CASI ME AMABAS Alma celeste para amar nacida. ESPRONCEDA Casi me amabas. Sonreías, con tu gran pelo rubio donde la luz resbala hermosamente. Ante tus manos el resplandor del día se aplacaba continuo, dando distancia a tu cuerpo perfecto. La transparencia alegre de la luz no ofendía, pero doraba dulce tu claridad indemne. Casi…, casi me amabas. Yo llegaba de allí, de más allá, de esa oscura conciencia de tierra, de un verdear sombrío de selvas fatigadas, donde el viento caducó para las rojas músicas; donde las flores no se abrían cada mañana celestemente ni donde el vuelo de las aves hallaba al amanecer virgen el día. Un fondo marino te rodeaba. Una concha de nácar intacta bajo tu pie, te ofrece a ti como la última gota de una espuma marina. Casi…, casi me amabas. ¿Por qué viraste los ojos, virgen de las entrañas del mundo que esta tarde de primavera pones frialdad de luna sobre la luz del día y como un disco de castidad sin noche, huyes rosada por un azul virgíneo? Tu escorzo dulce de pensativa rosa sin destino mira hacia el mar. ¿Por qué, por qué ensordeces y ondeante al viento tu cabellera, intentas mentir los rayos de tu lunar belleza? ¡Si tú me amabas como la luz!… No escapes, mate, insensible, crepuscular, sellada. Casi, casi me amaste. Sobre las ondas puras del mar sentí tu cuerpo como estelar espuma, caliente, vivo, propagador. El beso no, no, no fue de luz: palabras nobles sonaron: me prometiste el mundo recóndito, besé tu aliento, mientras la crespa ola quebró en mis labios, y como playa tuve todo el calor de tu hermosura en brazos. Sí, sí, me amaste sobre los brillos, fija, final, extática. El mar inmóvil detuvo entonces su permanente aliento, y vi en los cielos resplandecer la luna, feliz, besada, y revelarme el mundo. LOS POETAS Yo vi una flor quebrada por la brisa. El clamor silencioso de pétalos cayendo arruinados de sus perfectos sueños. ¡Vasto amor sin delirio bajo la luz volante, mientras los ojos miran un temblor de palomas que una asunción inscriben! Yo vi, yo vi otras alas. Vastas alas dolidas. Ángeles desterrados de su celeste origen en la tierra dormían su paraíso excelso. Inmensos sueños duros todavía vigentes se adivinaban sólidos en su frente blanquísima. ¿Quién miró aquellos mundos, isla feraz de un sueño, pureza diamantina donde el amor combate? ¿Quién vio nubes volando, brazos largos, las flores, las caricias, la noche bajo los pies, la luna como un seno pulsando? Ángeles sin descanso tiñen sus alas lúcidas de un rubor sin crepúsculo, entre los valles verdes. Un amor, mediodía, vertical se desploma permanente en los hombros desnudos del amante. Las muchachas son ríos felices; sus espumas – manos continuas- atan a los cuellos las flores de una luz suspirada entre hermosas palabras. Los besos, los latidos, las aves silenciosas, todo está allá, en los senos secretísimos, duros, que sorprenden continuos a unos labios eternos. ¡Qué tierno acento impera en los bosques sin sombras, donde las suaves pieles, la gacela sin nombre, un venado dulcísimo, levanta su respuesta sobre su frente al día! ¡Oh, misterio del aire que se enreda en los bultos inexplicablemente, como espuma sin dueño! Ángeles misteriosos, humano ardor, erigen cúpulas pensativas sobre las frescas ondas. Sus alas laboriosas mueven un viento esquivo, que abajo roza frentes amorosas del aire. Y la tierra sustenta pies desnudos, columnas que el amor ensalzara, templos de dicha fértil, que la luna revela. Cuerpos, almas o luces repentinas, que cantan cerca del mar, en liras casi celestes, solas. ¿Quién vio ese mundo sólido, quién batió con sus plumas ese viento radiante que en unos labios muere dando vida a los hombres? ¿Qué legión misteriosa, ángeles en destierro, continuamente llega, invisible a los ojos? No, no preguntes; calla. La ciudad, sus espejos, su voz blanca, su fría crueldad sin sepulcro, desconoce esas alas. |