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Al volver a examinar el horizonte del sur, podía distinguir el mismo pico como de campana que era visible desde el patio de la casa de don Juan. Lo siguiente que traté de hacer fue descubrir donde se podría localizar su casa. Por un instante creí encontrar el sitio. Esto me causó tal euforia que solté la mano de la mujer. Una tremenda ansiedad se posesionó de mí inmediatamente. Y con ello, la clarísima idea de que tenía que regresar a la iglesia, porque si no, iba a caer muerto ahí mismo. Me di la vuelta y salí corriendo a toda velocidad. La mujer me tomó rápidamente de la mano y corrió conmigo.

Al aproximarnos a la iglesia, noté que en ese ensueño, el pueblo estaba detrás de la iglesia. Si hubiera tomado esto en consideración quizá me podría haber orientado. Pero en esos momentos ya no tenía más atención de ensueño, y enfoqué lo que me quedaba de ésta en los detalles arquitectónicos y ornamentales de la parte trasera de la iglesia. Nunca había visto esa parte en el mundo de todos los días, y pensé que si pudiera grabar en mi memoria sus características, tal vez podría más tarde compararlas con los detalles de la verdadera iglesia.

Ese fue el plan que fabriqué en el momento. Sin embargo, algo dentro de mí despreciaba mis esfuerzos de validación. Durante todo mi aprendizaje tuve siempre la necia insistencia por la objetividad, la cual me había forzado a revisar todo lo referente al mundo de don Juan. Pero en realidad, lo que estaba en juego no era la validación en sí, sino la necesidad de usar este impulso de objetividad como un soporte para protegerme en los momentos de intensa desconexión cognitiva. De modo que cuando llegaba el tiempo de comprobar lo que había confirmado, nunca lo llevaba a cabo.

Dentro de la iglesia, la mujer y yo nos arrodillamos frente al pequeño altar en el lado izquierdo de la nave, donde habíamos estado, y en el siguiente instante, me desperté en la bien iluminada iglesia de mis días.

La mujer se persignó y se levantó. Automáticamente hice lo mismo. Me tomó del brazo y empezó a caminar hacia la puerta.

– Espere, espere -dije, sorprendiéndome de que pudiera hablar. No podía pensar claro, pero traté de hacerle una intrincada pregunta. Lo que quería saber era cómo podía ella tener la energía para visualizar todos los detalles de un pueblo entero.

Sonriendo me contestó la pregunta que no había hecho; me dijo que era muy buena visualizando, porque después de una vida entera de hacerlo, había tenido muchas, muchas vidas para perfeccionarlo. Añadió que el pueblo que yo había visitado y la iglesia donde habíamos hablado eran ejemplos de sus más recientes visualizaciones. La iglesia era la misma donde Sebastián fue sacristán. Ella misma se había dado la tarea de memorizar cada detalle de cada rincón de esa iglesia y de ese pueblo, en este caso, por una necesidad de supervivencia.

Terminó con una idea de lo más perturbadora.

– Ya que tú conoces bastante este pueblo, aunque nunca hayas tratado de visualizarlo -dijo-, ahora me estás ayudando a visualizarlo. Te apuesto a que no me lo creerías si te dijera que este pueblo que estás mirando realmente no existe afuera de tu intento y el mío.

Me escudriñó y se rió de mi sentido de horror, ya que acababa de comprender lo que me estaba diciendo.

– ¿Estamos todavía ensoñando? -pregunté asombrado.

– Sí, estamos ensoñando -dijo-. Pero este ensueño es más real que el otro, porque tú me estás ayudando. No me es posible explicarlo más allá de decir que simplemente está sucediendo. Como todo lo demás -señaló su alrededor-. No hay manera de decir cómo sucede, pero sucede. Acuérdate siempre de lo que te dije: este es el misterio de intentar en la segunda atención.

Me jaló gentilmente más cerca de ella.

– Paseemos por la plaza de este ensueño -dijo-. Pero quizá debería de arreglarme un poco para que te sientas más a gusto.

