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Yo soy un conjunto de agua, de calcio y de moléculas orgánicas llamado Carl Sagan. Tú eres un conjunto de moléculas casi idénticas, con una etiqueta colectiva diferente. Pero, ¿es eso todo? ¿No hay nada más aparte de las moléculas? Hay quien encuentra esta idea algo degradante para la dignidad humana. Para mí es sublime que nuestro universo permita la evolución de maquinarias moleculares tan intrincadas y sutiles como nosotros.

Pero la esencia de la vida no son tanto los átomos y las simples moléculas que nos constituyen como la manera de combinarse entre sí. De vez en cuando alguien nos recuerda que las sustancias químicas que forman el cuerpo humano cuestan noventa y siete centavos o diez dólares o alguna cifra de este tipo; es algo deprimente descubrir que nuestros cuerpos están tan poco valorados. Sin embargo, estas estimaciones son válidas sólo para los seres humanos reducidos a sus componentes más simples posibles. Nosotros estamos constituidos principalmente por agua, que apenas cuesta nada; el carbono se valora en forma de carbón; el calcio de nuestros huesos en forma de yeso; el nitrógeno de nuestras proteínas en forma de aire (también barato); el hierro de nuestra sangre en forma de clavos herrumbrosos. Si sólo supiésemos esto, podríamos sentir la tentación de reunir todos los átomos que nos constituyen, mezclarlos en un gran recipiente y agitar. Podemos estamos todo el tiempo que queramos haciéndolo. Pero al final lo único que conseguiremos es una aburrida mezcla de átomos. ¿Qué otra cosa podíamos esperar'!

Haroid Morowitz ha calculado lo que costaría reunir los constituyentes moleculares correctos que componen un ser humano, comprando las moléculas en casas de suministros químicos. La respuesta resulta ser de diez millones de dólares aproximadamente, lo cual debería de hacernos sentir a todos un poco mejor. Pero ni aún así podríamos mezclar esas sustancias químicas y ver salir del bote a un ser humano. Eso está muy por encima de nuestras posibilidades, y lo estará probablemente durante un período muy largo de tiempo. Afortunadamente hay otros métodos menos caros y más seguros de hacer seres humanos.

Pienso que las formas de vida de muchos mundos estarán compuestas en principio por los mismos átomos que tenemos aquí, quizás también por muchas de las mismas moléculas básicas, como proteínas y ácidos nucleicos; pero combinados de modos desconocidos. Quizás si hay organismos flotando en las densas atmósferas planetarias tendrán una composición atómica muy parecida a la nuestra, pero es posible que carezcan de huesos y que por lo tanto no necesiten mucho calcio. Quizás en otros lugares se utilice un solvente diferente del agua. El ácido fluorhídrico puede servir bastante bien, aunque no haya una gran cantidad de flúor en el Cosmos; el ácido fluorhídrico causaría mucho daño al tipo de moléculas de que estamos hechos; pero otras moléculas orgánicas, las ceras de parafina, por ejemplo, se mantienen perfectamente estables en su presencia. El amoníaco líquido resultaría un sistema solvente todavía mejor, ya que el amoníaco es muy abundante en el Cosmos. Pero sólo es líquido en mundos mucho más fríos que la Tierra o que Marte. El amoníaco es normalmente un gas en la Tierra, como le sucede al agua en Venus. 0 quizás haya cosas vivas que no tienen ningún sistema solvente: una vida de estado sólido donde en lugar de moléculas flotando hay señales eléctricas que se propagan.

Pero estas suposiciones no salvan la idea de que los experimentos del vehículo de aterrizaje Viking indican la presencia de vida en Marte. En ese mundo bastante parecido a la Tierra, con abundancia de carbono y de agua, la vida, si es que existe, debería estar basada en la química orgánica. Los resultados de química orgánica, como los resultados fotográficos y microbiológicos, coinciden todos ellos en que a finales de los setenta no hay vida en las partículas finas de Crise y Utopía. Quizás a algunos milímetros de profundidad bajo las rocas (como en los valles secos de la Antártida), o en algún otro lugar del planeta, o en una época anterior, de clima más benigno. Pero no en el lugar y en el momento en que nosotros buscábamos.

