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SORIN.- ¡Por cierto!... Dime, por favor, ¿qué clase de hombre es el escritor ese? ¡No se le comprende bien! ¡Está siempre tan callado!

TREPLEV.- Es hombre inteligente, sencillo..., un poco, diré..., melancólico..., pero de espíritu muy noble... Aunque todavía tardará en cumplir los cuarenta, ya ha alcanzado la celebridad, y está satisfecho hasta el cuello... En cuanto a sus escritos.., ¿cómo decirte?... Son agradables, se ve que tiene talento; pero, después de leer a Tolstoi o a Zola, no te quedan ganas de leerle a él.

SORIN.- A mí, hermano, me gustan los literatos. En otros tiempos, deseaba ardientemente dos cosas: casarme y ser literato. ¡Pero ninguna de las dos se me logró!... Sí... ¡A fin de cuentas, aun ser literato de segundo orden es agradable!

TREPLEV.- ( Tendiendo el oído.) Oigo pasos. ( Abraza a su tío.) ¿Sabes?... ¡No puedo vivir sin ella!... ¡Hasta el ruido de sus pasos es maravilloso!... ¡Soy locamente feliz! ( Avanzando apresurado haciaNINA SARECHNAIA, que acaba de entrar.) ¡Hechicera mía!... ¡Ensueño!...

NINA.- ( Agitada.) ¡No llego retrasada! ¡Claro que no llego!...

TREPLEV.- ( Besándole las manos.) No, no, no...

NINA.- ¡He pasado un día más intranquilo!... Temía que mi padre no me dejara venir, pero acaba de marcharse con mi madrastra. El cielo se había puesto ya rojo y empezaba a salir la luna, y yo..., ¡venga arrear al caballo! ( Ríe.) ¡Qué contenta estoy! ( Estrecha fuertemente la mano aSORIN.)

SORIN.- ¡Me parece que tienes ojitos de haber llorado! ¡Vaya, vaya!... ¡Eso no vale!...

NINA.- ¡No es nada!... ¿Ves lo fatigosamente que respiro todavía?..., pues dentro de media hora tengo que volverme. Necesitaré darme prisa. ¡No puedo estar mucho tiempo, así que, por el amor de Dios, no me retengan!... Mi padre no sabe que estoy aquí.

TREPLEV.- En efecto, ya es hora de empezar. Hay que llamar a todos.

SORIN.- Ya voy yo... Ahora mismo voy. ( Se dirige hacia la derecha y canta.) «¡En Francia, dos granaderos!»... ( Volviendo la cabeza.) Esto me recuerda que, en cierta ocasión en que me había puesto a cantar como ahora, me dijo un fiscal: «¡Excelencia..., su voz es potente, pero...» (Aquí se calló y, después de pensarlo un poco, terminó así...) «desagradable!»... ( Sale riendo.)

NINA.- Mi padre y su mujer no me dejan venir. Encuentran que la vida aquí es muy bohemia y tienen miedo de que quiera hacerme actriz... ¡En cambio, a mí el lago me atrae como a una gaviota!... ¡Mi corazón está lleno de usted! ( Mira a su alrededor.)

TREPLEV.- Estamos solos.

NINA.- Me parece que por ahí anda alguien.

TREPLEV.- Nadie. ( Le da un beso.)

NINA.- ¿Qué árbol es este?

TREPLEV.- Un olmo.

NINA.- ¿Y por qué tiene ese color oscuro?

TREPLEV.- Porque ya anochece y, al anochecer, todas las cosas se vuelven oscuras... ¡Quédese más tiempo'. ¡Se lo suplico!

NINA.- ¡Imposible!

TREPLEV.- ¿Y si me fuera yo con usted, Nina?... Me pasaría toda la noche en su jardín, mirando a sus ventanas.

NINA.- Imposible. Le vería el guarda. Además, Tresortodavía no le conoce, y empezaría a ladrar.

TREPLEV.- ¡La quiero!...

NINA.- ¡Tsss!...

TREPLEV.- ( Al oír pasos.) ¿Quién está ahí?... ¿Es usted, Iakov?

IAKOV.- ( Detrás del estrado.) Sí, señor.

TREPLEV.- ¡Que ocupe cada uno su puesto! ¡Ya es la hora! ¡Está saliendo la luna!

NINA.- A sus órdenes, señor.

TREPLEV.- ¿Hay alcohol?... ¿Y azufre?... ¡Cuando aparezcan los ojos rojos, tiene que oler a cera! ( ANINA.) ¡Vaya usted ya! Todo está preparado. ¿Se siente nerviosa?

NINA.- Sí, mucho... A su madre no la temo, pero estará ahí Trigorin, y me da miedo y vergüenza trabajar delante de él... ¡Delante de un famoso escritor!... ¿Es joven?

TREPLEV.- Sí.

NINA.- ¡Qué cuentos tan maravillosos los suyos!

TREPLEV.- Como no los he leído, no los conozco.

NINA.- ¡Es difícil trabajar en su obra!... ¡Sin personajes vivos!

TREPLEV.- ¡Personajes vivos!... ¡No hay que representar a la vida como es..., ni cómo va a ser..., sino como nosotros la vemos en nuestros sueños!

NINA.- ¡Además, su obra carece de acción!... ¡Puede decirse que es solo un recitado!... ¡Tampoco, a mi parecer, en una obra debe faltar el amor!... ( Salen ambos, y van a situarse detrás del estrado.)

Escena III

EntranPOLINA ANDREEVNA yDORN.

POLINA ANDREEVNA.- Se está levantando humedad. Vuelva, y póngase los chanclos.

DORN.- Pues yo tengo calor.

POLINA ANDREEVNA.- ¡No se cuida usted nada!... ¡Qué terquedad!... ¡Es usted médico, sabe perfectamente que el aire húmedo le es perjudicial y, sin embargo, le gusta mortificarme!... ¡Ayer hizo usted a propósito el quedarse todo el anochecer en la terraza!

DORN.- ( Canturreando.) «¡No te culpo, juventud..., de destruirme la vida!»...

POLINA ANDREEVNA.- ¡Y es que estaba usted metido en una conversación tan animada con Irina Nikolaevna, que no notaba el frío!... ¡Confiese que le gusta!

DORN.- ¡Tengo cincuenta y cinco años!...

POLINA ANDREEVNA.- ¡Tonterías!... ¡En un hombre, eso no es vejez!... ¡Se conserva usted perfectamente, y todavía agrada a las mujeres!

DORN.- Y ¡qué quiere que yo le haga!

POLINA ANDREEVNA.- ¡Siempre están ustedes todos dispuestos a caer de rodillas ante una actriz!... ¡Todos!

DORN.- ( Canturreando.) «¡Ante ti otra vez estoy!»... Mire... El que la sociedad quiera a los artistas y los acoja de manera distinta que acogería, por ejemplo, a un comerciante..., es natural... ¡Idealismo puro!

POLINA ANDREEVNA.- Y cuando las mujeres se enamoraban de usted, y se le colgaban al cuello..., ¿era también idealismo?

DORN.- ( Encogiéndose de hombros.) ¿Qué..., si no?... El sentimiento de la mujer hacia mí fue siempre limpio. Lo que amaba en mí, principalmente, era al médico de excelencia... Hace cosa de diez o quince años, ¿se acuerda usted?..., en toda la región no había más tocólogo bueno que yo... ¡Además, siempre fui un hombre honrado!

POLINA ANDREEVNA.- ( Cogiéndole una mano.) ¡Querido!

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