Los beneficios científicos de una misión tal serían enormes, aunque no haya vida en Marte. Podríamos paseamos por los antiguos valles fluviales, subir las laderas de una de las grandes montañas volcánicas, atravesar los extraños terrenos escalonados de las terrazas polares heladas, o acercarnos hasta las llamativas pirámides de Marte. 4 El interés público en tal misión sería considerable. Cada día llegaría una nueva serie de imágenes a las pantallas de televisión de nuestras casas. Podríamos trazar la ruta, ponderar lo descubierto, sugerir nuevos destinos. El viaje sería largo y el vehículo de exploración obedecería a las órdenes radiadas desde la Tierra. Contaríamos con mucho tiempo para incorporar al plan de la misión nuevas y buenas ideas. Mil millones de personas podrían participar en la exploración de otro mundo.
El área de la superficie de Marte equivale exactamente a la de la tierra firme en la Tierra. Es evidente que un reconocimiento completo nos ocupará durante siglos. Pero llegará un día en que Marte esté totalmente explorado; cuando aeronaves automáticas lo hayan cartografiado desde lo alto, cuando los vehículos de exploración hayan registrado con minuciosidad su superficie, cuando sus muestras hayan llegado sin peligro a la Tierra, cuando los hombres se hayan paseado por las arenas de Marte. ¿Y entonces qué? ¿Qué haremos con Marte?
Hay tantos ejemplos de abuso humano de la Tierra que el mero hecho de formular esta pregunta da escalofríos. Si hay vida en Marte creo que no deberíamos hacer nada con el planeta. Marte pertenecería entonces a los marcianos, aunque los marcianos fuesen sólo microbios. La existencia de una biología independiente en un planeta cercano es un tesoro incalculable y creo que la conservación de esa vida debe reemplazar a cualquier otra posible utilización de Marte. Sin embargo, supongamos que Marte no tiene vida. El planeta no constituye una fuente plausible de materias primas porque durante muchos siglos el flete desde Marte a la Tierra será demasiado caro. Pero, ¿podríamos vivir en Marte? ¿Podríamos en algún sentido hacer habitable Marte?
Se trata sin duda de un mundo encantador, pero desde nuestro limitado punto de vista hay muchas cosas inadecuadas en Marte, principalmente la escasa abundancia de oxígeno, la ausencia de agua líquida y el elevado flujo ultravioleta (las bajas temperaturas no suponen un obstáculo insuperable, como demuestran las estaciones científicas que funcionan todo el año en la Antártida). Todos estos problemas se podrían solventar si pudiésemos hacer más aire. Con presiones atmosféricas mayores sería posible tener agua líquida. Con más oxígeno podríamos respirar la atmósfera, y se formaría ozono que protegería la superficie de la radiación solar ultravioleta. Los canales sinuosos, las placas polares superpuestas y otras pruebas indican que Marte tuvo alguna vez una atmósfera más densa. Es improbable que esos gases hayan escapado de Marte. Están, por lo tanto, en algún lugar del planeta. Algunos se han combinado químicamente con las rocas de la superficie.
Algunos están en la subsuperficie helada. Pero la mayoría pueden estar en los actuales casquetes polares de hielo.
Para evaporar los casquetes tenemos que calentarlos; quizás podríamos cubrirlos con un polvo oscuro, que los calentara al absorber más luz solar, lo contrario de lo que hacemos en la Tierra cuando destruimos bosques y prados. Pero el área superficial de los casquetes es muy grande. Se precisarían 1200 cohetes Satumo 5 para transportar el polvo necesario desde la Tierra a Marte; incluso así los vientos podrían eliminar el polvo de los casquetes polares. Un sistema mejor sería inventar algún material oscuro capaz de realizar copias de sí mismo, una pequeña máquina de polvo que entregaríamos a Marte y que se dedicaría a reproducirse por todo el casquete polar utilizando los materiales indígenas. Hay una categoría de máquinas como éstas. Las llamamos plantas. Algunas son muy duras y resistentes. Sabemos que hay por lo menos algunos microbios terrestres que pueden sobrevivir en Marte. Se necesita un programa de selección artificial y de ingeniería genética de las plantas oscuras quizás líquenes que puedan sobrevivir en el ambiente mucho más severo de Marte. Si pudiésemos criar tales plantas, podríamos imaginárnoslas sembradas en las grandes extensiones de los casquetes polares de Marte, echando raíces, creciendo, ennegreciendo los casquetes de hielo, absorbiendo la luz solar, calentando el hielo, y liberando a la vieja atmósfera marciana de su largo cautiverio. Incluso podemos imaginarnos una reencarnación de¡ pionero norteamericano Johnny Appleseed marciano, robot o persona, que recorría los desiertos helados de los polos cumpliendo una tarea que beneficiaría solamente a las futuras generaciones de humanos.
Este concepto general se llama terraformación: el cambio de un paisaje extraño por otro más adecuado a los seres humanos. Durante miles de años los hombres con cambios en el efecto de invernadero y en el albedo, sólo han conseguido perturbar la temperatura global de la Tierra un grado aproximadamente, aunque si sigue el ritmo actual de quema de combustibles fósiles y de destrucción de los bosques y praderas podremos cambiar la temperatura de la Tierra un grado más en sólo un siglo o dos. Estas y otras consideraciones sugieren que la escala temporal de una terraformación significativa en Marte es probablemente de cientos a miles de años. En una época futura con una tecnología muy avanzada podríamos desear no solamente incrementar la presión atmosférica total y posibilitar la presencia de agua líquida, sino también conducir agua líquida desde los casquetes polares en fusión hasta las regiones ecuatoriales más calientes. Hay desde luego un método para esto: construir canales.
El hielo en fusión de la superficie y de la subsuperficie sería transportado a través de una gran red de canales. Pero esto fue propuesto, erróneamente, por Percival Lowell no hace aún cien años, como un hecho real que sucedía ya en Marte. Tanto Lowell como Wallace comprendieron que el carácter relativamente inhóspito de Marte se debía a la escasez de agua. Bastaba disponer de una red de canales para remediar esta escasez, y la habitabilidad de Marte se convertía en una realidad. Lowell realizó sus observaciones en unas condiciones visuales muy difíciles. Otros, como Schiaparelli, habían observado ya algo parecido a canales; recibieron el nombre de canal¡ antes de que Lowell iniciara la relación amorosa que mantuvo con Marte toda su vida. Los seres humanos tienen un talento manifiesto para engañarse a sí mismos cuando se ven afectadas sus emociones, y hay pocos conceptos más conmovedores que la idea de un planeta vecino habitado por seres inteligentes.
Es posible en cierto modo que el poder de la idea de Lowell resulte una especie de premonición. Su red de canales fue construida por los marcianos. Incluso puede que esto sea una profecía correcta: si alguna vez se terraforma aquel planeta, será una obra realizada por hombres cuya residencia permanente y su afiliación planetaria será Marte. Los marcianos seremos nosotros.