Lo interrumpí para recordarle que yo siempre había tenido que esperar a que apareciera un explorador, antes de que pudiera manifestar en voz alta mi intento de ir al mundo de los seres inorgánicos.
Don Juan se rió entre dientes y dijo:
– Tú y Carol Tiggs nunca han ensoñado juntos. Vas a descubrir lo que es un deleite. Las brujas no necesitan de ningún sostén. Ellas simplemente van a ese mundo cuando quieren; para ellas hay siempre un explorador listo.
Yo creía tener cierto grado de experiencia en el trato con los seres inorgánicos, y no podía creer que las brujas fueran capaces de hacer lo que él aseveraba. Cuando le mencioné mis dudas, don Juan respondió que yo no tenía experiencia acerca de lo que las brujas eran capaces de hacer.
– ¿Por qué crees que traje a Carol Tiggs conmigo cuando tuve que sacarte del mundo de los seres inorgánicos? -preguntó-. ¿Crees que lo hice porque es hermosa?
– ¿Por qué lo hizo, don Juan?
– Porque yo no lo podía hacer solo; y para ella eso no fue nada. Tiene una afiliación natural con ese mundo.
– ¿Es ella un caso excepcional, don Juan?
– Las mujeres en general tienen una inclinación natural por ese reino; por supuesto que las brujas son las campeonas, pero Carol Tiggs es la mejor de las que yo he conocido. Como mujer nagual su energía es espléndida.
Creí haber sorprendido a don Juan en una seria contradicción. Me había dicho que los seres inorgánicos no estaban en lo absoluto interesados en las mujeres, y ahora afirmaba lo opuesto.
– No. No estoy afirmando lo opuesto -remarcó cuando le eché en cara su contradicción-. Te he dicho que los seres inorgánicos no persiguen a las mujeres, van únicamente tras los hombres; pero también te dije que los seres inorgánicos son femeninos, y que el universo entero parece ser femenino. Así que saca tus propias conclusiones.
Puesto que no tenía manera alguna de sacar mis propias conclusiones, don Juan me explicó que en teoría las brujas van y vienen a ese mundo a su antojo, debido a su conciencia acrecentada y a su feminidad.
– ¿Le consta a usted esto? -pregunté.
– Las mujeres de mi bando nunca han hecho eso -confesó-, no porque no puedan, sino porque yo las disuadí. Por otro lado, las mujeres de tu bando lo hacen tan fácilmente como si se cambiaran de vestido.
Sentí un vacío en el estómago. Realmente no sabía nada acerca de las mujeres de mi bando. Don Juan me consoló, dijo que mis circunstancias eran diferentes a las de él, al igual que mi rol como nagual. Me aseguró que no podría disuadir a ninguna de las mujeres de mi bando ni aunque me pusiera a llorar.
En el taxi de camino al hotel, Carol Tiggs nos deleitó con sus imitaciones de personas que conocíamos. Traté de ponerme serio y le pregunté sobre nuestra tarea. Murmuró algunas disculpas por no ser capaz de contestarme con la seriedad que me merecía. Don Juan se rió ruidosamente cuando ella imitó mi solemne tono de voz.
Después que Carol firmó el registro en el hotel, los tres caminamos sin rumbo alrededor del centro buscando tiendas de libros usados. Comimos una cena ligera en el restaurante Sanborns de la Casa de los Azulejos. A eso de las diez, entramos en el hotel Regis. Nos fuimos directamente al elevador. Mi miedo había agudizado mi capacidad para percibir detalles. El edificio del hotel era viejo y masivo. Los muebles del vestíbulo obviamente vieron mejores días. Sin embargo aún había en todo nuestro alrededor algo encantador, algo de la antigua gloria del Regis. Podía entender fácilmente por qué le gustaba tanto este hotel a Carol Tiggs.
Antes de subirnos al ascensor, mi ansiedad escaló tales alturas, que le tuve que pedir a don Juan instrucciones de último minuto.
– Dígame otra vez cómo vamos a proceder -le rogué.
Don Juan nos llevó a las gigantescas y antiguas poltronas en el vestíbulo y nos explicó pacientemente que una vez que estuviéramos en el mundo de los seres inorgánicos, teníamos que expresar en voz alta nuestro intento de transferir nuestra conciencia normal a nuestros, cuerpos energéticos. Sugirió que Carol y yo lo dijéramos al unísono, aunque eso no era realmente importante. Lo importante era que cada uno de nosotros intentara transferir la conciencia total de nuestro mundo cotidiano a nuestros cuerpos energéticos.
