Ed parte un trozo de pan mientras lo piensa.
- Corinne no quería subir al London Eye -dice por fin-. Le dan miedo las alturas y, además, le parecía una tontería.
Ya sabía yo que no me gustaba esa mujer. ¿Cómo puede pensar alguien que el London Eye, esa noria maravillosa, es una tontería?
- Pues al London Eye -decido-. Y después podemos hacer una parada en la Antigua Taberna Starbucks. Una costumbre inglesa muy pintoresca.
Aguardo a que se ría del chiste, pero él se limita a estudiarme mientras mordisquea el pan.
- Starbucks. Interesante. ¿No vas a Lingtons Café?
Ah, vale. Lo ha averiguado.
- A veces. Depende. -Me encojo de hombros-. Así que.. . ya sabes que es de mi tío.
- Ya te lo dije, pregunté por ahí sobre ti.
Se lo ve impasible. No ha hecho lo que suele hacer la mayoría de la gente cuando descubre lo de tío Bill, o sea, exclamar: «¡Oh, increíble! ¿Qué tal es en persona?»
Ed está metido en negocios de alto nivel, se me ocurre. Debe de haberse cruzado con él de un modo u otro.
- ¿Y qué piensas de mi tío? -le pregunto.
- Lingtons es una empresa de éxito. Muy rentable. Muy eficiente.
Está eludiendo la pregunta.
- ¿Y a Bill? -insisto-. ¿Has llegado a conocerlo?
- Sí. -Bebe un trago de vino-. Y me parece que toda su campaña Dos Pequeñas Monedas es una chorrada y una burda manipulación. Lo siento.
Nunca había oído a nadie hablar con tanto descaro del tío Bill, al menos en mis propias narices. Resulta refrescante.
- No lo sientas -respondo-. Dime lo que piensas.
- Bien. Pienso que tu tío es único, no hay otro como él. Y estoy seguro de que a su éxito contribuyeron diversos factores. Pero no es eso lo que él vende. Él pretende venderte un mensaje distinto: «¡Es fácil! ¡Hazte millonario como yo!» -Habla secamente, casi con irritación-. Los únicos que asistirán a esos seminarios son tipos fantasiosos que se engañan a sí mismos. Y el único que ganará dinero con ellos será tu tío. Lo que hace es explotar a un montón de desgraciados, de gente desesperada. Bueno.. . es sólo una opinión.
En cuanto lo dice, comprendo que tiene razón. Yo vi la clase de gente que iba al seminario Dos Pequeñas Monedas. Algunos habían venido de muy lejos. Algunos parecían desesperados de verdad. Y el seminario no era barato precisamente.
- Una vez asistí a una sesión de sus seminarios -reconozco-. Sólo para ver de qué iba.
- Ah, ¿sí? ¿Y? ¿Hiciste fortuna de inmediato?
- ¡Por supuesto! ¿No has visto antes mi limusina?
- Oh, ¿era tuya? Creía que te movías en helicóptero.
Reímos. No entiendo cómo lo llamé el Americano Ceñudo. Tampoco frunce tanto el ceño. Y cuando lo hace, suele ser para decir algo divertido. Me sirve más vino y yo me echo atrás, disfrutando de la vista de la Torre, del agradable calorcillo que me da el vino y de la perspectiva de lo que aún queda del día.
- ¿Por qué llevas siempre una baraja encima? -le digo-. ¿Pasas todo el tiempo jugando al solitario o qué?
- Al póquer. Si encuentro a alguien con quien jugar. Tú servirías -añade.
- ¡Qué va! Soy un desastre apostando.. . -Me detengo al ver que menea la cabeza.
- La cuestión en el póquer no es apostar. Es saber captar a la persona que tienes delante. Tus poderes orientales para leer el pensamiento te serían muy útiles.
- Ya. -Me sonrojo levemente-. Bueno, mis poderes parecen haberme abandonado.
Ed alza una ceja.
- ¿No me engaña, Gran Lara?
- ¡No! -Me echo a reír-. ¡De veras me han abandonado! Ahora no paso de ser una principiante.
- Muy bien. -Baraja con destreza-. Lo único que necesitas saber es si los demás jugadores tienen buenas o malas cartas. Así de simple. O sea, que miras las caras de tus oponentes y te preguntas: «¿Tienen algo?» Ése es el juego.
- ¿Tienen algo? -repito-. ¿Y cómo lo adivinas?
Ed se sirve tres cartas y las mira. Luego levanta la vista.
