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—Pero tú no le hablaste del sol ni del cielo. Le hablaste de llevarla a las tabernas del puerto...

—Son mi mundo, como aquél es el mundo de ella. Nacimos en los extremos de la vida... El azar nos juntó un momento...

—Y tu voluntad puede juntarlos para siempre. ¿Por qué no pruebas?

—¿A qué? ¿Arrastrarme a sus pies? ¿Reclamar derechos que, por la forma en que me fueron otorgados, es peor que mendigarlos? No, Noel. Puedo ser un bandido, un pirata, un paria, pero no un pordiosero...

—¿Me autorizas para ser yo quien hable a Mónica?

—¡No! Ni usted ni nadie hablará en mi nombre con ella. Ni a ella ni a nadie dirá nada de cuanto acabo de decirle, porque haría traición a la confianza que acabo de poner en usted y sería bien amargo que me fallara el único hombre en quien he confiado en mi vida entera.

—Juan de mi alma, óyeme, entiéndeme —se enternece Noel—, soy viejo y conozco la vida sin romanticismos, sin pamplinas... En el mundo triunfan los fuertes, los audaces, y tú lo eres. ¿No te lo han demostrado ya los hechos? Si quisieras luchar...

—Triunfaría de todos, menos de ella. Se vencen las tempestades, se doman los mares, se hacen polvo las montañas, se batalla contra los hombres hasta vencerlos, pero no se gana el corazón de una mujer por la fuerza...

—Por fuerte ama la mujer al hombre, como el hombre ama a la mujer por su dulzura y su belleza. ¿Dices que está muy alta? ¿Por qué no subir entonces? Tú vales lo bastante para ponerte entre los primeros, si te lo propones.

—Ya... Gobernador... Juan del Diablo... —se mofa Juan con sarcasmo.

—¿Y por qué no? Otros lo han hecho. Los árboles que crecen más altos son los que nacen en el fondo del bosque más espeso. Hasta ahora probaste tu valor despreciando al mundo. Pruébalo, conquistándolo y poniéndolo a sus pies...

—¿Mientras ella toma los hábitos? No, Noel, déjala en su convento. Yo tomaré mi barco mañana y me iré para siempre... ¡Ancho es el mar para los marinos sin rumbo!

—Como quieras. Esto es lo que se llama ganar para perder. Pero, ¿quieres que te diga una cosa? No valía la pena de enfrentarte a Renato para esto. Al fin y al cabo, vas a darle gusto en todo. ¿Sabes cual era la peor condena que podía salirte? El destierro... Era la pena máxima que reclamaba para ti Renato, y no me extrañaría nada que, a estas horas, doña Sofía D'Autremont esté intrigando con el Gobernador para que firme un decreto mandándote salir de la isla, aun después de haber sido absuelto.

—¿Los cree usted capaces?

—Bueno... no tendrán que molestarse... Tan pronto como sepan que te destierras voluntariamente y que abandonas a tu esposa...

—¡No la abandono! La dejo en libertad de hacer lo que quiera. Es lo que ella desea. Por nobleza, por lealtad, por deber se puso de mi parte... Pues bien, yo cedo...

—Dijiste públicamente que tendrían que matarte para separarte de ella...

—Me engañó su actitud ante el tribunal... —Se detiene un momento, y con repentina ira, se engalla—: Pero sólo de oírle decir a usted que los D'Autremont intrigan para mi destierro... Antes de irme, buscaré a Renato, y cara a cara le diré...

—Que ahí queda Mónica...

—¿Pretende usted enloquecerme? —se enfurece Juan.

—Pretendo que tomes el timón, como lo tomaste para sacar adelante el guardacostas a punto de naufragar. No te importó estar cien millas afuera del rumbo, no te importó que no funcionaran las máquinas, no te importó que te soplara un ciclón, empujándote al lugar más peligroso. Tomaste el mando, improvisaste velas, hallaste el rumbo, esquivaste los malos vientos... y no iba en el barco la mujer a quien amabas.

—Es cierto, todo eso es cierto. Pero quería llegar, quería volver a verla, quería saber si la luz que yo había visto en sus ojos era verdad o mentira.

—Y ahora, ¿no quieres saberlo? Juan, una vez te pregunté si no te importaría llamarte Noel...

—Y rechacé el honor, pero no crea que no supe agradecerlo.

