—¿Quiere que firme para usted aquel poder general que Renato había preparado?
—Mucho menos. Sólo una solicitud para el Santo Padre... Solicitud de anulación de matrimonio por razones que no ofenden a nadie, ni siquiera a Juan del Diablo: Salud delicada, incompatibilidad de caracteres y una vocación religiosa que ataremos como causa principal de su resolución. En realidad, no es descabellado. Era usted casi una niña cuando se empeñó en ser religiosa, ¿verdad? Y las circunstancias que le impulsaron a ello, creo que no han cambiado...
Sofía D'Autremont ha clavado en los ojos de Mónica su mirada profunda, imperiosa, penetrante... Es como si quisiera vaciar de un golpe su corazón y, al mismo tiempo, penetrar hasta el último de sus pensamientos. Pero Mónica entorna los párpados, apartando las suyas de aquellas pupilas fieras e indiscretas.
—Para gentes de nuestra clase —expresa Sofía—, nada es más mortificante que andar en lenguas de todo el mundo. En la puerta del claustro se detienen las habladurías, se apaga el escándalo...
—Y eso, para usted, es lo principal, ¿verdad? —observa Mónica con leve ironía.
—Yo sólo quiero quitar a ese hombre todo derecho que pueda tener sobre ti —interviene Catalina de Molnar—. Me espanta la idea de que pueda otra vez llevarte con él, arrastrarte quién sabe a qué peligros, a qué enfermedades... Era para mí un gran dolor verte en el claustro, pero lo prefiero... Al menos, sé que aquí vives en paz...
Mónica ha vacilado, ha alzado la cabeza para mirar en lo alto de la tapia el lugar por el que viera trepar a Colibrí. Querría no haberlo visto, no sentir lo que siente en su alma, apartar de su pensamiento la bocanada de recuerdos que su presencia le trajo. La voz del sacerdote llega hasta ella, suave y confortante:
—En realidad, no creas que con eso hacemos algo más que comenzar. El Santo Padre suele dar muchas vueltas a una cosa de éstas. Pasarán largos meses antes de que el caso se resuelva, aun suponiendo que sea una resolución favorable...
—Por eso queremos apurar las cosas, Mónica —manifiesta Sofía—. Hacerlo todo sin ruido, evitar, a costa de lo que sea, que mi hijo vuelva a enfrentarse a ese Juan...
—Sí —confirma Mónica—. Es doloroso ver el odio entre hermanos...
—¡No era necesario mencionar ese detalle, esa leyenda que bien puede ser una patraña! —se revuelve airada Sofía.
—Para mí, sí era necesario recordarlo. Firmaré, doña Sofía... Deme ese papel... ¡Lo firmaré en el acto!
(Esta obra continúa, y finaliza, en la novela titulada: "JUAN DEL DIABLO")