Me exigió conservar la calma; sugirió que le hiciera preguntas un rato, mientras pasaba a un mejor estado mental.
Durante un momento perdí el hilo y no supe qué preguntar.
Don Juan desenrolló un petate y me indicó sentarme en él. Luego llenó de agua un guaje grande y lo puso en una red portadora. Parecía prepararse para un viaje. Volvió a sentarse y, con un movimiento de cejas, me instó a iniciar el interrogatorio.
Le pedí que me hablara más de la polilla.
Me escudriñó con una larga mirada y chasqueó la lengua.
– Eso era un aliado -dijo-. Tú lo sabes.
– ¿Pero qué es en realidad un aliado, don Juan?
– No hay manera de saber lo que es exactamente un aliado, así como no hay tampoco manera de saber lo que es exactamente un árbol.
– Un árbol es un organismo viviente -dije.
– Eso no me dice mucho -respondió-. Yo también puedo decir que un aliado es una fuerza, una tensión. Eso ya te lo he dicho, pero eso no dice mucho sobre un aliado.
"Igual que en el caso de un árbol, el único modo de saber lo que es un aliado es experimentándolo. Por años enteros he luchado por prepararte para el interesantísimo encuentro con un aliado. A lo mejor no te has dado ni cuenta, pero te demoraste años preparándote para presentarte con el árbol. Presentarte con el aliado no es distinto. Un maestro debe familiarizar a su discípulo poco a poco con el aliado, pedazo por pedazo. En el curso de los años, has guardado una gran cantidad de conocimiento al respecto y ahora eres capaz de armar todo ese conocimiento para vivir al aliado del mismo modo en que vives al árbol."
– No tengo idea de estar haciendo eso, don Juan.
– Tu razón no se da cuenta, porque para empezar no acepta la posibilidad del aliado. Por fortuna, no es la razón lo que arma al aliado. Es el cuerpo. Tú has percibido al aliado en muchos estados y en muchas ocasiones. Cada una de esas percepciones fue guardada en tu cuerpo. La suma de todos esos pedazos es el aliado. Yo no conozco otra manera de describirlo.
Dije no concebir que mi cuerpo actuara por sí solo, como una entidad separada de la razón.
– No hay separación, pero hemos hecho una -dijo-. Nuestra razón es mezquina y siempre anda luchando al cuerpo. Esto, desde luego, es sólo un decir, pero el triunfo de un hombre de conocimiento es que ha rejuntado a los dos. Como tú no eres hombre de conocimiento, tu cuerpo hace ahora cosas que tu razón no puede comprender. El aliado es una de esas cosas. No estabas loco, ni tampoco soñabas cuando percibiste al aliado aquella noche, aquí mismo.
Le pedí que me explicara más acerca de la pava rosa idea, que él y don Genaro me implantaron, de que el aliado era una entidad que me estaba esperando al filo de un pequeño valle encajonado en las montañas del norte de México. Me hablan dicho que tarde o temprano yo tenía que cumplir esa cita con el aliado y luchar con él.
– esas son maneras de hablar de misterios para los cuales no hay palabras -dijo don Juan-. Genaro y yo dijimos que al borde de esa planicie te esperaba el aliado. Eso era cierto, pero no tiene el sentido que tú quieres darle. El aliado te espera, seguro, pero no al borde de ninguna planicie. Está aquí mismo, o allí, o en cualquier otro sitio. El aliado te espera, igual que la muerte te espera, en todas partes y en ninguna en particular.
– ¿Por qué me espera el aliado a mí?
– Por la misma razón que la muerte te espera -dijo-, porque naciste. No hay posibilidad de explicar en este momento lo que eso significa. Primero debes vivir al aliado. Debes percibirlo en toda su fuerza, y acaso entonces la explicación de los brujos pueda darte luz. Por ahora has tenido poder suficiente para aclarar por lo menos un punto: que el aliado es una polilla.
"Hace unos años, tú y yo fuimos a las montañas y tú te encontraste con algo. Yo no tenía manera de aclararte lo que estaba ocurriendo: viste una sombra extraña volando de un lado a otro frente al fuego. Tú mismo dijiste que parecía una polilla; y aunque ni sabias lo que estabas diciendo, estabas absolutamente en lo cierto: la sombra era una polilla. Luego, en otra ocasión, y de nuevo frente a un fuego, algo casi te mata del susto después de que te dormiste frente a una hoguera. Te había advertido que no te durmieras, pero no me hiciste caso; eso te dejó a merced del aliado y la polilla te pisó la nuca. Por qué sobreviviste será siempre un misterio para mí. Tú lo supiste entonces, y yo tampoco te lo dije, pero va te había dado por muerto. Esa noche anduviste a ciegas.
