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—¿Puedo ver la urna que tiene en el escaparate?

—La señora seguramente querrá comprar de otro estilo —dijo el joven con una firmeza sorprendente—. Hay muchas otras piezas en venta en el siguiente nivel de tiendas.

—Lo tendré en cuenta —dijo ella—. En este momento estoy más interesada en éstos.

—La señora se da cuenta de que estos jarrones no son para flores.

—Lo sé. Son urnas funerarias.

—Desde luego. Albergan las cenizas de nuestros queridos difuntos.

—Ciertamente.

Y el del escaparate era perfecto para cierto marido fingido cuya sensibilidad postcoital era inexistente. Pero Nick quería un jarrón y ella quería gastar su dinero. Sin duda era una situación beneficiosa para los dos.

—¿Podría echar un vistazo al que está en el escaparate?

—Es muy caro, señora.

—Eso mismo sospechaba yo —le dijo ella con voz suave.

Aquél no era el vendedor del año, desde luego. Ella esperó y él hizo lo mismo.

Finalmente él se acercó al escaparate, retiró el jarrón y lo colocó con cuidado en el mostrador delante de ella. Le hubiera gustado tener su lupa, pero se contentó con examinar la urna por dentro y por fuera. Sin duda era una pieza de coleccionista.

—No hacemos devoluciones —dijo el joven—. La señora debe estar muy segura.

—Lo estoy —dijo ella.

Había encontrado lo que estaba buscando; la marca de un conocido artista de época. Se preguntó si el vendedor lo sabría.

—¿Cuánto?

Nombró un precio que la dejó boquiabierta. Sin duda lo sabía.

Pero el valor seguía allí. La urna estaba en muy buen estado; incluso resultaba funcional. Además, le hacía gracia. Miró al vendedor y le echó una sonrisa pícara.

—Es para mi marido. Se lo merece.

Esa vez el vendedor le devolvió la sonrisa.

—¿Y su esposo se llama?

Sacó una agenda electrónica del bolsillo, mucho más cooperativo en ese momento que antes de la venta.

Ella le dio el nombre de Nick, la dirección de Tey, todo el dinero que Nick le había dado esa mañana y un poco más.

—¿Tiene una foto de su marido?

Era una pregunta extraña. Hallie se dijo, que además no tenía ninguna.

—No importa, nos ocuparemos de ello —el vendedor le tendió el recibo—. ¿Cuándo quiere que le llevemos la urna?

—¿Hoy? —Hallie supuso que seguramente no envolvían las urnas antiguas para llevar.

—No es posible, señora —el vendedor sacudió la cabeza pesarosamente.

—Bueno, desde luego lo necesito antes de Año Nuevo. ¿Podría hacer eso? —le preguntó ella con inquietud.

—Desde luego —dijo el vendedor—. Eso sí que podremos hacerlo. No somos lentos como otros —sonrió con encanto—. Somos profesionales.

Nick regresó al dormitorio a las cinco y media de esa tarde y se encontró a Hallie profundamente dormida en la cama, con la ropa puesta, descalza y los cojines por todas partes. Uno podía adivinar cómo era una persona sólo con verla dormir. Los que dormían acurrucados o en posición fetal eran personas cautas y cuidadosas. Los que dormían sin moverse y sin hacer ruido, desde luego serían igual despiertos. Eran los que se extendían encima de la cama los más preocupantes y Hallie Bennett dormía de ese modo.

Era una ninfa de cabellos rojizos que incluso dormida tenía la habilidad de conquistarlo con su vulnerabilidad, a la vez que lo turbaba con su valentía. La suya era una combinación explosiva. Y aplicada al sexo, resultaba muy venenosa. No era de extrañar que un hombre no fuera capaz de pensar a derechas después de estar con ella; no le extrañaba que él lo hubiera estropeado todo, encima dándole dinero un par de minutos después. Le había hecho daño y lo sabía. Y sobre todo, se arrepentía mucho de ello.

Se dio la vuelta y se aflojó la corbata y el primer botón de la camisa, vio la jarra de agua en el aparador y se sirvió un vaso. No lo necesitaba. No necesitaba que Hallie le dominara el pensamiento en mitad de unas complejas negociaciones, de modo que en lugar de pensar en los márgenes de beneficios, estaba pensando en la manera de disculparse y de devolverle a sus ojos y a su sonrisa el calor que había visto cuando lo había mirado a él.

