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– ¿Y todo eso que contabas en Madrid? Aire libre para los enfermos, más espacio, menos gastos… Todo eso sigue en pie, ¿no?

– Pues no. Porque a mí me prometieron una casa, no una ruina. Y un jardín, no un erial. Y talleres, no dos pajares sin acondicionar. No hace ni tres meses que les cedimos el centro de Vicálvaro, y ahora ya se hacen los suecos, por supuesto. No hay dinero, Rosa, eso es lo que me dice el delegado todas las semanas, de momento no hay dinero… Y les llama locos, a mis pacientes, ¿te lo puedes creer? Tus locos tendrán que esperar un poco más, eso me dice. Mira, si no fuera por mi padre y por mi hermano, que se están forrando en la privada a base de recetar aspirinas a los yonquis de buena familia, y tienen que tranquilizarse las conciencias de vez en cuando, no tendríamos ni tejado, ¿me oyes?, ni tejado. Ya no me dan un crédito en ningún banco, Fernando, estoy en todas las listas negras, ni cien, ni cincuenta mil pesetas, nada. Y nadie dona dinero para los locos, porque no es rentable, no queda mono en la televisión, no sé… Todo esto es una mierda, tú también te irás dando cuenta, pero eso sí, ¿ves?, la Maliciosa ya está nevada, mírala… Siempre igual, desde el principio, hielo en invierno y deshielo en primavera, por muchas vueltas que dé el mundo. Si no fuera por ella, que jamás pierde la serenidad, habría acabado volviéndome un poco loca yo también.

– Conoces bien todo esto, ¿verdad?

– Sí. He veraneado en este pueblo toda mi vida.

– Y el centro… ¿qué era antes? Por la fachada, parece como una casa solariega.

– La Casa Quemada la llaman. Al tío que la construyó le hubiera encantado oírte, porque se dice que lo que él pretendió al levantarla fue precisamente eso, hacerse con una casa solariega. Pero aquí nunca ha habido hidalgos, sólo pastores con una manada de ovejas, un par de vacas, y prados para pasto, las parcelas que vendieron en los años sesenta para que los señoritos de Madrid se construyeran chalets suizos con piscina y pista de tenis, en fin, ya sabes… El caso es que el individuo aquel era un indiano. Emigró a México, se hizo inmensamente rico y se volvió cuando la Revolución. Por lo visto, él contaba que fue Emiliano Zapata en persona quien le echó de sus tierras, ¡muerte a los gachupines!, juraba que le había gritado en sus propias narices, vete a saber, mi madre llegó a conocerlo, de niña… Construyó la casa y se instaló aquí con su familia, pero el hijo pequeño, que ya estaba muy enfermo, murió al poco tiempo de tuberculosis, y su madre le cogió manía a todo esto, porque si habían venido aquí, al fin y al cabo, era porque esperaban que el aire de la sierra lo curara. Total, que cuando la hija mayor se casó, creo que con un notario, y se fue a vivir a Madrid, todos se mudaron allí y nunca volvieron. Durante algunos años, la casa estuvo cerrada, abandonada, pero una noche, no estoy segura de la fecha, a principios de los años cuarenta debió de ser, se organizó un incendio espantoso y ardió todo, las cortinas, las alfombras, los muebles, todo. Nunca se supo cómo prendió el fuego, pero la gente cree que por aquel entonces los maquis del Guadarrama usaban la casa de vez en cuando, en invierno. La verdad es que no me extrañaría, estando tan apartada, y al pie del monte, debió de ser un refugio cómodo y seguro para ellos. Los viejos cuentan todavía que en las noches de helada los guerrilleros bajaban de la sierra a dormir aquí, y aquí curaban a los heridos. El caso es que aquella madrugada, cuando en el pueblo dieron la alarma, el incendio ya casi se había apagado solo, ya había ardido todo lo que podía arder… Los herederos cedieron entonces la propiedad al Ayuntamiento, que arregló el edificio pero nunca encontró una manera de usarlo. De ahí pasó a la Comunidad, y por no sé qué convenio, un buen día me lo encontré en una lista de recursos disponibles, y lo solicité, pero todo el mundo lo sigue llamando la Casa Quemada, y yo no le pienso cambiar el nombre. Por lo menos, eso es bonito…

– Este es un sitio muy bonito, Rosa. Y la casa es de piedra, grande y luminosa, está bien construida, todo saldrá bien al final, no te preocupes. ¡Eh!, mírame, te lo estoy diciendo en serio, todo va a salir bien, seguro.

– ¡Si por lo menos pudiéramos drenar el jardín antes de que vuelvan las lluvias! No sabes cómo se puso todo en octubre. Acabábamos de llegar y nos encontramos aquello convertido en un barrizal, no podíamos sacar a los enfermos a pasear. Miguela, la del espejo, esa que has conocido hoy, se nos escapó y volvió hecha una croqueta, rebozada en barro de arriba abajo, la pobre, tiritando de frío… Me da pereza hasta pensar en ello, pero la verdad es que tendríamos que hacer algo o la primavera se nos echará encima sin que nos demos cuenta.

