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Le dije que mi lucha, si se pudiera llamar lucha, no era con él, sino con la horripilante parte práctica de la brujería, la cual, hasta ese momento, había sido algo tan estrafalario y tan lejano que nunca fue un verdadero problema para mí. Reiteré que como ensoñador, estaba dentro de mi experiencia atestiguar que en el ensueño todo es posible. Le recordé que él mismo había cultivado y promovido esta convicción, junto con la fundamental necesidad de cordura y salud mental. Lo que él proponía como el estado de ser del inquilino no era algo cuerdo. Era un tema únicamente para el ensueño y no para el mundo cotidiano. Le dejé saber que para mí lo que él proponía era algo abominable e insostenible.

– ¿Por qué esta violenta reacción? -me preguntó con una sonrisa.

Su pregunta me agarró desprevenido. Me sentí de verdad apenado y culpable.

– Creo que me siento amenazado en lo más profundo -admití, y lo decía sinceramente. Pensar que la mujer de la iglesia era un hombre me era de alguna manera nauseabundo.

Un pensamiento sensato cruzó por mi mente: quizá el inquilino fuera un travestista. Le pregunté ansiosamente a don Juan sobre esta posibilidad. Se rió tan fuerte que parecía estar a punto de desmayarse.

– Esa es una posibilidad demasiado mundana -dijo-. A lo mejor tus viejos amigos harían una cosa así. Tus nuevos amigos tienen más recursos y se masturban mucho menos. Te repito. Ese ser en la iglesia es una mujer -sonrió maliciosamente-. ¿Siempre te has sentido atraído por las mujeres, no es así? Parece que esta situación estuviera hecha a tu medida.

Su regocijo era tan intenso e infantil que fue contagioso. Los dos nos pusimos a reír. Él con total abandono, y yo con total ansiedad.

Llegué entonces a una decisión. Me levanté y le dije en voz alta que no tenía deseo de tratar con el inquilino en ninguna forma o aspecto. Mi decisión era pasar por alto todo este asunto y regresar, primero a su casa, y luego a la mía.

Don Juan dijo que él no tenía inconveniente con mi decisión. Empezamos a caminar de regreso a su casa. Mis pensamientos volaban sin orden. Me pregunté si estaba haciendo lo correcto, o si estaba corriendo de miedo. Inmediatamente razoné que mi decisión era correcta e inevitable. Me aseguré a mí mismo que no estaba interesado en adquisiciones y que los regalos del inquilino eran como adquirir propiedad. Pero luego me llené de dudas y curiosidad. Había tantas preguntas que le podría hacer al desafiante de la muerte.

Mi corazón empezó a latir tan intensamente que lo sentí en mi estómago. De repente, los latidos se transformaron en la voz del emisario de ensueño. Rompió su promesa de no interferir y dijo que una increíble fuerza estaba acelerando mi corazón para conducirme de regreso a la iglesia. Caminar hacia la casa de don Juan era caminar hacia la muerte.

Me detuve y apresuradamente confronté a don Juan con las aseveraciones del emisario.

– ¿Es cierto? -le pregunté.

– Mucho me temo que sí -admitió con una tímida sonrisa.

– ¿Por qué no me lo dijo usted mismo, don Juan? ¿Me iba usted a dejar morir porque cree que soy un cobarde? -le pregunté furioso.

– No te ibas a morir tan fácilmente. Tu cuerpo energético tiene muchísimos recursos. Y nunca se me ocurrió pensar que eras un cobarde. Respeto tus decisiones sin importarme un comino qué es lo que las motiva.

"Tú también estás al final del camino al igual que yo. Así que sé un verdadero nagual. No te avergüences de lo que eres. Si fueras un cobarde, creo que ya te hubieras muerto de miedo hace muchos años. Pero si te da tanto miedo conocer al desafiante de la muerte, entonces muere en lugar de enfrentarlo. De eso no puedes avergonzarte.

– Regresemos a la iglesia -dije tan tranquilo como pude.

– ¡Ya estamos llegando al meollo de todo este asunto! -don Juan exclamó-. Pero primero, regresemos a la plaza, sentémonos en una banca, y consideremos cuidadosamente tus opciones. Podemos tomar todo el tiempo necesario; además, es demasiado temprano para transacciones con el inquilino.