Pero no había encontrado una solución que no lo dejara expuesto y vulnerable, lo cual quería decir que no se le había ocurrido ninguna solución.

—¡Eh! —dijo una voz adormilada desde la cama—. ¿Qué tal el negocio?

Nick se volvió hacia ella con recelo.

—Rápido —como había esperado que ella se mostrara fría, al no verla así, empezó a contarle más cosas—. John quiere que cerremos los acuerdos para el Nuevo Año chino. Aparentemente si se alargan demasiado podría señalar el principio de un año desfavorable y no querríamos eso.

—Desde luego que no —Hallie sonrió y se sentó en el borde de la cama; tenía el cabello revuelto y un aspecto muy sensual—. ¿Es posible entonces?

—John tiene un equipo estupendo trabajando en ello. Eso es desde su perspectiva. Desde mi lado sólo estoy yo y unos párrafos en dos lenguas y con eso me las tengo que apañar, pero eso será después de terminar con las condiciones.

Notó que ella ponía cara de preocupación primero y después pensativa. No había sido su intención contarle tanto y no sabía por qué lo había hecho aparte de porque a Hallie se le daba bien escuchar cuando quería.

—Sí, es posible —Nick se encogió de hombros—. ¿Qué tal tu día?

—Divertido —dijo con una sonrisa—. Tengo tu urna. La van a traer aquí. También fuimos a ver cosas y almorzamos de maravilla. ¡Ah! Y tengo algo que contarte sobre Jasmine, también. Sólo trató de seducirte porque te vio como una posibilidad para escapar de la posesividad de su padre. No creo que tengamos que preocuparnos porque tenga el corazón roto.

Estupendo, sencillamente estupendo. Todo aquel subterfugio para nada ¡Mujeres! Nick frunció el ceño. Había estado tratando de proteger a Jasmine para que no sufriera, mientras ella sólo había querido utilizarlo.

—¿Cómo? —dijo Hallie—. Pensaba que estarías contento.

—Lo estoy.

Lo estaba. Pero entre que Hallie había aceptado con despreocupación que no practicaran más el sexo y el verdadero motivo de Jasmine para seducirlo, empezaba a sentirse tremendamente desvalorizado.

—John nos ha invitado a cenar fuera esta noche —le dijo para cambiar de tema, antes de que su ego quedara destruido.

—¿A qué hora? —preguntó Hallie.

—A las siete.

Ella miró el reloj del aparador.

—Qué bien. Tengo tiempo suficiente para echar una siestecita.

Cualquiera se acostumbraría a eso de tumbarse por la tarde. Agarró un almohadón y se tumbó de nuevo; entonces cerró los ojos.

Nick no podía moverse por miedo a que sus pies lo llevaran hacia la cama y todas sus normas de la mañana se fueran al traste.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó en tono ronco y sensual, pero nada más decirlo se arrepintió de haber dicho nada.

Sabía exactamente qué había detrás de esa pregunta. Quería saber si estaba capacitada físicamente para que la tomara de nuevo.

Ella se apoyó en un codo y con un movimiento ágil y fluido fijó en él esos ojos suyos dorados.

—¿Te refieres a mental o a físicamente?

—A ambos.

Pero la mirada oscura y ardiente de Nick pasó de su rostro a sus pechos y Hallie supo enseguida lo que había detrás de su pregunta.

—Me deseas —suspiró ella—. ¡Quieres hacer el amor conmigo otra vez!

—¡No es cierto!

¡Oh, sí, sí que lo era! Y el mero hecho de saberlo la hizo sentirse femenina. Sonrió despacio y se arqueó de modo que la fina seda de su camisa le apretaba los pechos y tuvo la satisfacción de ver cómo se ponía pálido.

—Basta —ordenó él.

Ella sonrió de oreja a oreja.

—Tienes toda la razón. No debemos olvidar las reglas.

Se levantó de la cama con suavidad y avanzó hacia la ventana con una nueva seguridad en sí misma.

—¿Crees que alguno de los que están tras esas ventanas de allí podría tener unos prismáticos? —preguntó ella—. Porque me ha parecido ver un destello de luz o algo.

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