Cambió expertamente su apariencia, mientras yo la miraba sin comprender. Lo hizo con maniobras simples y mundanas. Se quitó su falda larga, revelando una falda común y corriente a media pantorrilla que traía puesta debajo. Luego acomodó su trenza en un moño; cambió sus huaraches por unos zapatos de tres centímetros de tacón que traía en una pequeña bolsa de tela. Volteó su rebozo negro reversible, quedando con una estola de color amarillento. Se veía como una típica mujer mexicana de clase media de la ciudad, de visita en ese pueblo.

Entrelazó los dedos de su mano con los míos con el aplomo de una mujer y se dirigió a la plaza.

– ¿Qué le pasó a tu lengua? -dijo en inglés-. ¿Se la comió el gato?

Estaba yo totalmente absorto con la inconcebible posibilidad de que todavía estuviera en un ensueño. Lo que es más, estaba empezando a creer que si fuera verdad, corría el riesgo de nunca despertarme.

En un tono indiferente que no pude reconocer como el mío, dije:

– No me había dado cuenta hasta ahora de que me habló en inglés antes. ¿Dónde lo aprendió?

– En el mundo de allá afuera. Hablo muchos idiomas -hizo una pausa y me escudriñó-. He tenido tiempo para aprenderlos. Ya que vamos a pasar mucho tiempo juntos, algún día te enseñaré mi propio idioma.

Se rió, sin duda, al ver mi desesperación. Me detuve.

– ¿Vamos a pasar mucho tiempo juntos? -pregunté traicionando mi terror.

– Por supuesto -contestó en tono de jubiloso-. Tú, y te lo tengo que decir muy generosamente, me vas a dar tu energía gratis. Tú mismo me dijiste eso. ¿No es cierto?

Yo estaba estupefacto.

– ¿Cuál es el problema? -preguntó cambiando de nuevo al español-. No me digas que te arrepentiste de tu decisión. Somos brujos. Es demasiado tarde para que cambies de parecer. No tienes miedo ¿verdad?

Una vez más, estaba yo a punto de perder el conocimiento de puro terror, pero si hubiera tenido que explicar qué era lo que me aterraba, no hubiera sabido qué decir. Ciertamente no tenía miedo de estar con el desafiante de la muerte en otro de sus ensueños, o de perder la razón, o hasta la vida. Me pregunté si tenía miedo de algo maligno. Pero la idea de algo maligno no podría pasar mi examen. Como resultado de todos esos años en el mundo de los brujos, había aprendido, sin lugar a dudas, que lo único que existe en el universo es energía; lo maligno es simplemente una configuración de la mente humana abrumada por la fijación del punto de encaje en su posición habitual. Lógicamente, no había nada que pudiera temer. Yo sabía eso, pero también sabía que mi verdadera debilidad era no tener la fluidez para fijar instantáneamente mi punto de encaje en cualquier posición nueva a la que se desplazara. El contacto con el desafiante de la muerte estaba desplazando mi punto de encaje a una tremenda velocidad, y yo no tenía la destreza para sostener la presión. El resultado final era una vaga seudosensación de miedo de que quizá no iba a ser capaz de despertarme.

– No hay ningún problema -dije-. Continuemos con nuestra caminata de ensueño.

Entrelazó su brazo con el mío y llegamos al parque en silencio. No fue de ningún modo un silencio forzado. Pero mi mente daba vueltas sin parar. Hacía solamente unas horas había caminado con don Juan del parque a la iglesia, en medio del más horrible miedo. Ahora, estaba caminando de regreso de la iglesia al parque con la causa de mi miedo, y estaba aterrado como nunca, pero de una manera diferente, más madura y más mortal.

Empecé a mirar a mi alrededor para ponerle un alto a mis preocupaciones. Si esto era un ensueño, como creía que lo era, habría una manera de probarlo. Señalé con mi dedo meñique las casas, la iglesia, el pavimento, la calle. Señalé a gente. Señalé todo. Hasta agarré a un par de personas atrevidamente, a quienes parecí asustar más de la cuenta. Sentí sus masas. Eran tan reales como cualquier cosa que considero real, excepto que no generaban energía. Todo parecía real y normal, sin embargo era un ensueño.

Giré hacia la mujer, quien estaba apretada contra mí, y la cuestioné al respecto.

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