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TRIGORIN.- ¿Para qué?

NINA.- ¡Para saber lo que es sentirse escritor de talento y célebre!... ¿Qué se experimenta con la celebridad?... ¿Qué experimenta usted?

TRIGORIN.- ¿Que qué experimento?... Seguramente, nada. Nunca me he detenido a pensar en ello. ( Quedando un momento pensativo.) ¡Será, tal vez, una de estas dos cosas...: o que exagera usted mi celebridad o que, en general, la celebridad no se la siente de ninguna manera!

NINA.- ¿Y cuando lee usted lo que se escribe sobre su persona en los periódicos?

TRIGORIN.- Si me alaban, me resulta agradable, y si me atacan, me paso un par de días de mal humor.

NINA.- ¡Es un mundo maravilloso! ¡Si supiera cuánto le envidio!... ¡La suerte no es igual para todos!... ¡Los hay que apenas hacen otra cosa que no sea arrastrar una existencia aburrida y oscura!... ¡Se asemejan entre sí, y son todos desgraciados!... ¡Otros, como por ejemplo usted (uno entre un millón), tiene una vida interesante, clara, llena de contenido!... ¡Usted es feliz!

TRIGORIN.- ¿Yo?... ( Encogiéndose de hombros.) ¡Hum!... ¡Me habla usted de felicidad, de celebridad, de no sé qué vida clara e interesante..., y para mí, perdóneme, todas esas bonitas palabras son como los bombones de fruta, que nunca los como!... ¡Es usted muy joven y muy indulgente!...

NINA.- ¡Oh, no! ¡Su vida es maravillosa!

TRIGORIN.- ¿Y qué hay en ella de especialmente bueno?... ( Consultando el reloj.) Perdóneme... No puedo quedarme más tiempo... ¡El caso es que ( Riendo.) ha dado usted en mi punto flaco, y ya empiezo a excitarme y a enfadarme un poco!... ¡Hablemos, pues! ¡Hablemos de mi maravillosa y clara vida!... De manera que..., ¿por dónde empezamos? ( Después de un momento de meditación.) ¡A veces se impone a uno, a la fuerza, un pensamiento!... ¡Le da a uno, por ejemplo, por pensar de día y de noche en la luna!... ¡Pues bien...: yo también tengo mi luna! De día y de noche vivo dominado por este pensamiento fijo: «¡Tengo que escribir! ¡Tengo que escribir!»... ¡Apenas he escrito una novela, y..., sin saber por qué..., tengo que empezar otra!... ¡Luego una tercera y después una cuarta!... ¡Escribo sin darme tregua, y no puedo obrar de otro modo!... ¿Y qué, le pregunto yo, hay en todo esto de maravilloso o de claro?... ¡Ah!... ¡Qué vida salvaje la mía!... ¡Aquí estoy ahora, hablando animadamente con usted y sin dejar, sin embargo, de recordar en todo momento que mi novela, aún no terminada, me espera!... ¡Si, por ejemplo, veo pasar una nube cuya forma recuerda la del piano, pienso que habré de señalar en alguna novela el paso de una nube semejante!... ¡Huele a heliotropo..., y en seguida mi mente registra: «Olor empalagoso», «el color de la viudez», «recordar citarlo en la descripción de un anochecer de verano»!... ¡Cada una de sus frases o palabras o de las mías propias, es atrapada por mí, que me apresuro a encerrarla en mi despensa literaria por si algún día me sirve para algo!... ¡Cuando termino mi trabajo, corro al teatro o me voy a pescar! ¡Aquí, donde debería haber descansado y olvidado..., no puedo ya hacerlo, pues dentro de mi cabeza comienza a dar vueltas otra pesada bala de peltre: un nuevo argumento!... ¡Ya la mesa de despacho empieza a atraerme y de nuevo hay que escribir, que escribir y que escribir!... ¡Y así siempre, siempre!... ¡Yo soy el primer obstáculo a mi tranquilidad! ¡Siento que me devora la propia vida, pues para conseguir la miel que luego entrego a alguno de los seres que pueblan el espacio, he de recoger antes el polvo de mis mejores flores, destrozarlas y pisotear sus raíces!... ¿Acaso no soy un loco?... ¿Es la actitud de mis amigos y conocidos la natural para con un ser de espíritu sano?... «¿Qué está escribiendo ahora?», me dicen. «¿Con qué nos va a obsequiar?»... ¡Siempre lo mismo! ¡Siempre lo mismo!... ¡Y llega a parecerme que todo: la atención que me prestan los que me conocen, las alabanzas y los entusiasmos..., es puro engaño!... ¡Se me figura que me engañan como a un enfermo y, a veces, hasta temo que se me acerquen a hurtadillas por la espalda, me cojan y me lleven a un manicomio!... ¡Aquellos otros años, los mejores de mi juventud..., cuando empezaba mi carrera literaria..., fueron para mí un continuo martirio!... El escritor de segunda fila, sobre todo cuando la suerte no le acompaña, se antoja a sí mismo inepto..., se considera «de sobra». Sus nervios desgastados se mantienen en constante tensión, y se pasa el tiempo vagando por los círculos literarios sin ser aceptado ni advertido por nadie. Teme mirar a los ojos de los demás, franca y valerosamente, como el jugador apasionado cuando no tiene dinero... ¡Nunca he visto a mi lector, pero, sin saber por qué, la imaginación me lo representa predispuesto en contra mía y lleno de desconfianza!... ¡He sentido miedo al público! ¡Cuando llegaba el momento de representar una nueva obra, en cada estreno me parecía observar que los morenos me eran hostiles y los rubios fríamente indiferentes! ¡Qué terrible sensación! ¡Qué martirio!

