrar las cortinas, por si acaso. Porque si hubiera alguien ahí observándonos, vería la cama sin ningún problema.

Nick miró hacia la cama y a Hallie le pareció como si murmurara algo entre dientes, una especie de oración. Tal vez estuviera rezando de verdad.

—Voy a darme una ducha antes de la cena —dijo él con tenacidad—. Y me llevo la ropa dentro.

¿Cómo, no iba a desfilar desnudo con ese cuerpo suyo de dios griego por la habitación? ¡Qué aguafiestas!

—Ve —Hallie le hizo un gesto con la mano—. Yo ya me he duchado. Sólo tengo que cambiarme de ropa y estaré lista para la cena. Me voy a cambiar mientras tú estás en el baño. Y después saldré a la terraza para darte un respiro. No quiero que incumplas más normas.

Trató de no sonreír con gesto de suficiencia mientras él sacaba ropa limpia y se metía en el baño, donde cerró la puerta con más fuerza de la estrictamente necesaria.

La deseaba. Nick Cooper, un mujeriego empedernido, la deseaba; por mucho que hubiera dicho esa mañana. Y que Dios se apiadara de los dos, ella también lo deseaba a él.

Con la distancia llegaron los pensamientos racionales. Hallie estaba en la terraza deleitándose con la belleza de los cuidados jardines que rodeaban la casa y observando las nubes que empezaban a cubrir el cielo y pensó en la situación con sensatez.

La embriagadora imprudencia que impregnaba la idea de que Nick la deseaba se había asentado y había visto la realidad. Nick no quería desearla. No podía permitirse la distracción; se lo había dicho desde el principio. De ahí su trato, sus reglas y las diez mil libras que le pagaría al final de la semana. Él contaba con que ella cumpliera su parte del trato.

En cuanto a que ella lo deseara, bueno, eso era lo normal. Era una respuesta lógica a un hombre como Nick; tan lógica como el respirar. No quería decir que necesariamente deseara tener una relación con él. Había luchado mucho para ser independiente de sus bienintencionados hermanos mayores; a veces incluso había jugado sucio para mantenerla. De modo que no podía renunciar a ello; y no lo haría. No quería ser la esposa mimada de un hombre de negocios. Ni siquiera por Nick. De modo que todo quedaba zanjado. Nick tenía razón. Desde ese momento en adelante se ajustaría al trato, al plan que habían trazado. Y a las reglas. Por el bien de los dos.

Nick apareció en la terraza antes de las siete, recién duchado, afeitado y muy apuesto con unos pantalones oscuros y otra de esas camisas inmaculadas que se ponía sin corbata. Hallie se dijo que no sabía cómo iba a dejar de coquetear con un hombre así a su lado.

Sin embargo Hallie lo recibió con una sonrisa cálida pero no provocativa y su lenguaje corporal fue acogedor, pero no incitante.

—He estado pensando todo este dilema del deseo —le dijo en tono informal, como si sólo estuvieran hablando del tiempo—. Creo que lo mejor es que lo dejemos.

—Yo ya lo había pensado —dijo él.

—Es decir, sólo será durante unos días más; estoy seguro de que podremos conseguirlo. Así tú podrás concentrarte en tu trabajo y yo consigo el dinero para terminar mis estudios.

—Exactamente. Gracias, Hallie —dijo con una sonrisa de alivio.

—No sonrías —le advirtió ella—. Mi resolución no es del todo fiable. También estoy pensando que debería mostrarme más cuidadosa contigo, más similar a lo que sería la esposa de un empresario. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Sólo lo que has estado haciendo. Mantener la conversación ligera, buscar espacios de interés común. En ese sentido, lo estás haciendo bien.

¡Uy, caramba! Un elogio. Entraban en un terreno peligroso.

—Y no estoy segura de dónde debo sentarme durante la cena. ¿A tu lado? ¿Frente a ti? ¿Dónde, Nick?

