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– Las piezas siguen encajando una tras otra -observó de nuevo Proxi que no se había dado cuenta de mi breve ausencia-. ¿Sabéis qué creo…? Creo que todo lo que vamos encontrando converge hacia dos únicos puntos: Tiwanacu y los yatiris. Dejad que os cuente por encima lo que dice Cieza de León.

Pero mi cerebro seguía trabajando en segundo plano: Pedro Sarmiento de Gamboa estuvo recorriendo Perú desde 1570 hasta 1575 para escribir las Informaciones de la Visita General y, durante esos cinco años, se encontró con los yatiris en Tiwanacu -aunque la ciudad sólo era ya un cúmulo de ruinas- y dibujó un mapa en el que reflejaba un camino que, desde allí e internándose después en la selva, conducía hasta algún lugar seguramente importante. Y, apenas terminado el mapa, la Inquisición le acusó de practicar la brujería y le encerró en las cárceles secretas que el Santo Oficio tenía en Lima por elaborar una tinta que provocaba cualquier tipo de sentimiento en quien leyera lo que se escribía con ella.

– A Cieza le nombraron Cronista Oficial de Indias en 1548 -explicó Proxi a modo de introducción, apoyando la suela de sus zapatos en el filo de la vieja mesa de ratán-, y, a partir de entonces, se dedicó a visitar los lugares más importantes de Perú narrando hasta el último detalle de lo que veía y oía.

– ¿También cuenta lo libertinas que eran las mujeres collas antes del matrimonio? -pregunté con sorna.

– También -admitió Proxi de mala gana-. Y eso que no era cura. ¡Menos mal que he nacido en esta época! -exclamó a pleno pulmón-. Creo que me hubiera muerto si llego a tener que aguantar a tanto retrógrado machista.

– Bueno, ¿y qué más dice de los collas? -atajó rápidamente Jabba antes de que los disparos se volvieran contra él.

– Pues, por ejemplo, que se deformaban las cabezas.

– ¿Ah, sí? -aquello me interesaba mucho.

– Escucha: «En las cabezas traen puestos unos bonetes a manera de morteros, hechos de su lana, que nombran chullos -leyó-; y tienen todos las cabezas muy largas y sin colodrillo, porque desde niños se las quebrantan y ponen como quieren, según tengo escrito.»

– ¡El gorrito se llama chullo! -exclamé, muy risueño.

– ¿Qué es colodrillo? -quiso saber Jabba.

– La parte posterior de la cabeza -le explicó Proxi.

– Hay algo que no me cuadra -dije-. ¿Por qué dice que todos los collas se quebrantaban la cabeza desde pequeños? A mí, la catedrática me dijo que la deformación del cráneo se utilizaba sólo entre las clases altas, como señal de distinción.

– Aquí cada uno dice una cosa distinta -rezongó la mercenaria-. Cada arqueólogo y cada antropólogo tiene su propia y diferente versión de los hechos, y, luego, con todo ese batiburrillo, los historiadores se montan una especie de teoría general que no aborda determinado tipo de cuestiones para no pillarse los dedos.

– ¿Y por qué no se coordinan? -protestó Jabba-. ¡Nuestra vida sería más sencilla!

– No le pidas peras al olmo, Marc -sentencié-. Si quieres, te vuelvo a contar la bronca que tienen montada con los documentos Miccinelli.

– No, muchas gracias -se apresuró a responderme con cara de terror-. Proxi, rápido, sigue con Cieza.

– A ver dónde estaba… Aquí. Mira, voy a haceros un resumen y luego entraremos a fondo con Tiwanacu, ¿de acuerdo? Bueno, los collas le contaron a Cieza de León que ellos descendían de una civilización muy antigua, anterior al diluvio, pero que no sabían mucho de aquellos antepasados. Aseguraban haber sido una nación muy grande que, antes de los incas, tenía grandes templos y veneraba mucho a los sacerdotes, pero, luego, abandonaron a sus antiguos dioses y creyeron en Viracocha, que salió un día de la gran laguna Titicaca para crear el sol y acabar con las tinieblas en las que había quedado sumido el mundo después del diluvio. Como los egipcios, veneraban y momificaban a sus muertos y les levantaban importantes edificaciones de piedra llamadas chullpas.