NINA.- ¡Perdóneme..., pero...! ¿Los momentos de inspiración y el mismo proceso creador no le han proporcionado minutos de felicidad?

TRIGORIN.- Sí. Escribiendo paso ratos agradables... También es grata la corrección de pruebas... pero, apenas la obra ha salido de la imprenta, ya la considero una equivocación, no puedo soportarla, pienso que más me valdría no haberla escrito, me enojo y me disgusto. ( Riendo.) Por otra parte, el público que la lee se contenta con decir: «¡Es simpático esto!»... «¡Tiene talento!»... «¡Lo que hace es simpático..., pero le falta mucho todavía para llegar a Tolstoi!... O bien: «¡Es una maravilla de obra..., aunque Padres e hijos, de Turgueniev, sea mucho mejor!»... Y así sucesivamente, hasta la tumba. Todo se reducirá al «es simpático» y al «tiene talento»... ¡Solo al «es simpático» y al «tiene talento»!... Cuando me muera..., los que me hayan conocido y pasen ante mi tumba..., dirán: «Aquí yace Trigorin. Fue un buen escritor..., aunque escribía peor que Turgueniev.»

NINA.- Perdone, pero me niego a comprenderle... Lo que pasa es, sencillamente, que está usted demasiado mimado por el éxito.

TRIGORIN.- ¿Por qué éxito? ¡Nunca me gustó mi propia obra! ¡No me quiero como escritor! ¡Y, lo que es aún peor..., me encuentro envuelto en una, dijéramos, bruma y no entiendo lo que yo mismo escribo!... ¡Amo esta agua, estos árboles, este cielo!... ¡Siento la Naturaleza, que es la que excita en mí la pasión y el deseo invencible de escribir!... ¡Pero no puedo ser solo paisajista»!... ¡Soy también un ciudadano, amo a mi patria, al pueblo, y comprendo que, en mi calidad de escritor debo hablar de este pueblo, de sus sufrimientos y de su futuro!... ¡Debo hablar de la ciencia, de los derechos del hombre, etcétera... y hablo!... ¡Todos son a meterme prisa, a enfadarse, y yo me agito de un lado para otro como el zorro acosado por los perros! ¡Veo que la vida y la ciencia siguen adelante, adelante..., que yo me quedo atrás, atrás..., como un «mujik» cuando pierde el tren..., y que, a fin de cuentas, solo sé describir paisajes, y en todo el resto soy falso hasta la medula de los huesos!

NINA.- Trabaja usted demasiado, y no tiene ni tiempo ni deseo de reconocer su propio significado... ¡Conforme!... ¡Admito que está usted descontento de sí! ¡Ello no impide que para los demás sea usted grande y maravilloso,... ¡Si yo fuera escritor como usted, entregaría a la masa toda mi vida..., pero reconociendo que el bien de esta masa estaría en elevarse hasta mi altura, y donde una vez en ella, me llevaría un carro de triunfo!

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