—En aquel momento, me dolió. Hoy pienso que tuviste razón al rechazarlo. Poca cosa es mi nombre para un hombretón de tu temple. Hay dos clases de hombres, Juan: los que hacen los nombres y los que los heredan. ¿Por qué no hacer el tuyo? Ya casi está hecho. Llamarse del Diablo es lo mismo que llamarse del Valle, o del Mar, o de la Montaña, y si buscamos los orígenes de esos apellidos, llegaremos a que los dio un pedazo de tierra, como a ti te dio el tuyo tu Peñón del Diablo...

—Tal vez tenga razón...

Juan se ha puesto de pie, ha apartado la botella y el vaso, ha llegado otra vez a la puerta, para observar con una intensa mirada las oscuras paredes del convento. Luego, echa a andar calle abajo, y, con una esperanza en las pupilas, Pedro Noel marcha en su seguimiento...

17

—¡RENATO... RENATO... ÁBREME! ¿No me oyes? ¡Renato...!

Al alzar la falleba, ha cedido la puerta que Aimée supuso cerrada, y su rápida mirada recorre vividamente la vasta biblioteca hasta hallar en el extremo opuesto la elegante figura de Renato. Está de espaldas a la habitación, apoyado en el marco de la ventana que da al patio interior, mirando, sin ver, a través de las rejas de madera. Parece abstraído en un pensamiento demasiado amargó, hosco y ausente, pero sus cejas se alzan con disgusto al sentir acercarse a la mujer que llega.

—¿Puedo hablarte un momento? Supongo que no te interrumpo en la tarea de no hacer nada...

—Deseo estar solo, Aimée. ¿No lo comprendes?

—En cambio, yo estoy harta de encontrarme siempre sola, y creo que tú también podrías comprenderlo. Ya sé que estás furioso, que no quieres oírme ni verme, que en el fondo de tu corazón me echas toda la culpa de lo que ha pasado.

—¡Oh!, ¿te has propuesto desesperarme?

—¡Me destrozas el corazón con tu indiferencia, me torturas con tu desamor y tu frialdad...! ¡Y yo no quiero sino conquistar tu amor cada vez...! ¡Vuélveme a querer, mi Renato, vuélveme a querer!

Aimée ha echado los brazos al cuello de Renato, poniendo un beso de fuego sobre sus labios. Es la batalla que comienza, el combate que necesita ganar para sentirse firme, para poder erguirse altanera bajo el techo de los D'Autremont. Aquel hijo ofrecido en vano, que necesita poner realmente en manos de Renato... Aquel hijo a cuya sola espera se doblega la razón y el orgullo de Sofía... Aquel hijo que indispensablemente tiene que llegar, y que aún no late en sus entrañas... Aquel hijo sin el que todo estará perdido para ella. Para lograrlo, es preciso que venza el desamor de Renato, que rompa el muro de hielo en que se envuelve, que reconquiste su pasión aunque sólo sea por una hora... una hora de sentirlo otra vez esclavo entre sus brazos... Pero Renato, suave y frío, la rechaza:

—Mi pobre Aimée, por favor... Cálmate...

—No me quieres ya... Me olvidas, me abandonas, sólo piensas en ese asunto desdichado...

—En ese asunto desdichado están mi honor y mi prestigio... Y la vida entera de Mónica...

—¿Por qué te empeñas en hacerte responsable? Bastante has luchado y has expiado ya esa culpa, en caso de que la hubiera...

—No fue bastante, puesto que no he logrado nada. Necesito no dar paz a la mente, torturarme el pensamiento, atormentar la imaginación hasta que surja de ella el nuevo plan de combate, la conducta que debemos seguir, los recursos de que podemos valernos... ¡Déjame, Aimée, te lo ruego! Necesito pensar, y para pensar... perdóname, pero me estorbas...

—¡Oh! Eso es tanto como llamarme... —se hace la ofendida Aimée.

—No es llamarte nada. Simplemente, es hablarte claro. Creo que por una vez en la vida, puedes comprenderme... Y en este momento, piensa que se trata de tu propia hermana.

—¡Se trata de una odiosa rival, de la que te ocupas más de lo que debieras! —se engalla Aimée con auténtica ira—. ¡Harás que la aborrezca!

—¡Calla! Si alguien te oyera expresarte de ese modo...

—No necesitan oírme a mí para decirlo y pensarlo. Si realmente no quieres dar un escándalo, no sigas por ese camino. Tu propia madre opina que vas muy mal. ¡Ya veo que contigo no se llega a ninguna parte! Es inicua la forma en que me tratan todos en esta casa. Todos, si, todos... Porque no eres tú solo. Y ya no puedo más, ¿entiendes? ¡No puedo más! Estoy cansada de tu injusticia, de tu abandono, de tu frialdad... Deberías tener más cuidado. ¡No se abandona así a una mujer de mis años!

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