– ¿Cómo hacemos esta transferencia de conciencia? -pregunté.
– Transferir la conciencia es puramente una cuestión de expresar en voz alta nuestro intento y de tener la cantidad suficiente de energía -dijo-. Carol sabe todo esto porque lo ha hecho antes. Entró al reino de los seres inorgánicos con todo su cuerpo cuando te sacó de ahí, ¿te acuerdas? Su energía hará que tu tarea sea posible. Ella pondrá lo que falta.
– ¿Qué quiere usted decir con poner lo que falta? Estoy en las tinieblas don Juan.
Don Juan explicó que poner lo que falta significaba poner la energía necesaria para transportar la parte física de uno y ponerla en el cuerpo energético. Dijo que usar la conciencia como un medio para hacer el viaje a otro mundo no es el resultado de aplicar técnicas, sino el corolario de poseer la suficiente energía para intentar el viaje. La masa energética de Carol sumada a la mía, o mi masa energética sumada a la de Carol, nos iba a convertir en una sola entidad energéticamente capaz de transportar nuestra parte física, y de ponerla en el cuerpo energético para poder hacer ese viaje.
– ¿Qué es exactamente lo que tenemos que hacer para entrar a ese otro mundo? -Carol Tiggs preguntó.
Su pregunta me causó una enorme inquietud porque creía que ella sabía cómo proceder.
– La totalidad de tu masa física se tiene que volcar en tu cuerpo energético -contestó don Juan mirándola a los ojos-. Lo tremendamente dificultoso de esta maniobra es disciplinar al cuerpo energético, algo que ustedes dos ya han hecho. La falta de disciplina sería la única razón por la cual ustedes podrían fracasar en esta hazaña de máximo acecho. Algunas veces, de pura casualidad, una persona común y corriente la ejecuta y entra a otro mundo. Pero esto inmediatamente se aclara y se explica como un estado de locura o alucinación.
Hubiera dado cualquier cosa para que don Juan continuara hablando. Nos puso en el ascensor a pesar de mis protestas y mi necesidad de hacerle más preguntas. Subimos al segundo piso, al cuarto de Carol. En lo profundo de mí sabía que mi desasosiego no se debía tanto a que necesitara saber, sino a mi miedo. De alguna manera esta maniobra de brujos me aterraba más de lo que hubiera querido admitir.
Las palabras de despedida de don Juan fueron:
– Olvídense de sí mismos y no le temerán a nada.
La mueca que hizo y el movimiento de su cabeza eran invitaciones a examinar su aseveración.
Carol Tiggs se rió y empezó a hacer payasadas imitando la voz de don Juan al darnos sus enigmáticas instrucciones. Su ceceo añadió bastante color a lo que don Juan había dicho. Algunas veces su ceceo me parecía adorable, la mayoría de las veces lo detestaba; afortunadamente esa noche era casi imperceptible.
Fuimos a su cuarto y nos sentamos al borde de la cama. Mi último pensamiento consciente fue que la cama era una reliquia de principios de siglo. Antes de que tuviera tiempo de decir una sola palabra, me encontré acostado en una cama extraña. Carol Tiggs estaba conmigo. Se sentó al mismo tiempo que yo. Estábamos desnudos, cada uno cubierto con una delgada cobija.
– ¿Qué está pasando? -preguntó con voz tenue.
– ¿Estás despierta? -le pregunté neciamente.
– Claro que estoy despierta -dijo en un tono impaciente.
– ¿Te acuerdas dónde estuvimos hace un minuto? -pregunté.
Hubo un largo silencio. Obviamente estaba tratando de poner sus pensamientos en orden.
– Creo que soy real, pero tú no -dijo finalmente-. Yo sé dónde estaba antes de llegar aquí. Y tú me quieres hacer una jugarreta.
Pensé que ella estaba haciendo lo mismo conmigo; sabía lo que pasaba, me estaba poniendo a prueba o se estaba burlando de mi. Don Juan me había dicho que los demonios de nosotros dos eran la astucia y la sospecha. Carol me estaba dando un gran ejemplo de eso.