Capítulo 6. Historias de viajeros.
¿Existen muchos mundos o existe sólo un único mundo? Ésta es una de las más nobles y elevadas cuestiones planteadas en el estudio de la Naturaleza.
ALBERTO MAGNO, siglo trece
En las primeras edades del mundo, los habitantes de una isla cualquiera se consideraban los únicos habitantes de la Tierra, o en caso de que hubiera otros, no podían concebir que llegaran nunca a establecer comercio con ellos, porque estaban separados por el profundo y ancho mar, pero las épocas posteriores conocieron la invención del barco… Del mismo modo, quizás puedan inventarse otros medios de transporte para trasladarse a la Luna… Nos falta ahora un Drake o un Colón capaz de emprender este viaje, o un Dédalo que invente un transporte por el aire. Sin embargo, no dudo que el tiempo, que continúa siendo el padre de las verdades futuras y que nos ha revelado muchas cosas que nuestros antepasados ignoraban, también manifestará a nuestros sucesores lo que nosotros ahora deseamos saber y no podemos.
JOHN WILKINS, El descubrimiento de un mundo en la Luna, 1638
Podemos ascender por encima de esta Tierra insípida, y contemplándola desde lo alto considerar si la Naturaleza ha volcado sobre esta pequeña mota de polvo todas sus galas y riquezas. De este modo, al igual que los viajeros que visitan otros países lejanos, estaremos más capacitados para juzgar lo que se ha hecho en casa, para poderlo estimar de modo real, y dar su justo valor a cada cosa. Cuando sepamos que hay una multitud de Tierras tan habitadas y adornadas como la nuestra, estaremos menos dispuestos a admirar lo que este nuestro mundo llama grandeza y desdeñaremos generosamente las banalidades en las que deposita su afecto la generalidad de los hombres.
CHRISTIAAN HUYGENS, Los mundos celestiales descubiertos, hacia 1690
Ésta es la época en que los hombres han comenzado a
navegar por los mares del espacio. Las naves modernas que surcan las trayectorias kepierianas hacia los planetas van sin tripulación. Son robots semi inteligentes, maravillosamente construidos, que exploran mundos desconocidos. Los viajes al sistema solar exterior se controlan desde un único lugar del planeta Tierra, el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio en Pasadena, California.
El 9 de julio de 1979, una nave espacial llamada Voyager 2 llegó al sistema de Júpiter. Había estado navegando casi dos años a través del espacio interplanetario. La nave está hecha de millones de piezas separadas montadas de modo redundante, para que si falla algún componente otros se hagan cargo de sus responsabilidades. La nave espacial pesa 0,9 toneladas y llenaría una sala de estar grande. Su misión le lleva tan lejos del Sol que no puede obtener su energía de él, como otras naves. El Voyager cuenta por ello con una pequeña planta de energía nuclear, que extrae cientos de watios de la desintegración radiactiva de una pastilla de plutonio. Sus tres computadores integrados y la mayoría de sus funciones de mantenimiento por ejemplo, el sistema de control de temperatura están localizados en el centro. Recibe órdenes de la Tierra y radia sus descubrimientos hacia la Tierra a través de una gran antena de 3,7 m de diámetro. La mayoría de sus instrumentos científicos están en una plataforma de exploración, que va apuntando hacia Júpiter o a alguna de sus lunas cuando la nave espacial pasa disparada por su lado. Hay muchos instrumentos científicos espectrómetros ultravioleta e infrarrojo, aparatos para medir las partículas cargadas, los campos magnéticos y las emisiones de radio de Júpiter, pero los más productivos han sido las dos cámaras de televisión, preparadas para tomar decenas de miles de imágenes de las islas planetarias del sistema solar exterior.
