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—¿Dónde está Aimée? No la encontré en estas habitaciones, no la vi al llegar... —se inquieta vivamente Sofía—. ¿Qué fue de ella?

—Eso justamente iba a preguntar yo —apunta Noel—, porque su desaparición coincide...

—La señora Aimée no ha desaparecido —afirma Yanina en tono despectivo—. Está en su departamento. Ordenó que lo limpiasen y lo arreglasen de un modo especial, y mandó a Ana que pusiera flores en los jarrones. Allí se hizo servir anoche la cena, y el desayuno esta mañana. Me permito decírselo al señor notario para que no piense en tragedias que no han sucedido... ni probablemente sucederán...

Sofía D'Autremont se ha puesto de pie, conteniéndose. Apretadas las manos sobre el fino pañuelo de encaje, un momento parece vacilar, y al fin va hacia la puerta, volviendo la cabeza desde el umbral para advertir:

—Tenga la bondad de esperarme en la biblioteca, Noel. Voy a hablar con mi nuera en el acto...

Con las velas henchidas, levemente ladeado a estribor, surcando las aguas al impulso fuerte y cálido de la brisa de Mayo, llega ya el Luzbela la vista de la capital de Dominica... Apartándose del espejo, se acerca Mónica hasta la puerta que la mano nerviosa de Segundo Duelos acaba de golpear, pero no la franquea repentinamente, contiene su primer impulso de abrirla, y vuelve la cabeza para contemplarse en el espejo que la retrata...

—¿Qué pasa, Segundo?

—Estamos entrando a Roseau... El patrón me mandó que la llamara...

De pies a cabeza, Mónica ha vuelto a contemplarse y tiembla ante el reflejo de su imagen, como temblara aquella primera vez que Juan la obligó a mirarse en las aguas... Sí, es bella, es deseable... Mira con ansia de interrogación sus ojos profundos, sus trémulos y encendidos labios... Con una profunda satisfacción, hasta ahora desconocida, piensa que Juan va a encontrarla hermosa, siente el anhelo intenso, irresistible, de mirarse en aquellos ojos oscuros y ardientes que son ya como una obsesión sobre su vida, goce y tormento de su alma...

—¿Y dónde está Juan?

—Marcha en aquel bote...

—¿Se fue sin esperarme?

—Fue a buscar el permiso para desembarcar la carga. Dijo que lo aguardara, que iba a volver con una sorpresa... ¡Que se pusiera su mejor traje!

Ha reprimido con esfuerzo el gesto de disgusto, la irrefrenable sensación de despecho que la invade. Se reprocha haber tardado tanto, haberse entretenido largas horas en aquel tocado que él no tiene ahora ocasión de ver. Apretando los labios se inclina sobre la borda y mira la barca que se aleja rápidamente al golpe de los remos. Junto a Juan se agita una figurilla oscura que alza las dos manos como si desde lejos la hubiera divisado.

—¿Fue Colibrí con Juan?

—Si, señora, consiguió que lo llevara. Iba más contento que unas pascuas. No sé cómo se las arregla el diablo de muchacho para salirse siempre con la suya.

—Juan lo quiere más que a nadie...

—Lo quiere, es verdad; pero no creo que sea más que a nadie... Digo, a menos que esté loco... y venas de locura tiene...

—¿Venas de locura?

—Sí, rachas... Anoche estaba como un tigre; no había quién se le arrimara. Horas y horas estuvo paseando cubierta arriba y abajo. De pronto cambió, fue a buscarme para que hiciéramos cuenta de la ganancia que iba a darle la carga. Más de veinte libras le quedan libres. Y entonces fue y me dijo: "¿Habrá en Roseau un anillo de novia? ¿Alcanzarán veinte libras para comprar un anillo de oro fino, con una piedra blanca que brille como el sol?" Y yo voy y le digo: "Claro que alcanza. Conozco a un joyero que vende brillantes bien baratos. ¡Como que se los traen del Transvaal, de contrabando!" Y va y me pide las señas de ese joyero. Yo se las doy, como es natural, y entonces me pregunta, enseñándome su dedo chiquito: "¿Será así el dedo de Mónica?"

—¿Qué es lo que está diciendo, Segundo? —se ruboriza Mónica gratamente emocionada.