"De allí en adelante, cada vez que hemos andado en las montañas o en el desierto, aunque no lo hayas notado, la polilla siempre nos ha seguido. Si tomamos todo esto en cuenta, podemos decir que para ti el aliado es una polilla. Pero no puedo decir que sea realmente una polilla como son todas las polillas que conocemos. Llamar polilla al aliado es, nuevamente, sólo una manera de decir las cosas, una manera de hacer entender esa inmensidad que está allí afuera."
– ¿Para usted también es una polilla el aliado? -pregunté.
– No. La manera que uno entiende al aliado es asunto personal -dijo.
Mencioné que habíamos vuelto al punto de partida; no me había dicho lo que en realidad era un aliado.
– No hay necesidad de confundirse -dijo-. La confusión es un sentimiento en el que uno se mete, pero también uno puede salirse de él. En este momento no hay modo de dar aclaraciones. A lo mejor hoy, más tarde, podremos considerar en detalle estos asuntos: depende de ti. O más bien, depende de tu poder personal.
Rehusó decir una palabra más. Me preocupé mucho con el temor dé fallar en la prueba. Don Juan me llevó atrás de su casa y me hizo sentarme en un petate al borde de una zanja de riego. El agua se movía tan despacio que casi parecía estancada. Me ordenó estarme quieto, cesar mi diálogo interno y mirar el agua. Dijo haber descubierto, años antes, que yo tenía cierta afinidad con las masas de agua, un sentimiento de lo más conveniente para las empresas en que me hallaba envuelto. Argüí que yo no tenía particular afición a las masas acuáticas, pero tampoco me disgustaban. Dije que precisamente por eso el agua era benéfica para mí: me es indiferente. En situaciones tensas que requerían esfuerzo máximo, el agua no podía atraparme, pero tampoco rechazarme.
Se sentó un poco atrás de mí, a mi derecha, y me aconsejó dejarme ir sin miedo, porque él estaba allí para ayudarme si había necesidad.
Tuve un momento de temor. Lo miré, esperando otras instrucciones. Tomó mi cabeza y la volvió hacia el agua, ordenándome proceder. Yo no tenía idea de qué debía hacer, de modo que simplemente me relajé. Al mirar el agua, percibí los juncos en la otra orilla. Inconscientemente, posé en ellos mis ojos sin enfocar. La corriente despaciosa los hacía vibrar. El agua tenía el color de la tierra del desierto. Las ondulaciones en torno a los juncos me parecieron surcos o grietas sobre una superficie lisa. En cierto instante los juncos se agigantaron, el agua era una planicie ocre pulida, y luego, en cuestión de segundos, me quedé profundamente dormido, o acaso entré en un estado perceptual que carecía de paralelo. Lo que más se acercaría a describirlo sería decir que me dormí y tuve un sueño portentoso.
Sentí que podía seguir en él indefinidamente si así lo deseaba, pero deliberadamente le puse fin entrando en un diálogo interno consciente. Abrí los ojos. Yacía en el petate. Don Juan estaba a unos metros. Mi sueño había sido de tal magnificencia que empecé a contárselo. Me hizo seña de callar. Con una larga vara, señaló dos sombras que unas ramas secas de matorral proyectaban sobre el suelo. La punta de su vara siguió el perímetro de una de las sombras -como si la estuviera dibujando; luego saltó a la otra e hizo lo mismo con ella. Las sombras tenían unos treinta centímetros de largo y unos tres de ancho; distaban entre sí doce o quince. El movimiento de la vara me hizo desenfocar los ojos y me hallé mirando, a lo bizco, cuatro sombras largas; de repente las dos de enmedio se juntaron en una y crearon una extraordinaria percepción de profundidad. Había cierta inexplicable redondez y volumen en la sombra así formada. Era casi un tubo transparente, una barra redonda de alguna sustancia desconocida. Sabía que tenía los ojos cruzados, y sin embargo parecía enfocar un solo sitio; la imagen era allí clara como el cristal. Pude mover los ojos sin disiparla.