Júpiter está rodeado por una cáscara de partículas cargadas de alta energía, invisibles pero muy peligrosas. La nave espacial debe pasar a través del límite exterior de este cinturón de radiaciones para examinar de cerca a Júpiter y sus lunas, y para continuar su misión hacia Saturno y más allá. Pero las partículas cargadas pueden estropear los delicados instrumentos y quemar la electrónica. Júpiter está también rodeado, como descubrió hace cuatro meses el Voyager 1, por un anillo de escombros sólidos, que el Voyager 2 tuvo que atravesar. Una colisión con una pequeña piedra podía haber enviado a la nave espacial dando tumbos violentamente y fuera de control, incapaz de enfocar su antena y de entrar en contacto con la Tierra, y con sus datos perdidos para siempre. Poco antes del Encuentro, los controladores de la misión estaban intranquilos. Hubo algunas alarmas y emergencias, pero la inteligencia combinada de los hombres de la Tierra y de los robots del espacio evitó el desastre.
Fue lanzado el 20 de agosto de 1977, recorrió luego una trayectoria arqueada que le llevó más allá de la órbita de Marte y le hizo atravesar el cinturón de asteroides para acercarse al sistema de Júpiter y abrirse paso entre el planeta y sus más o menos catorce lunas. El paso del Voyager cerca de Júpiter lo aceleró y lo envió hacia Saturno. La gravedad de Satumo lo empujará luego hacia Urano. Después de Urano continuará alejándose más allá de Neptuno, abandonará el sistema solar y se convertirá en una nave espacial interestelar, condenada para siempre a errar por el gran océano interestelar.
Estos viajes de exploración y descubrimientos son los últimos de una larga serie que han caracterizado y dado categoría a la historia humana. En los siglos quince y dieciséis, se podía ir de España a las Azores en unos cuantos días, el mismo tiempo que ahora se tarda en cruzar el canal que separa la Tierra de la Luna. Se tardaba entonces unos cuantos meses en atravesar el océano Atlántico y alcanzar el llamado Nuevo Mundo, las Américas. Hoy se tardan unos cuantos meses en atravesar el océano del sistema solar interior y realizar aterrizases planetarios en Marte o en Venus, que de modo verídico y literalmente son nuevos mundos que nos esperan. En los siglos diecisiete y dieciocho se podía viajar de Holanda a China en un año o dos, el tiempo que se ha tardado en viajar de la Tierra a Júpiter. Los costes anuales eran, en comparación, más altos que ahora, pero en ambos casos inferiores al uno por ciento del correspondiente producto nacional bruto. Nuestras actuales naves espaciales con sus tripulaciones robots son los precursores, las vanguardias de futuras expediciones humanas a los planetas. Hemos recorrido este camino antes.
Los siglos quince al diecisiete representan un gran momento decisivo de nuestra historia. Empezó a quedar claro que podíamos aventuramos a cualquier lugar de nuestro planeta. Naves intrépidas de media docena de naciones europeas se dispersaron por todos los océanos. Hubo muchas motivaciones para estos viajes: la ambición, la codicia, el orgullo nacional, el fanatismo religioso, la remisión de penas, la curiosidad científica, la sed de aventuras, la imposibilidad de encontrar un buen empleo en Extremadura. Estos viajes hicieron mucho mal y también mucho bien. Pero el resultado neto ha sido dejar unida a toda la Tierra, disminuir el provincialismo, unificar la especie humana y avanzar enérgicamente en el conocimiento de nuestro planeta y de nosotros mismos.
La Repúblicarevolucionaria holandesa del siglo diecisiete es un paradigma de la época de exploraciones y descubrimientos navales. Se había declarado recientemente independiente del poderoso Imperio español, y por ello abrazó con más fuerza que cualquier otro país europeo de su época la Ilustración europea. Fue una sociedad racional, ordenada, creativa. Pero al estar cerrados los puertos y los barcos españoles a los buques holandeses, la supervivencia económica de la diminuta república dependía de su capacidad por construir, tripular, y desplegar una gran flota destinada a la navegación comercial.