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Cuando ella gimió de nuevo y lo abrazó con sus piernas, lo urgió a que la penetrara todavía más.

Mucho rato después, él la llevó al cuarto de baño en brazos, abrió el grifo del agua caliente de la ducha a tope y la colocó debajo del chorro, con un brazo sosteniéndole la cintura para que no se cayera. Caballero o pícaro, suponía que tenía su respuesta. Suponía que iba a tener que vivir con ello.

—¿Puedes sostenerte sola? —le preguntó él en tono ronco.

—Pues claro que sí —ella le retiró el brazo y dio un par de pasos, tambaleándose un poco, hacia donde estaba el jabón—. Andar me cuesta más.

—Toma.

Ajustó la ducha para que el agua les cayera a los dos y le pasó el jabón. Jamás, ni en sus más alocados sueños, habría imaginado que la picante de Hallie Bennett fuera virgen. Tenía veinticuatro años. ¿Qué mujer hoy en día llegaba a esa edad siendo todavía virgen? ¿Y por qué?

—Yo esto espero que no te estuvieras reservando para tu futuro marido —le dijo él ciertamente cortado.

—No —Hallie torció los labios mientras se enjabonaba el cuerpo—. No te preocupes, Nick. He sido virgen hasta hoy sí, pero quería dejar de serlo. No voy a atraparte por ello.

¡Qué alivio! Hasta que de pronto se le ocurrió algo nuevo y muy poco agradable para él. Fuera o no la intención de Hallie pillarlo, acababan de practicar el sexo sin protección. Nick se dijo que jamás había sido tan poco cuidadoso con ninguna mujer. ¡Jamás! ¿Y si se quedaba embarazada y tenía un hijo? Sería su hijo. No había manera de que un hijo suyo se criara sin su padre y en lo concerniente a Nick, eso se traducía en matrimonio. La sangre se le heló en las venas y de pronto no podía respirar. ¿Pero qué había hecho?

—¿Estás bien? —le preguntó ella—. No pareces estar muy bien.

—Yo Bueno, supongo que es raro que tomes algo para no quedarte embarazada, teniendo en cuenta que eras virgen y todo eso —dijo con demasiado optimismo.

—En realidad, sí que estoy protegida —dijo ella—. Eso es algo por lo que no tenemos que preocuparnos.

Nick suspiró con alivio y se tranquilizó un poco.

—Llámalo intuición —dijo Hallie en tono seco—, pero me da la impresión de que casarte y tener hijos no está en tu lista de cosas que hacer.

—Yo, esto —Nick todavía se estaba recuperando del susto—. Sí, están en mi lista de cosas que hacer —dijo finalmente—. Sencillamente no están en primer lugar en este momento de mi vida.

—¡Ah! —Hallie sonrió—. Me alegra saberlo —bajó la vista—. Quiero decirte que me pareces un amante increíble. Me alegro de que hayas sido el primero.

Entonces levantó la cara y le acarició el pelo con tanta naturalidad y sensualidad que él sintió la fuerza del sentimiento que le nacía en el pecho.

Definitivamente no era parte del plan, pensaba él mientras se subía encima de ella con un gemido ahogado. Entonces la poseyó de nuevo.

Nick se enjabonaba bajo el chorro de agua mientras Hallie salía de la ducha y se enrollaba una toalla. Ella le echó una sonrisa soñadora, le dijo que mantuviera las distancias y salió por la puerta del baño. Nick se dijo que no habría problema ya que francamente estaba agotado.

Hacer el amor siempre había sido un pasatiempo muy agradable para él. A veces le gustaba hacerlo despacio y pausadamente, a veces con rapidez, juguetonamente. Esa vez el clímax lo había sacudido como un tornado, dejándolo aturdido y tembloroso. Y preocupado.

¿Y qué si ella era una amante generosa? ¿Y qué si hacia el final casi ni había sabido quién era ni dónde estaba, sólo con quién? No se trataba de que hubiera encontrado su alma gemela. ¡Maldita sea, sólo tenía treinta años! Era demasiado joven para eso. Tenía años y años de mujeres, de amor y de sexo por delante antes de que eso ocurriera.

Sí, le decía una voz en su interior. Años y años de sexo mediocre que jamás, jamás se equipararía a lo que acababa de experimentar con Hallie Bennett.

—No —dijo en voz alta, en tono fiero.

