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—¡No! —exclamó en tono fiero, con aspecto frágil—. Sé que me pagas por fingir que soy tu esposa y que dejé que me compraras ropa para el viaje, pero puedes guardarte tu dinero de las compras. No voy a aceptarlo.

—¿Por qué no?

A él le parecía también parte del trato.

Ella desvió la mirada.

—Porque me haría sentirme más como una prostituta —dijo ella finalmente.

Nick pestañeó; de pronto frunció el ceño.

—¡No seas boba!

Era cierto que tal vez no podía haber elegido peor momento; que no debería haberle ofrecido dinero tan seguido después del sexo. Por no mencionar lo que acababa de decirle de que no volvería a pasar. Pero lo cierto era que esa discusión ya la habían concluido y se habían puesto a hablar de otra cosa.

—¡Este dinero no tiene nada que ver con el sexo! —le soltó con rabia—. No te atrevas a pensar que estoy tratando de compensarte por lo que hemos hecho.

Ella parecía ligeramente avergonzada; y no poco dubitativa. Pero tenía la cabeza bien alta.

—Aun así no me lo trago.

Entonces estaban en un punto muerto. Porque Nick estaba igualmente empeñado en que ella se lo creyera.

—¿Y si te encargara que me compraras una pieza de alguna de las galerías cuando salgas hoy de compras? —dijo él—. ¿Y si utilizara tus servicios profesionales como experta en antigüedades, por decirlo de alguna manera? ¿Sería eso aceptable para ti?

—Te estoy escuchando —dijo ella con recelo.

—Cómprame algo, entonces —dijo él mientras le dejaba el dinero sobre la cama.

—Con todo este dinero, seguramente podría comprarte todo el puerto de Hong Kong —respondió ella en voz baja mientras miraba los billetes que había sobre la colcha—. ¿Qué quieres?

—Tú eres la experta. Elige tú.

—Sí, pero un comprador suele tener alguna idea de lo que quiere el cliente.

Comprador y cliente ¿Pero adonde habían llegado? Debería haber estado contento de que ella hubiera aceptado el dinero. Debería haberse alegrado de que por fin ella lo viera como una parte necesaria de la charada más que una especie de recompensa después del coito. Pero no se sentía a gusto. Se sentía vacío.

—Cómprame un jarrón —dijo él, diciéndole lo primero que se le ocurrió.

—Bien, te buscaré un jarrón.

Él vio que se guardaba los billetes en un bolsillo con cremallera del bolso; y se fijó en su sonrisa superficial cuando iba de camino a la puerta. Algo lo tenía fastidiado. Algo importante.

—No se te ocurriría pensar que yo te trataría como a una prostituta, ¿verdad? —le preguntó él en voz baja.

Ella no contestó.

Capítulo 5

Dos horas después y mientras Kai avanzaba con costumbre y facilidad por las calles cargadas de tráfico, Hallie decidió que era digno de mención el que a una la llevaran en un Mercedes por Hong Kong. Jasmine estaba sentada a su lado en el asiento de cuero negro, señalando con entusiasmo los lugares de interés, desde los museos a las empresas más importantes, desde el Bird Garden hasta el Goldfish Marke.

Cualquier otro día y Hallie se abrazaría a la oportunidad de comprar antigüedades con una buena guía y un chófer a su disposición, pero ese día no. Ese día estaba pensando en Nick y en cómo habían hecho el amor. Sobre todo, en lo que había pasado después.

¡Santo Dios, qué lío!

Había más o menos esperado que Nick retirara las tropas después de hacer el amor. Había empezado a prepararse para ello desde que había salido de la ducha y no se había sentido mal cuando habían restablecido las normas de su relación. En realidad, había aguantado el tirón bastante bien, teniendo en cuenta que aquélla era la mañana después de la primera vez que lo había hecho; muy bien, teniendo en cuenta que sus sentimientos por Nick no eran tan triviales como había querido dar a entender.