– Oye… ¿y si echáramos encima del jardín una capa de cemento con un buen sistema de desagüe? Al fin y al cabo el terreno está pelado, no hay ni un solo árbol, y la casa no deja de estar en la ladera del monte. Cuando hiciera buen tiempo podríamos sacar a los pacientes a triscar por allí, para que pisen tierra y recojan flores, no hay ningún peligro, y con el patio se acabaron para siempre los barros. Miguela podría salir después de cenar hasta en los días de lluvia, unas botas, un buen chubasquero, y andando.

– Pues… ¿sabes lo que te digo? Que es una buena idea… Sí señor, una excelente idea… Pero haría falta meter una pala, ¿no?, quiero decir, remover la tierra y todo eso.

– Sí, claro.

– Ese es el problema, que no sé de dónde vamos a sacar el dinero para la pala, y luego pagar a los obreros, la hormigonera y todo lo demás.

– Le podemos sacar pelas al Ayuntamiento.

– ¿A los de aquí? ¡Estás tú listo! No sabes la que organizaron cuando nos vinimos; hicieron una manifestación en Colmenar y todo, parecía que íbamos a instalar un cementerio nuclear en la plaza del pueblo…

– Bueno, pues ya se lo sacaremos a tu padre, o al mío, y si no, lo pondremos nosotros de la extra de Navidad, no es tan caro, en serio, pero no sufras más, Rosa, por Dios, alegra esa cara… He tenido una buena idea, y eso no me pasa más que dos o tres veces al año, así que vamos a emborracharnos para celebrarlo, yo pago.