Oh, sí, le decía su corazón. Pasaría años buscando otra bruja de cabello rojizo y ojos dorados, de sonrisa encantadora y besos ardientes.

—¡No! —gritó, más fuerte esa vez.

Aquello no podía estar ocurriéndole. Independientemente de su dulzura, de su inteligencia y de sus amplios conocimientos sobre fútbol, Hallie Bennett no era la elegida.

No le permitiría que fuera.

Estaba tumbada boca abajo sobre la cama recién hecha, hojeando la guía de viaje de Hong Kong que él le había regalado, cuando él salió por fin del cuarto de baño. Ella tenía las piernas dobladas, los pequeños pies vestidos con sandalias, cruzados a la altura de los tobillos. Tenía los brazos doblados a la altura de los codos y la camisa de cuello camisero mostraba un canalillo modesto. Parecía tranquila, cómoda y totalmente a gusto. Nick se dijo que también parecía asequible, lo cual era bueno porque en ese momento estaba a punto de restablecer los límites de su relación.

En cuanto se pusiera algo de ropa.

Ella alzó la vista y sonrió con pausada satisfacción, con la tensión sensual de una mujer excitada. Nick sabía que había sido él quien lo había hecho y sólo él; ya que no había habido ninguno antes que él. Sin saber por qué, la idea le encantó.

No podía ser. Aquello no le estaba ocurriendo.

Le dio la espalda y se vistió con rapidez, evitando deliberadamente su mirada cuando se acercó al aparador donde tenía unos documentos.

—He estado pensando —empezó a decir con brusquedad.

—Se nota.

Él la miró con humor.

—He estado pensando que deberíamos ajustamos al plan de ahora en adelante.

—Bien.

—Quiero decir que la idea de traerte conmigo era para que este tipo de complicación no surgiera.

—Lo sé.

—Me dejé llevar, eso fue todo. Un cuerpo necesita cosas.

Ella sonrió al oír eso y a él le dio la incómoda sensación de que ella se había anticipado a sus defensas.

—Prometo que no volverá a ocurrir —dijo ella. Él estuvo a punto de caerse redondo al suelo—. Eso es lo que querías oír, ¿no?

Bueno, sí. Sólo que no esperaba oírlo con tanta rapidez. ¿Dónde estaba la decepción, la protesta por tener que renunciar a un sexo tan increíble? El hombre de negocios que llevaba dentro sintió alivio. El amante se sintió insultado. Y el amante, pensaba Nick en ese momento de muy mal humor, era quien lo había metido en ese lío.

—Creo que necesitamos una regla nueva —dijo él con firmeza—. Nada de sexo.

Ella se incorporó en la cama. Entonces hizo una mueca de dolor cuando se deslizó hacia el borde de la cama.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Nick.

—Estoy algo irritada —su confesión le sacó los colores—. No creo que vaya a tener problemas en adaptarme a tu nueva regla.

Estupendo. De lo más estupendo. De pronto se sentía culpable. Aquello, recordó, era una de las razones por las que nunca se había llevado a una virgen a la cama. No sabía qué hacer, cómo ayudarlas.

—A lo mejor hoy deberías tomártelo con calma, posponer la excursión por la ciudad. Estoy seguro de que a Jasmine no le importará.

—A mí sí —dijo Hallie—. Quiero ver las galerías.

Pues menudo éxito que había tenido sugiriéndole que se quedara en casa descansando. ¿Qué les pasaba a las mujeres cuando pensaban en las compras? Y eso le recordó a algo.

—Toma —le dijo, pasándoselo—. Llévatelo. Tal vez veas algo que te quieras comprar hoy en alguna tienda.

Hallie se quedó mirando el grueso fajo de billetes.

—Pensé que habíamos acordado que me pagarías al final de la semana.

Nick asintió.

—Y eso haré. Éste dinero es sólo para ir de compras.

—Para ir de compras —repitió despacio mientras miraba el dinero como si fuera veneno y a él como si fuera una serpiente—. Guárdatelo —dijo ella en un tono áspero que lo molestó.

—Mira, vas a ir a visitar las galerías de arte —dijo él, muy confundido con su reacción—. Asumo que sea lo que sea que se venda allí no será barato; y si conozco un poco a Jasmine diría que ella vería vuestra salida como un fracaso si no ves algo a lo que no puedas resistirte. Desde luego no espero que utilices tu dinero para esa clase de cosas. Guárdatelo en el bolso, por si acaso.

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