Y entonces él se había mostrado todo preocupado por su bienestar y ella había bajado la guardia y se había permitido a sí misma creer, aunque fuera sólo un momento, que ella podía significar algo para él; que a él su unión carnal le había parecido tan maravillosa como a ella. Y entonces él le había ofrecido el dinero para hacer la compra; y chico, qué mal se lo había tomado. Hallie apoyó la cabeza contra el cristal de la ventanilla, cerró los ojos y se dijo que ojalá pudiera borrarlo todo con el pensamiento: su encuentro sexual, el malentendido, el dinero

Cuanto antes se librara del dinero que le pesaba en el alma y en el bolso, mejor.

—Hallie, ¿estás bien?

Hallie se puso derecha, abrió los ojos y miró a la joven que la miraba con preocupación.

—Sí, estoy bien, tan sólo un poco cansada.

—¿No has dormido bien? ¿El dormitorio es incómodo?

—No, no. La cama era muy cómoda.

El problema era compartirla.

—Seguramente será por el desfase horario —continuó Hallie—. Se me pasará; de verdad —aspiró hondo y se fijó en la joven y pensó en los sitios donde habían estado—. Y dime, ¿cuál es tu sitio favorito de toda la ciudad? —le preguntó ella.

—La galería de alimentación Lucky Plaza —dijo Jasmine sin dudarlo ni un momento—. Tienen la mayor selección de comida de la ciudad. ¡Puedes probar un poco de todo! Es lo que suelo hacer yo cuando voy.

—Podríamos ir allí a comer —dijo Hallie.

Jasmine pareció dudar.

—A tu padre no le gustaría esa elección —dijo Kai con sus habituales modales callados y su manera implacable.

—Se lo preguntaré a mi padre.

Jasmine levantó la cara con una expresión de desafío que a Hallie le resultaba familiar; tras una rápida conversación por el móvil, el gesto desapareció.

—Ha dicho que sí —le dijo a Kai con dulzura.

Hallie observó con interés cómo la mirada de Kai chocaba con la de Jasmine por el retrovisor; la de él pétrea, la de ella, clara. Era como la roca que se encontraba con el agua; la roca soportaba, pero el agua era fluida y astuta, por no mencionar bellísima y sorprendentemente voluntariosa. Jasmine siguió mirando a Kai en silenció hasta que finalmente él se volvió a mirar la carretera. La sonrisa que Jasmine le echó a Hallie fue traviesa y Hallie se la devolvió con las mismas ganas.

—Entonces, ¿cuándo te gustaría comer? —le preguntó la joven—. ¿A la una?

Lucky Plaza era un complejo de los años setenta bien mantenido. Por dentro era limpio y soso, con un aspecto que hablaba de grandes cantidades de público diario. No tenía nada especial, pensaba Hallie, hasta que llegaron al restaurante y vio que allí era donde la gente de Asia se reunía para cenar.

—¿Lo ves? Sabía que te gustaría —dijo Jasmine, juzgando su fascinación con suma precisión—. Y eso que todavía no ha probado la comida —le dijo a Kai.

Él las condujo hacia una mesa vacía de un rincón, donde las ayudó a acomodarse sin ceremonia, mientras observaba a dos caballeros asiáticos vestidos de negro que estaban sentados junto a una escalera a unos veinte metros de donde estaban ellas.

—Quedaos aquí —le dijo a Jasmine.

—Ve —le dijo Jasmine—. Mientras tanto vamos a elegir la comida.

Hallie vio que Kai se acercaba a la escalera y hacía un gesto de asentimiento con la cabeza a los dos centinelas de las escaleras antes de subirlas.

—¿Qué pasa con los centinelas? —preguntó Hallie—. ¿Adónde va Kai?

—A mostrar su respeto —dijo Jasmine—. Uno no entra en el territorio de otro sin observar las formalidades.

—¿A qué territorio te refieres? ¿Te refieres al territorio de la tríada?

—¡Ay, no! —se apresuró a decir Jasmine—. Kai nunca nos dejaría acercarnos allí. Lucky Plaza es propiedad de otra de las organizaciones del crimen de Hong Kong. Son menos que una tríada pero de todos modos dignos de respeto. Puedes ver por qué le tuve que preguntar a mi padre si podía traerte aquí.

Sí, entendía por qué. Y ella que había pensado que la objeción de Kai a que fueran a ese local era simplemente un juego de poder.

—¿Cuánto tiempo lleva Kai con vosotros?

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