La exploración de Marte por el Viking constituye una misión de la mayor importancia histórica; es la primera búsqueda seria de otros posibles tipos de vida, la primera supervivencia de una nave espacial funcionando durante más de una hora en cualquier otro planeta (el Viking 1 sobrevivió durante años), el origen de una rica cosecha de datos de geología, sismología, mineralogía, meteorología y media docena más de ciencias de otro mundo.

¿Cómo deberíamos proseguir estos espectaculares avances? Algunos científicos quieren enviar un aparato automático capaz de aterrizar, sacar muestras del suelo y devolverlas a la Tierra, para examinarlas con gran detalle en los grandes y complejos laboratorios de la Tierra y no en los limitados laboratorios microminiaturizados que podemos enviar a Marte. De este modo podrían resolverse la mayor parte de las ambigüedades que comportan los experimentos microbiológicos del Viking. Podríamos determinar la química y la mineralogía del suelo; podríamos abrir las rocas en busca de vida subsuperficial; podríamos realizar cientos de pruebas en busca de química orgánica y de vida, incluyendo exámenes microscópicos directos, en una amplia gama de condiciones. Podríamos utilizar incluso las técnicas de tanteo de Vishniac. Una misión así resultaría bastante cara, pero probablemente entra dentro de nuestras capacidades tecnológicas.

Sin embargo, se nos plantea un nuevo problema: la contaminación de retorno. Si deseamos examinar en la Tierra muestras del suelo marciano en busca de microbios, no podemos por supuesto esterilizar de antemano las muestras. El objetivo de la expedición es traerlas vivas hasta aquí. Pero, ¿y entonces qué? ¿Podrían plantear un riesgo para la salud pública los microorganismos marcianos llegados a la Tierra? Los marcianos de H. G. Wells y de Orson Welles no se dieron cuenta hasta que fue demasiado tarde que sus defensas inmunológicas resultaban inútiles contra los microbios de la Tierra. ¿Es posible lo contrario? El problema es serio y difícil. Puede que no haya micromarcianos. Si existen, quizás podamos comemos un kilo sin sufrir efectos negativos. Pero no es seguro, y está en juego algo muy valioso. Si queremos llevar a la Tierra muestras marcianas sin esterilizar, hay que disponer de un sistema de contención asombrosamente seguro. Hay naciones que desarrollan y almacenan reservas de armas bacteriológicas. Parece que han sufrido accidentes ocasionales, pero sin producir todavía, según creo, pandemias globales: quizás sea posible enviar sin riesgo muestras marcianas a la Tierra. Quisiera estar muy seguro antes de proyectar una misión para el envío a la Tierra de estas muestras.

Hay otro modo de investigar Marte y todo el conjunto de delicias y descubrimientos que nos reserva este planeta heterogéneo. La emoción más constante que sentía al trabajar con las imágenes del vehículo de aterrizaje Viking fue la frustración provocada por nuestra inmovilidad. Inconscientemente empecé a pedir a la nave espacial que se pusiese al menos de puntillas, como si este laboratorio diseñado para la inmovilidad, se negara obstinadamente a dar un miserable saltito. ¡Cómo nos hubiese gustado quitar aquella duna con el brazo de muestreo, buscar vida debajo de aquella roca, comprobar si aquella cresta lejana era la muralla de un cráter! Sabía además que no muy lejos, hacia el sudeste, estaban los cuatro sinuosos canales de Crise. Los resultados del Viking eran tentadores y provocativos, pero yo conocía un centenar de lugares en Marte mucho más interesantes que nuestras zonas de aterrizaje. El instrumento ideal es un vehículo de exploración capaz de llevar a cabo experimentos avanzados, especialmente en el campo de la imagen, de la química y de la biología. La NASA está desarrollando prototipos de tales vehículos exploradores: saben por sí solos pasar sobre las rocas, evitar la caída en un barranco, salir de lugares difíciles. Entra dentro de nuestras posibilidades depositar un vehículo de exploración en Marte capaz de echar un vistazo a su entorno, descubrir el lugar más interesante de su campo de visión, y estar allí a la mañana siguiente. Cada día un nuevo lugar, una travesía compleja y zigzagueante por la variada topografía de este atractivo planeta.

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