—Palabra por palabra lo que me dijo el patrón esta madrugada. Creo que estoy hablando de más... pero ya sabe cual es la sorpresa... Dice que se casaron ustedes demasiado de prisa, y que no pudo comprarle el anillo, pero que más vale hacerlo tarde que no hacerlo nunca. Y yo pienso igual...

Mónica calla. Es demasiado grande su emoción para que pueda pronunciar una sola palabra. Es demasiado íntimo el sentimiento que la embarga para mostrarlo así, frente a un extraño. Pero sus manos se aferran a la tosca baranda y sus ojos perciben, sobre la azul superficie de las aguas, la huella de aquel bote que se aleja raudo al golpe de los remos que impulsan las manos de Juan, aquel bote que arrima ya en el embarcadero de Roseau.

—Mira, Colibrí, ¿te gusta este anillo? Vale veintidós libras, pero no me importa. Lo dejaré apartado y pasaremos a recogerlo cuando tome la carga.

—¡Qué lindo es... y qué piedra tan grande! ¿Es para el ama?

—¡Claro que es para el ama! Cómo brilla, ¿verdad? Es igual que una estrella... y como una estrella temblará en su mano.

Fulgiéndole los ojos de entusiasmo, contempla Juan aquella sortija de brillantes a través del menguado cristal del pequeño escaparate que se abre sobre una de las estrechas callejas de Roseau. Ha querido pasar por allí antes de llegar a la Capitanía del Puerto, deseando cuanto antes ver convertido en realidad el anhelo de aquel deseo.

—Fíjate bien dónde es, Colibrí, porque hemos de volver aquí más tarde...

—¿A buscar el anillo? Usted siempre le anda comprando cosas al ama, patrón. Pero el ama no se pone contenta, sino triste... Algunas veces hasta llora mirando las cosas que usted le trae...

—¿Qué llora? No tiene por qué llorar. Una vez me dijo que era feliz, que sentía algo que podía llamarse felicidad. Me lo dijo a mí mismo, me lo dijo bien claro, y no hace muchos días...

—Sí ,yo sé cuándo se lo dijo; pero después de eso, anteayer mismo, estuvo llorando. Yo la vi con éstos ojos... y le corrían las lágrimas. Primero con el vestido negro, ese todo roto que usted tiene guardado en el armario... Lo encontró, y estuvo mirándolo y llorando...

—¿Lloró? ¿Lloró mirando ese horrible hábito, ese trapo negro que parece la ropa de un ajusticiado? ¡Siento mucho no haberlo arrojado al mar! ¿Por que lloraba? ¿No te lo dijo, Colibrí?

—Habló alguna cosa... pero yo no le entendí muy bien. Dijo algo así como que lloraba por Mónica Molnar... Y tiró otra vez el vestido roto al fondo del armario, y se puso a escribir... y mientras escribía, llora que te llora...

—¿Escribía? ¿Escribió Mónica?

—Sí, mi amo, y es lo que iba a decirle. Si usted va a regalarle algo, ella seguro que quiere papel y sobre. Esa noche estuvo buscando y rebuscando, y al fin, para escribir la carta, le arrancó dos hojas de atrás al libro de bitácora...

—¿Una carta? ¿Has dicho una carta?

—Bueno, digo yo que sería una carta, porque, ¿qué otra cosa iba a hacer, mi amo? Escribió las dos hojas por los dos lados, las dobló en cuatro y luego se las dio a Segundo y le pidió que le comprara sobre y sello para poder echarla en el correo. Por eso digo yo que sería una carta... ¡Ay, mi amo!

Colibrí ha esquivado la mano de Juan que se aprieta sobre su brazo con brutal movimiento instintivo. Luego, mira con espanto el rostro sombrío cuyas cejas se juntan con rabia, y suplica sobresaltado:

—No se ponga bravo, patrón, a lo mejor me hice un lío y no es verdad nada de lo que estoy contando...

—¡Todo es verdad! —afirma Juan con ira concentrada—. Eres incapaz de mentir ni de inventar nada. Además, es perfectamente lógico. Mónica escribió una carta y Segundo Duelos se encargó de ponerla en el correo. ¿En qué isla? ¿En qué puerto?

—No me acuerdo... no sé nada... no se ponga bravo con el ama, patrón, ni vaya a decirle que yo le vine contando. Yo no sabía que le iba a dar rabia... Yo...

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