Caminamos de regreso al parque, encontramos inmediatamente una banca vacía y nos sentamos.

– Tienes que entender que sólo tú puedes tomar la decisión de conocer o no conocer al inquilino o de aceptar o rechazar sus regalos de poder -dijo don Juan-. Pero le tienes que decir tu decisión a la mujer de la iglesia, cara a cara y solo; de otra manera tu decisión no será válida.

Don Juan dijo que los regalos del inquilino eran extraordinarios, pero que su precio era tremendo, y que él no aprobaba ni los regalos ni el precio.

– Antes de que tomes realmente una decisión -don Juan continuó-, debes estar al tanto de todos los detalles de tus convenios con ese brujo.

– Prefiero no saber nada más acerca de eso don Juan -le supliqué.

– Es tu deber saber todo -dijo-. ¿De qué otra forma podrías entonces tomar una decisión correcta?

– ¿No cree usted que mientras menos sepa sobre el inquilino mejor para mi?

– No. Esta no es una cuestión de esconderse hasta que el peligro haya pasado. Este es el momento de la verdad. Todo lo que has hecho y experimentado en el mundo de los brujos te ha conducido hasta este punto. No te lo quise decir porque confiaba que tu cuerpo energético te diría que no hay manera de salirse de esta cita, ni siquiera muriendo. ¿Entiendes?

Lo entendí tan bien que le pregunté si le sería posible hacerme cambiar de niveles de conciencia para aliviar mi inquietud y mi miedo. Casi me hizo saltar con la explosión de su no.

– Tienes que enfrentar al desafiante de la muerte con frialdad y premeditación -prosiguió-. Y no lo puedes hacer por medio de sustitutos.

Don Juan tranquilamente empezó a repetirme todo lo que me había dicho sobre el desafiante de la muerte. Mientras él hablaba, me di cuenta de que parte de mi confusión era el resultado del uso del lenguaje. A pesar de que don Juan lo llamaba el desafiante de la muerte y el inquilino, al describir la relación entre ese brujo y los naguales de su línea, don Juan hablaba de la mujer de la iglesia, mezclando la denotación de género masculino y femenino.

Dijo que se suponía que el inquilino pagaba por la energía que él tomaba de los naguales, pero que lo que él pagaba había atado a esos naguales por generaciones. Como pago por la energía que tomó de todos ellos, la mujer de la iglesia les enseñó cómo desplazar exactamente su punto de encaje a posiciones específicas que ella misma había escogido. En otras palabras, ella ató a cada uno de esos hombres con un regalo de poder que consistía de una posición específica y preseleccionada del punto de encaje, junto con todas sus implicaciones.

– ¿Qué quiere usted decir con todas sus implicaciones, don Juan?

– Quiero decir los resultados negativos de esos regalos. La mujer de la iglesia sabe solamente cómo complacer. No hay frugalidad, ni sosiego en esa mujer. Por ejemplo, le enseñó al nagual Julián cómo arreglar su punto de encaje para ser exactamente como ella, una mujer. Enseñarle esto a mi benefactor, siendo el incurable voluptuoso que era, fue como darle alcohol a un borracho.

– Pero, ¿no somos cada uno de nosotros responsables de lo que hacemos?

– Sí, por supuesto. Sin embargo, para algunos de nosotros es más difícil ser responsable que para otros. Aumentar deliberadamente esta dificultad, como esa mujer lo hace, es poner una innecesaria presión sobre nosotros.

– ¿Cómo sabe usted que la mujer de la iglesia lo hace deliberadamente?

– Se lo ha hecho a todos los naguales de mi línea. Si nos examinamos justa y honradamente, tenemos que admitir que el desafiante de la muerte nos ha convertido, con sus regalos, en una línea de brujos bastante flojos y dependientes.

No podía seguir pasando por alto la inconsistencia en su uso del lenguaje, y me quejé.

– Tiene que hablar de ese brujo ya sea como hombre o como mujer, pero no como los dos -dije duramente-. Estoy demasiado tenso y su uso arbitrario del lenguaje me pone aún más inquieto.

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