—A mi lado —dijo él—. John dice que el restaurante al que vamos a ir no es muy espectacular, pero parece ser que preparan el mejor cangrejo picante de Hong Kong. Espero que te guste la comida picante.

Le gustaba. A Hallie se le empezaba a hacer la boca agua. La cena no parecía que fuera de negocios, sino más bien de relax y divertida. Se miró los pantalones negros y la camisa rosa. Los pantalones estaban bien. La camisa era el problema. El agüilla de las patas de cangrejo podría salpicarle la tela con facilidad y luego quedaría fatal.

—Tal vez debería cambiarme de ropa.

O tal vez debería tratar de comer cangrejo de otra manera, con más cuidado, pensaba con un suspiro cuando John, Jasmine y Kai se unieron a ellos en la terraza.

—He pensado que tal vez vayamos en ferry al restaurante —dijo John con una sonrisa—. Tomáoslo como el capricho de un hombre mayor. Me encanta estar en el puerto de noche.

—Lo que quiere decir es que le encanta enseñarle la ciudad a todas las visitas —le susurró Jasmine a Hallie con una sonrisa—. Pero es un trayecto que no vais a olvidar, te lo aseguro. ¿Nos marchamos?

El trayecto en ferry fue tan mágico como le había prometido Jasmine, con Hong Kong Central en una orilla y Kowloon en la otra con sus rascacielos iluminados y sus exhibiciones de rayos láser que iluminaban la noche. El puerto en sí era un lugar bullicioso; la suave brisa y el vaivén de las olas en el casco del barco una delicia sensual. Pero fue el horizonte lo que verdaderamente la sorprendió, los miles de millones de luces que transformaban el puerto en un lugar mágico.

—Le has alegrado la noche a John —dijo Nick—. Le ha bastado con ver tu cara de felicidad.

—Nick, es todo precioso.

—Sí, lo es —dijo él en tono bajo.

Pero no estaba mirando las luces de Hong Kong; sino que la miraba a ella.

Totalmente desconcertada, Hallie se rodeó la cintura con los brazos y desvió la mirada.

—¿Tienes frío?

—No.

Pero de todos modos él se acercó a ella un poco más, de modo que su cuerpo le calentaba la espalda y los brazos le rodeaban la cintura; y ella no lo rechazó porque tenían público. Porque le gustaba.

El restaurante era una terraza en la acera, con mesas y sillas de plástico. Una fila de enormes cubos de cangrejos con las pinzas atadas se alineaba a un lado del cuadrado y unas tinas en las que crecían plantas de bambú en el otro. La entrada del establecimiento era el tercer lado y el cuarto la alcantarilla. Estaba pobremente iluminado, lleno de gente, no había manteles en las mesas, pero por lo menos había un montón de servilletas de papel.

Un camarero desaliñado corrió hacia ellos y los acompañó a la única mesa vacía, cuya superficie estaba pegajosa de no haberse limpiado bien. El hombre dio la vuelta a la mesa con una sonrisa de disculpa y les mostró una adyacente. El agua embotellada llegó a los treinta segundos, junto con vasos para todos. Les llevaron palillos chinos y pinzas especiales para partir las patas de cangrejo. No había menú. El restaurante servía cangrejo; y eso era todo lo que servía.

—Cocinado como deseen —les aseguró el camarero.

Pidieron una fuente de cangrejo picante, además de vino y cerveza y Hallie se recostó en el asiento para esperar a que les llevaran la comida mientras le sonaban las tripas de hambre y se le hacía la boca agua con los fragantes aromas de las humeantes fuentes que emergían por la puerta del local.

—Estás babeando —le dijo Nick—. Un buen marido debe decirle esto a su esposa.

—No estoy babeando —dijo ella con indignación—. Estoy empapándome del ambiente.

En cuanto a que él era un buen marido ¡Ja! No quería ni empezar a pensar de ese modo. En cuanto la semana hubiera terminado, no volvería a verlo. Sería mucho mejor que tuviera eso en mente.

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