– ¿Y qué dice de Tiwanacu? -pregunté viendo que Proxi había terminado el resumen.

Ella bajó los ojos al libro, pasó un par de hojas hacia delante y hacia atrás, buscando algo, y, cuando lo encontró, alisó bien las páginas con la palma de la mano y empezó a leer:

– «Yo para mí tengo esta antigualla por la más antigua de todo el Perú; y así, se tiene que antes que los ingas reinasen, con muchos tiempos, estaban hechos algunos edificios destos; porque yo he oído afirmar a indios que los incas hicieron los edificios grandes del Cuzco por la forma que vieron tener la muralla o pared que se ve en este pueblo.»

– ¡Vaya manera de hablar! ¡No se entiende nada!

– ¡Cállate, Jabba! Sigue leyendo, Proxi, por favor.

– «Yo pregunté a los naturales, en presencia de Juan Varagas (que es el que sobre ellos tiene encomienda), si estos edificios se habían hecho en tiempos de los ingas, y riéronse desta pregunta, afirmando lo ya dicho, que antes que ellos reinasen estaban hechos, mas que ellos no podían decir ni afirmar quién los hizo, mas de que oyeron a sus pasados que en una noche remaneció hecho lo que allí se vía.»

– ¿Qué narices se supone que ha querido decir? -bramó Jabba, que se removía en el sillón como una fiera en su jaula.

– Que los collas aseguraban que Tiwanacu se construyó mucho antes de la llegada de los incas y que, según sus antepasados, toda la edificación se levantó en una sola noche.

– Cieza, además -siguió, imperturbable, Proxi-, hace una detallada descripción de las ruinas tal y como él las vio en su visita.

– ¿Tienes algún plano de Tiwanacu, Root?

– Hasta ahora no me había hecho falta.

– Pues si tenemos que situar la Puerta del Sol y entender lo que dice Cieza, deberíamos bajarnos uno de internet.

– Luego lo haremos -le dije, sin moverme-. Es la hora de comer.

Su rostro se iluminó e hizo el conato de saltar del sofá como si sufriera toda el hambre del mundo, pero el breve arpegio musical que acompañó al mensaje que apareció en las pantallas, frustró bruscamente su intento.

Después de casi cuatro días de búsqueda incesante a toda potencia, el sistema acababa de completar la clave de acceso al ordenador de Daniel.

Si alguien me hubiera asegurado que mi hermano sería algún día el presidente de Estados Unidos probablemente no le hubiese creído. Si me lo hubiera jurado, dado por cierto y mostrado documentos acreditativos de tal suceso, al final, hubiera tenido que aceptarlo, claro, pero habría mantenido mis reservas hasta el día de su toma de posesión, e incluso entonces hubiera pensado que aquello era un sueño raro del que terminaría despertándome.

Pues bien, exactamente eso fue lo que sentí cuando tuve ante mis ojos la palabra clave elegida por mi hermano para proteger su ordenador:

(¯`Ðån¥ëL´¯)

Doce caracteres ni más ni menos, el doble de lo normal, y, encima, los más impredecibles e imposibles de adivinar. Nadie usaba ese tipo de claves, nadie tenía tanta imaginación -o tanta prudencia-, nadie era, en definitiva, tan rebuscado, sobre todo porque escasas aplicaciones te permitían utilizar cadenas tan largas y, mucho menos, símbolos tipográficos tan pintorescos. Sólo programas muy sofisticados o, por el contrario, programillas cutres escritos por hackers de medio pelo permitían semejante exhibicionismo criptográfico, pero, incluso teniéndolo permitido, lo que me admiraba era que Daniel hubiera hecho ese alarde de fantasía y de cautela informática tan impropio de él. Vivir para ver…

Jabba y Proxi no daban crédito a sus ojos. Ambos mostraron, primero, su mayor asombro y, segundo, su absoluta seguridad en que esa clave no la había inventado Daniel.

– No te ofendas, Root-me dijo Proxi como experta en la materia, dejando caer una mano sobre mi hombro-, pero tu hermano no tiene el nivel informático necesario para conocer la existencia de estas claves en ASCII (9). Pondría la mano en el fuego a que la copió de alguna parte, fíjate, y estoy segura de que no me quemaría.

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