- ¿Buenas o malas?
Ay, Dios. No tengo ni idea. Me mira imperturbable. Examino su frente relajada, las arruguitas en torno a los párpados y su barba incipiente, buscando algún indicio. Hay un brillo en sus ojos, pero podría significar cualquier cosa.
- No lo sé -admito-. Yo diría que.. . ¿buenas?
Ed parece divertido.
- Esos poderes orientales te han abandonado de verdad. Son malísimas. -Me muestra tres cartas muy bajas-. Ahora tú.
Mezcla las cartas otra vez, sirve tres y me observa mientras las recojo. Tres de tréboles, cuatro de corazones y as de rombos. Las estudio bien y levanto finalmente la vista con mi expresión más inescrutable.
- Relájate -dice Ed-. No te rías.
Claro, en cuanto lo dice, noto un cosquilleo en los labios.
- Tienes una cara de póquer terrible -dice-. ¿Lo sabías?
- ¡Me estás distrayendo! -Frunzo los labios un poco, para librarme de la risita-. Muy bien, ¿qué tengo?
Ed fija sus ojos castaños en los míos. Permanecemos inmóviles y en silencio, mirándonos. Tras unos segundos, noto una extraña sensación en el estómago. Esto resulta un poco raro. Demasiado íntimo. Como si estuviera dejándole ver más de lo debido. Fingiendo una tos, rompo el hechizo y desvío la mirada. Bebo un trago de vino; Ed hace otro tanto.
- Tienes una carta alta, seguramente un as -dice sin inmutarse-. Y dos cartas bajas.
- ¡Dios mío! -Las pongo sobre la mesa-. ¿Cómo lo has sabido?
- Los ojos se te han desorbitado en cuanto has visto el as. -Ed parece divertido-. Ha sido evidente. Tipo: «¡Bingo! ¡Vaya carta!» Luego has mirado a derecha e izquierda, como temiendo haberte delatado. Y finalmente has tapado el as con la mano y me has lanzado una mirada asesina. -Se le escapa la risa-. Recuérdame que no deje en tus manos ningún secreto de Estado.
Alucino. Y yo que me creía la dama inescrutable.
- Pero ahora en serio -dice mientras baraja otra vez-. Tu truco para leer el pensamiento.. . se basa en el análisis de los rasgos de comportamiento, ¿verdad?
- Eh.. . exacto -digo con cautela.
- Pero ese conocimiento no puede haberte abandonado. O lo tienes o no lo tienes. Así pues, ¿qué pasa? ¿Hay gato encerrado?
Me mira fijamente, aguardando una respuesta. Me siento algo desconcertada. No estoy acostumbrada a una atención tan sostenida. Si fuera Josh, me resultaría fácil quitármelo de encima. Josh siempre se lo toma todo al pie de la letra. Él habría dicho: «Vale, nena» y habría cambiado de tema sin cuestionar mis palabras ni analizarlas.. .
«Porque Josh nunca estuvo tan interesado en mí.»
Este pensamiento me golpea como un chorro de agua fría. Un descubrimiento definitivo y mortificante que resuena en mi interior con la peculiar vibración de la verdad. Durante todo el tiempo que estuvimos juntos, Josh nunca me desafió ni me hizo pasar un mal trago. Apenas recordaba los detalles menores de mi vida. Yo pensaba que era un pasota, un tipo tranquilo y despreocupado. Y me encantaba que fuera así, lo veía como algo positivo. Pero ahora lo comprendo mejor. La verdad es que se comportaba así porque yo no le importaba. O no lo suficiente.
Me siento como si saliera al fin de un sueño. Estaba tan ocupada persiguiéndolo, me sentía tan desesperada y tan segura de mí misma que no me detuve a examinar de cerca lo que perseguía con tanto ahínco. Nunca me pregunté si él era de verdad lo que yo necesitaba. He sido una idiota integral.
Levanto la vista y me encuentro con la mirada inteligente de Ed, que sigue escrutándome con atención. Y el hecho de que él, una persona que apenas conozco, quiera saber más de mí me produce, mal que me pese, una repentina embriaguez. Lo percibo en su expresión: no pregunta por preguntar. Realmente quiere saber la verdad.
Sólo que no puedo contársela. Obviamente.
- Es.. . bastante difícil de explicar. Bastante.. . complicado. -Apuro mi copa, me meto en la boca el último trocito de pastel y le dedico una sonrisa luminosa para distraer su atención-. Anda, vamos al London Eye.