¿De dónde habrá sacado las uñas esa criatura para arañarme así? Debería enseñárselo a la doctora aunque sólo fuera para chinchar a Gregoria, ella que anda siempre presumiendo de tenernos tan limpias, y tan curiositas, que va diciendo por los pasillos que no la dejamos ni un segundo libre para sus cosas, que ya ves, ya me gustaría a mí saber qué cosas tendrá que hacer ésa, pero sí, sí, tan aseaditas, y a Migue no le cortaba las uñas desde vete a saber cuándo, no te digo, menudo arañazo me ha hecho, si me da dentera a mí misma sólo con tocármelo… Menos mal que si me pongo el jersey de cuello alto no se me nota, aunque total, no sé ni para qué me preocupo, porque no es ya que tenga mal tipo, es que ya ni siquiera tengo tipo, que miro para abajo cuando estoy de pie y no me veo los pies, sólo la barriga, esta panza de vaca vieja que me ha crecido de repente, yo, que nunca había tenido tripa… Y todo lo demás, en cambio, ha desaparecido, hay que fastidiarse, yo no lo entiendo, por más que me repitan lo de las hormonas esas que nunca me acuerdo de cómo se llaman, es que se me ha puesto el cuerpo igual que un botijo, que ya no tengo cintura, ni muslos, ni caderas, nada, si parezco una morcilla poco hecha, lo mismo… O sea, que un arañazo más o menos en el escote, igual me da, si estoy hecha un asco, y aunque no lo estuviera, ¿quién me iba a mirar a mí? Pues nadie, así que… Pero, ¡mira la mosquita muerta, en cambio, tócate las narices! ¿De dónde se habrá sacado ese galán? Y anda que no es feo el tío, Dios de mi vida, si parece mismamente un mono, con las dos cejas tan juntas que parecen una sola, y ese pelo tan rizado y ralo, ralo, que se le ven hasta calvas chiquititas encima del cogote, como si estuviera tiñoso… No lo entiendo. De aquí no es, desde luego, yo no le he visto nunca y Salvador, que hoy estaba sobrio, me ha dicho que no ha ingresado ninguno nuevo, así que… Y además, ¡qué raro iba vestido! Ya no me acuerdo de cuánto tiempo hace que no veía yo una de esas mantas tan bastas que parecen de arpillera, como la que llevaba enrollada encima del hombro. Debe de ser un guardia forestal de esos pinares que se ven a lo lejos, seguro, hasta hoy no había visto ninguno todavía, pero debe de haberlos, claro, como en Estíbaliz, y por eso llevaba la escopeta, y esa tartera de aluminio colgada del cinturón… Pues deberían despedirle, por guarro, porque, ¡qué horror!, bueno está que viva en el monte, pero se podía lavar de vez en cuando, vamos, digo yo, porque es que había que verle, la cara llena de tiznones negros, como un carbonero, con la costra esa que tenía en la frente, que no se había limpiado la sangre, toda reseca seguía allí, alrededor de la herida, y la pierna igual, envuelta con unas vendas grises ya de puro sucias, liadas de cualquier manera y estampadas de manchas amarillas, como de pus, ¡qué asco! ¿Y qué le habrá pasado para venir así? Lo mismo se acababa de caer en una trampa para osos, o vete a saber, cualquier bicho grande… No digo yo que, herido y todo como estaba, se preocupara mucho por ponerse guapo, pero se puede esperar un mínimo de urbanidad de alguien que está de visita en una casa, ¿no? Lo que no entiendo es por qué estaba con Migue, porque si había venido a que le curaran, más lógico sería que hubiera ido derecho a la enfermería… Pero es que todo ha sido raro, muy raro, porque yo no le he visto al principio, cuando he pasado por delante de la puerta para ir al baño, no le he visto. Migue estaba sola, con el espejo caído sobre la bata y su cara de imbécil, mirando al techo. No lo entiendo. ¿Cómo se las habrá arreglado para entrar? Yo, desde luego, no he oído la puerta, pero después, cuando he vuelto a pasar, ahí estaba ya, sentado en el alféizar, mirándola, y ella le hablaba todo el tiempo, bajito. Eso es lo que me ha sorprendido, porque a Migue no le gusta hablar, sonreír sí, y escuchar cuentos, pero está casi siempre callada, por eso me he acercado, por eso y porque me ha dado la sensación, no sé, de que así, vista de perfil… Ya sé que lo que estoy diciendo no puede ser, lo sé, pero es que, en ese momento, lo que son las cosas, me ha parecido que Migue no era Migue, no, porque entonces era la mujer del espejo, que es ella pero distinta, con los párpados flojos y los ojos redondos, como yo, como todo el mundo… Por eso me he acercado, no mucho, procurando no hacer ruido, yo ya sé que los milagros son una sarta de mentiras que se inventa el Papa, lo sé, pero quería verla, quería ver a Migue normal, siquiera una vez, es que la quiero mucho, pobrecilla, por eso me he acercado sólo un poco, de puntillas, pero él me ha visto, me ha mirado, y entonces ella se ha dado la vuelta hacía mí, tocándose con los dedos los extremos de los párpados, y estaba guapa, y yo ya sé que eso es imposible, pero es que estaba guapísima, tenía las mejillas sonrosadas y esos ojos inmensos, la boca abierta, le brillaban los labios, pero entonces, de repente, la piel se le ha empezado a estirar, despacito al principio, luego más deprisa, hasta cambiarle la cara otra vez, yo he mirado un momento hacia el suelo porque no me podía creer lo que estaba viendo, todo pasaba muy rápido y como de mentira, igual que en las películas del Spielberg ese, y cuando la he vuelto a mirar, pues claro, pues ya estaba normal, la Migue de siempre, pero él había desaparecido… Ha debido saltar por la ventana. Eso ha debido pasar, claro que yo no le he visto, con el susto que me ha dado la otra, es lógico que yo ya no le mirara, ¿no? ¡Pero hay que ver qué mala leche le ha entrado a Migue cuando se ha dado cuenta de que él se había ido, qué barbaridad, qué bestia! Ha sido entonces cuando se me ha tirado encima, con las uñas por delante, como una alimaña, dando chillidos que en realidad no eran chillidos, sino quejidos, gritos que no significaban nada, como un solo ay muy largo y muy desesperado que le saliera de algún sitio extraño, de muy dentro del cuerpo. Entonces me ha arañado, y me ha dado un cabezazo, y luego se ha quedado quieta, más tranquila, y ha empezado a llorar. La he seguido hasta su rincón porque ha llegado a darme miedo, me ha impresionado mucho y, de repente, he pensado que podía hacer alguna locura, no sé, estaba fuera de sí, ella es obediente, y tan buena, jamás ha pegado a nadie, yo nunca la había visto tan furiosa, pero no, pobre Migue, si no ha hecho nada malo, total, se ha sentado en el suelo, ha cogido el espejo y ha empezado a mirarse todo el rato, sin parar, como hace siempre, acariciándose los pliegues de los párpados mientras veía en el espejo otros ojos, sus otros ojos redondos, su otra cara de mujer normal. Y yo sé que estas cosas que le pasan son muy raras, yo lo sé, y todavía no entiendo cómo se ha colado aquí el tío ese, no sé quién es, ni cómo se las arregla para hacer un milagro de esos que no existen, pero yo, por si acaso, me voy a poner el jersey de cuello alto para ir a cenar, no vaya a ser que me vean el arañazo y tenga que dar explicaciones, que no, que yo no he visto nada ni sé nada, porque si cuento la verdad se van a creer que estoy loca, y eso es lo que a ti te gustaría, ¿no? ¿Es que no me oyes? ¡A ti te estoy hablando, pedazo de cabrón, que eso es lo que tú estás esperando, que para eso me has metido aquí, para que le digan al juez que estoy loca, y después robarme todo mi dinero y dejar a mi niño en la calle! Eso es lo que quieres, ¿verdad? Pues no, entérate de una vez, que no te vas a salir con la tuya, porque yo no voy a decir nada, y cuando a Rafa le curen esos bultitos tan duros que le han salido encima de las venas de los brazos, él vendrá a buscarme, me sacará de aquí, y nos iremos juntos a Salvatierra, a gastarnos el dinero de mamá en el palacio de un rey raro que me quiere, y que se casará conmigo cuando vuelvan a salirme tetas, en un país pequeñito, allá de por donde Rusia…

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