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A continuación enumeró los pasos seguidos para guiar y atrapar mi atención. Al finalizar su recuento, añadió que el maestro debía tomar en cuenta la personalidad del aprendiz, y que en mi caso tuvo que actuar con cuidado, pues yo era violento y me habría resultado fácil matarme en un arranque de desesperación.

– Usted es un tipo terrible, don Juan -dije en broma, y él estalló en una enorme carcajada.

Explicó que, para ayudar a borrar la historia personal, se enseñaban otras tres técnicas: perder la importancia, asumir la responsabilidad, y usar a la muerte como consejera. La idea era que, sin el efecto benéfico de esas técnicas, el borrar la historia personal haría del aprendiz un individuo tornadizo, evasivo e innecesariamente dudoso de sí y de sus acciones.

Don Juan me pidió decirle cuál había sido, antes de hacerme aprendiz, mi reacción más natural en los momentos de tensión, frustración y desencanto. Dijo que su propia reacción había sido la ira. Le dije que la mía era la autocompasión.

– Aunque no te das cuenta de ello, tuviste que trabajar como loco para hacer de ése un sentimiento natural -dijo-. Para ahora, no hay manera de que recuerdes el inmenso esfuerzo que necesitaste para establecer eso como un detalle de tu isla. La compasión por ti mismo era el testigo de todo cuanto hacías. La llevabas en la punta de los dedos, lista para aconsejarte. El guerrero considera a la muerte un consejero más tratable, que también puede llevarse a ser el testigo de todo cuanto uno hace, igual que la compasión por ti mismo o la ira. Por lo visto, tras una lucha sin cuento aprendiste a tenerte lástima. Pero también puedes aprender, en la misma forma, a sentir tu fin inminente, y así puedes aprender a tener en la punta de los dedos la idea de tu muerte. Como consejero, la compasión por ti mismo no es nada comparada con la muerte.

Don Juan señaló entonces que había una aparente contradicción en la idea del cambio; por una parte, el mundo de los brujos pedía una transformación drástica, y por otra, la explicación de los brujos decía que la isla del tonal estaba completa y que ni un solo elemento podía quitarse de ella. El cambio, pues, no significaba eliminar nada, sino más bien alterar el uso asignado a dichos elementos.

– La compasión por ti mismo, por ejemplo -dijo-. No hay manera de librarse de eso de una vez por todas; tiene un sitio y un carácter definidos en tu isla, una fachada definida que se puede identificar. Así; cada vez que se presenta la ocasión, la compasión por ti mismo se activa. Tiene historia. Si cambias entonces su fachada, habrás cambiado su sitio de prominencia.

Le pedí explicar el significado de sus metáforas, especialmente la idea de cambiar fachadas. Yo la entendía como, quizás, el acto teatral de interpretar más de un papel al mismo tiempo.

– La fachada se cambia alterando el uso de los elementos de la isla -replicó-. Tomemos de nuevo el tenerte lástima a ti mismo. Te era útil porque te sentías importante y digno de mejores condiciones, de mejor trato, o bien porque no deseabas asumir responsabilidad por aquello que te despertaba la compasión por ti mismo, o porque eras incapaz de hacer que la idea de tu muerte atestiguara tus actos y te aconsejara.

"Borrar la historia personal, y sus tres técnicas compañeras, son los medios que usa el brujo para cambiar la fachada de los elementos de la isla. Por ejemplo, al borrar tu historia personal, le quitaste el uso al tener lástima por ti mismo; para que la compasión por ti mismo funcionara tenías que sentirte importante, irresponsable, inmortal. Cuando esos sentimientos se alteraron en alguna forma, ya no te fue posible tenerte lástima.

"Lo mismo vale para todos los otros elementos que has cambiado en tu isla. Sin usar esas cuatro técnicas, jamás habrías logrado cambiarlos. Pero cambiar fachadas significa sólo que uno ha asignado un sitio secundario a un elemento antes importante. Tu compasión por ti mismo sigue siendo un detalle de tu isla; seguirá allí, relegada al segundo plano, igual que la idea de tu muerte, o tu humildad, o la responsabilidad de tus actos, estaban allí, sin usarse nunca."

