NO ESTRELLA ¿Quién dijo que ese cuerpo tallado a besos brilla resplandeciente en astro feliz? ¡Ah, estrella mía, desciende! Aquí en la hierba sea cuerpo al fin, sea carne tu luz. Te tenga al cabo, latiendo entre los juncos, estrella derribada que dé su sangre o brillos para mi amor. ¡Ah, nunca inscrita arriba! Humilde, tangible, aquí la tierra te espera. Un hombre te ama. EL DESNUDO I ¿Qué llevas ahí, en tu gracioso cesto de margaritas ligeras? El poniente sin mancha quiere besarme desde tus mejillas inocentes. Un cándido corpiño encierra la gloria dulce de un mediodía prisionero, mientras tu cuello erguido sostiene la crespa concentración de la luz, sobre la que los pájaros virginales se encienden. Pero suelta, suelta tu gracioso cestillo, mágica mensajera de los campos; échate sobre el césped aquí a la orilla del río. Y déjame que en tu oído yo musite mi sombra, mi penumbrosa esperanza bajo los álamos plateados. II Acerca ahora tus pies desnudos, húndelos en el agua. Un hervor de oro, de carmín, de plata rápida, cruza ligero, confundiendo su instantáneo fulgor con tu espuma constante, oh rosa. Déjame ahora beber ese agua pura, besar acaso ciegamente unos pétalos frescos, un tallo erguido, un perfume mojado a primavera, mientras tu cuerpo hermoso arriba orea su cabello luciente y tus dos manos ríen entre su luz, y tu busto palpita. III Tu desnudo mojado no teme a la luz. Todo el verde paisaje se hace más tierno en presencia de tu cuerpo extendido. Sobre tu seno alerta un pájaro rumoroso viene a posar su canción, y se yergue. Sobre la trémula cima su garganta extasiada canta a la luz, y siente dulce tu calor propagándole. Mira un instante la tibia llanura aún húmeda del rocío y con su lento pico amoroso bebe, bebe la perlada claridad de tu cuerpo, alzando al cielo su plumada garganta, ebrio de amor, de luz, de claridad, de música. IV Mirar anochecer tu cuerpo desnudo, goteante todavía del día, sobre el césped tranquilo, en la mágica atmósfera del amor. Con mi dedo he trazado sobre tu carne unas tristes palabras de despedida. Tu seno aterciopelado silencia mi caricia postrera: ya casi tu corazón se para. En tu cuello una música se ensordece, mudo gemido del poniente anhelante, y si te miro veo la luz, la luz última sin sangre, extinguirse en un gran grito final contra mis ojos, ciega. Súbitamente me hundo en tu boca y allí bebo todo el último estertor de la noche. EL CUERPO Y EL ALMA
Pero es más triste todavía, mucho más triste. Triste como la rama que deja caer su fruto para nadie. Más triste, más. Como ese vaho que de la tierra exhala después la pulpa muerta. Como esa mano que del cuerpo tendido se eleva y quiere solamente acariciar las luces, la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda. Luz de la noche sobre el cuerpo tendido sin alma. Alma fuera, alma fuera del cuerpo, planeando tan delicadamente sobre la triste forma abandonada. Alma de niebla dulce, suspendida sobre su ayer amante, cuerpo inerme que pálido se enfría con las nocturnas horas y queda quieto, solo, dulcemente vacío. Alma de amor que vela y se separa vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría. LA ROSA Yo sé que aquí en mi mano te tengo, rosa fría. Desnudo el rayo débil del sol te alcanza. Hueles, emanas. ¿Desde dónde, trasunto helado que hoy me mientes? ¿Desde un reino secreto de hermosura, donde tu aroma esparces para invadir un cielo total en que dichosos tus solos aires, fuegos, perfumes se respiran? ¡Ah, sólo allí celestes criaturas tú embriagas! Pero aquí, rosa fría, secreta estás, inmóvil; menuda rosa pálida que en esta mano finges tu imagen en la tierra. LAS MANOS Mira tu mano, que despacio se mueve, transparente, tangible, atravesada por la luz, hermosa, viva, casi humana en la noche. Con reflejo de luna, con color de mejilla, con vaguedad de sueño mírala así crecer, mientras alzas el brazo, búsqueda inútil de una noche perdida, ala de luz que cruzando en silencio toca carnal esa bóveda oscura. No fosforece tu pesar, no ha atrapado ese caliente palpitar de otro vuelo. Mano volante perseguida: pareja. Dulces, oscuras, apagadas, cruzáis. Sois las amantes vocaciones, los signos que en la tiniebla sin sonido se apelan. Cielo extinguido de luceros que, tibio, campo a los vuelos silenciosos te brindas. Manos de amantes que murieron, recientes, manos con vida que volantes se buscan y cuando chocan y se estrechan encienden sobre los hombres una luna instantánea. |