— Pani, ja nic nie mowie przeciw, nic nie powiedzilem [49].
—Bien. Continúe —dijo el joven a Maximov—. ¿Por qué se detiene?
—¡Pero si no tengo nada que decir! —exclamó Maximov, halagado y fingiendo una modestia que estaba muy lejos de sentir—. Son tonterías. En Gogol, todo es alegórico, y los nombres, falsos. Nozdriov no se llama así, sino Nossov. Kuvchinnikov tiene un nombre que no se parece en nada al suyo, que es Chkvorniez. Fenardi se llama así, pero no es italiano, sino ruso. La señorita Fenardi está encantadora con sus mallas y su faldita de lentejuelas, y, desde luego, hace muchas piruetas, pero no durante cuatro horas, sino durante cuatro minutos... ¡Y todo el mundo encantado!
Kalganov bramó:
—¿Pero por qué lo azotaron?
—Por culpa de Piron —repuso Maximov.
—¿Qué Piron? —preguntó Mitia.
—El famoso escritor francés. Bebimos con otros hombres en una taberna. Me habían invitado y empecé a recordar epigramas. «¡Hola, Boileau! ¡Qué traje tan raro llevas!» Boileau responde que va a un baile de máscaras, es decir, al baño, ¡ji, ji!, y mis oyentes tomaron esto como una alusión. Me apresuré a citar otro pasaje, mordaz y que todas las personas instruidas conocen:
»Tú eres Safo y yo Faon, desde luego,
pero, y a fe que me pesa,
del mar ignoras el camino.
»Entonces se sintieron aún más ofendidos y empezaron a decirme estupideces. Lo peor fue que yo, queriendo arreglar las cosas, les conté que Piron, que no había conseguido que lo nombraran miembro de la Academia, hizo grabar en la losa de su tumba, para vengarse, este epitafio:
»Aquí yace Piron, que no fue nada,
ni siquiera académico.
»Entonces fue cuando me azotaron.
—¿Pero por qué?
—Por lo mucho que sé. Hay numerosos motivos para azotar a un hombre —terminó Maximov, sentencioso.
—Basta de tonterías —dijo Gruchegnka—. Estoy ya harta. ¡Y yo que creía que iba a divertirme!
Mitia, asustado, dejó de reír. El pan de las piernas largas se levantó y empezó a ir y venir por la habitación, con la arrogancia del hombre que se aburre con una compañía que no es de su agrado.
—¡Qué modo de andar! —comentó Gruchegnka despectivamente.
Mitia se sintió inquieto. Además, había observado que el pan de la pipa lo observaba con un gesto de irritación.
—¡ Panie, bebamos! —exclamó.
Invitó también al que paseaba y llenó de champán tres vasos.
—¡Por Polonia, panowie [50]; bebo por vuestra Polonia!
—Bardzo mi to milo, panie, wypijem [51]—dijo el pande la pipa, jactancioso pero amable.
—Que beba también el otro pan. ¿Cómo se llama? Toma un vaso, Jasnie Wielmozny [52].
— PanWrublewski —dijo el otro.
PanWrublewski se acercó a la mesa contoneándose.
—¡Por Polonia, panowie! ¡Hurra! —exclamó Mitia levantando su vaso.
Bebieron y Mitia llenó de nuevo los tres vasos.
—Ahora por Rusia, panowie, y considerémonos hermanos.
—Dame un vaso —dijo Gruchengka—. Quiero beber por Rusia.
—Y yo también —intervino Maximov—. Yo también quiero beber por la abuelita.
—Beberemos todos a su salud —exclamó Mitia—. ¡Hostelero, otra botella!
Éste trajo las tres botellas que quedaban.
—¡Por Rusia! ¡Hurra!
Todos bebieron menos los panowie. Gruchegnka vació su vaso de un trago.
—¿Qué hacen ustedes, panowie?
PanWrublewski levantó su vaso y dijo con voz aguda:
—¡Por Rusia en sus límites de mil setecientos setenta y dos!
—O te bardzo picknie! [53]—aprobó el otro pan.
Bebieron los dos.
—¡Son ustedes unos imbéciles, panowie! —estalló Mitia.
— Panie! —exclamaron los dos polacos irguiéndose como gallos.
El más indignado era panWrublewski.
—Ale nie moznomice slabosc do swego kraju? [54].
—¡Silencio! ¡No quiero riñas! —exclamó enérgicamente Gruchegnka dando con el pie en el suelo.
Tenía la cara encendida y los ojos llameantes. La bebida había hecho efecto. Mitia se asustó.
—Perdónenme, panowie. Toda la culpa es mía. PanWrublewski, no lo volveré a hacer.
—¡Calla y siéntate, imbécil! —ordenó Gruchegnka.
Todos se sentaron y se estuvieron quietos.
—Señores —dijo Mitia, que no había comprendido la salida de Gruchegnka—, yo he sido el culpable de todo... Bueno, ¿qué vamos a hacer para divertirnos?
—Verdaderamente, esto es un aburrimiento —dijo Kalganov con un gesto de hastío.
—¿Y si volviéramos a jugar a las cartas? ¡Ji, ji!
—Bien pensado —dijo Mitia—. Si les parece bien a los panowie...
— Pozno, panie [55]—repuso, fastidiado, el pan de la pipa.
—Tiene razón —apoyó panWrublewski.
—¡Qué compañeros tan fúnebres! —exclamó Gruchegnka—. Emanan aburrimiento y quieren imponerlo a los demás. Antes de tu llegada, Mitia, no han despegado los labios. Lo único que hacían era darse importancia.
—Mi diosa —repuso el pande la pipa—, co mowisz to sie stanie. Widze nielaskie, jestem smutny.
Y dijo a Mitia:
— Jestem gotow.
—Empecemos, panie—dijo Dmitri sacando el fajo de billetes y separando de él dos de cien rublos que depositó en la mesa—. Quiero que gane usted mucho dinero. Tome las cartas: usted tiene la banca.
—Debemos jugar con la baraja de la casa —dijo el pande escasa estatura.
— To najlepsz y sposob [56]—aprobó el panWrublewski.