Don Juan dijo que, una vez presentadas todas esas técnicas, el aprendiz llegaba a una encrucijada. Según su sensibilidad, hacía una de dos cosas. Tomaba en lo que valían las recomendaciones y los consejos de su maestro, actuando sin esperar recompensa, o bien tomaba todo como un chiste o una aberración.

Observé que, en mi propio caso, la palabra "técnicas" me había confundido. Siempre esperaba yo una serie de direcciones precisas, pero él sólo me daba vagas sugerencias, y yo había sido incapaz de tomarlas en serio o de actuar en concordancia con sus estipulaciones.

– Ése fue tu error dijo-. Entonces tuve que decidir si usar o no las plantas de poder. Podrías haber empleado esas cuatro técnicas para limpiar y reordenar tu isla del tonal. Te habrían llevado con el nagual. Pero no todos somos capaces de reaccionar a simples recomendaciones. Tú, y yo si a ésas vamos, necesitábamos otra cosa que nos sacudiera; necesitábamos esas plantas de poder.

En verdad, yo había tardado años en advertir la importancia de aquellas primeras sugerencias hechas por don Juan. El extraordinario efecto que las plantas psicotrópicas tuvieron sobre mí fue lo que me dio la idea de que su uso era el elemento clave en las enseñanzas. Me aferré a dicha convicción, y sólo en los años posteriores de mi aprendizaje caí en la cuenta de que las transformaciones y los descubrimientos significativos de los brujos siempre se realizaban en estados de sobriedad consciente.

– ¿Qué habría pasado si yo hubiera tomado en serio sus recomendaciones? -pregunté.

– Habrías llegado al nagual -repuso.

– Pero ¿habría llegado al nagual sin tener benefactor?

– El poder da de acuerdo a tu impecabilidad -dijo-. Si hubieras empleado seriamente esas cuatro técnicas, habrías juntado suficiente poder personal para hallar un benefactor. Habrías sido impecable y el poder habría abierto las vías necesarias. Ésa es la regla.

– ¿Por qué no me dio usted más tiempo? -pregunté.

– Tuviste todo el tiempo que necesitabas -dijo-. El poder me mostró el camino. Una noche te di un acertijo que resolver; tenías que hallar tu sitio frente a la puerta de mi casa. Esa noche tú actuaste de maravilla, pero a la mala, y en la mañana te dormiste sobre una piedra muy especial que yo había puesto allí. El poder me mostró que había que empujarte sin misericordia para que hicieras algo.

– ¿Me ayudaron las plantas de poder? -pregunté.

– Claro -dijo-. Te abrieron al detener tu visión del mundo. En este aspecto, las plantas de poder tienen el mismo efecto sobre el tonal que la forma correcta de andar. Ambas cosas lo inundan de información y fuerzan el diálogo interno a detenerse. Las plantas son excelentes para eso, pero muy costosas. Causan al cuerpo un daño incalculable. Ésa es su desventaja, sobre todo con la yerba del diablo.

– Si sabia usted que eran tan peligrosas, ¿por qué me dio tantas, y tantas veces? -pregunté.

Me aseguró que los detalles del procedimiento eran decididos por el poder mismo. Dijo que, si bien se suponía que las enseñanzas cubrieran los mismos asuntos en el caso de todo aprendiz, el orden era diferente para cada uno, y que él había recibido repetidas indicaciones de que yo necesitaba una gran cantidad de coerción para que me molestara en hacer cualquier cosa.

– Estaba yo tratando con un ser inmortal lleno de arrogancia que no tenía respeto por su vida ni por su muerte -dijo, riendo.

Mencioné el hecho de que él había descrito y discutido aquellas plantas en términos de cualidades antropomórficas. Sus referencias a ellas sugerían invariablemente que las plantas poseían personalidad. Replicó que ése era un medio prescrito para desviar la atención del aprendiz del verdadero propósito, que era detener el diálogo interno.

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