La goma elástica del primer paquete de sobres se partió cuando trató de sacada, lo cual le recordó a Bosch la que había estado alrededor de la carpeta azul que contenía los expedientes del caso. Todo lo relativo a la investigación estaba viejo y quebradizo, pensó.
Los sobres eran todos ellos de una sucursal del Wells Fargo Bank de Sherman Oaks, y cada uno contenía un extracto de una cuenta de ahorro a nombre de McCage Inc. La dirección de la corporación era un apartado postal, también de Sherman Oaks. Bosch cogió al azar sobres de diferentes lugares del paquete y examinó tres de ellos. Aunque correspondían a distintos años de finales de la década de 1960, cada extracto era básicamente lo mismo: un depósito de mil dólares hecho en la cuenta el día diez de cada mes y el día quince una transferencia de una cantidad igual a una cuenta de una sucursal de Las Vegas del Nevada Savings and Loan.
Sin mirar más, Bosch concluyó que los extractos bancarios podían ser los registros de algún tipo de soborno que mantenía Eno. Miró rápidamente los sobres y los sellos de correos buscando el más reciente. No encontró ninguno posterior a finales de la década de 1980.
– ¿Qué pasa con esos sobres? ¿Cuándo dejó de recibirlos?
– Lo que ve es lo único que hay. No tengo ni idea de lo que significan y Olive tampoco lo sabía cuando taladraron la caja.
– ¿Taladraron la caja?
– Sí, después de que él murió. La caja de seguridad no estaba a nombre de Olive. Sólo de él. No encontramos la llave, así que tuvimos que taladrada.
– Había dinero, también, ¿no?
– Algo. Pero llega demasiado tarde, ya está gastado.
– Eso no me preocupa. ¿Cuánto había?
Ella se pellizcó los labios y simuló que estaba tratando de recordar. Era una mala actriz.
– Vamos. No he venido a por el dinero ni soy inspector de Hacienda.
– Había unos dieciocho mil.
Bosch oyó el sonido del claxon. A la taxista se le estaba terminando la paciencia. Bosch miró su reloj. Tenía que irse. Echó los paquetes de sobres en la caja.
– ¿Y su cuenta en el Nevada Savings and Loan? ¿Cuánto había allí?
Era una pregunta tramposa basada en su suposición de que el dinero de Sherman Oaks se transfería a Eno. Shivone vaciló otra vez. Una demora puntuada por otro sonido del claxon.
– Había unos cincuenta. Pero la mayor parte de eso
también se ha gastado. Cuidar de Olive es caro.
– Sí, seguro. Entre eso
y las pensiones tiene que ser duro -dijo Bosch con todo el sarcasmo posible-. Aunque apuesto a que sus cuentas no andan muy menguadas.
– Mire, señor. No sé quién se cree que es, pero soy la única persona del mundo que ella tiene y que se ocupa de ella. Eso vale algo.
– Lástima que ella no pueda decidir cuánto vale. Contésteme una pregunta y me iré, y podrá volver a sacarle todo lo que pueda… ¿Quién es usted? No es su hermana. ¿Quién es?
– No es asunto suyo.
– Tiene razón. Pero puedo hacer que lo sea.
Ella adoptó una expresión que le mostró a Bosch la afrenta que él suponía a su delicada sensibilidad, pero de repente pareció recuperar cierta dosis de autoestima. Fuera quien fuese estaba orgullosa de ello.
– ¿Quiere saber quién soy? Soy la mejor mujer que Claude tuvo nunca. Estuve con él mucho tiempo. Ella llevaba el anillo de matrimonio, pero yo tenía su corazón. Cerca del final, cuando los dos eran ancianos y no importaba, nos olvidamos del disimulo y él me trajo aquí. Para vivir con ellos. Para cuidarlos. Así que no se atreva a decirme que no me merezco nada.
Bosch se limitó a asentir con la cabeza. De algún modo, por sórdida que pareciera la historia, encontró una medida de respeto por la mujer por el hecho de que le hubiera dicho la verdad. Y estaba seguro de que lo era.
– ¿Cuándo se conocieron?
– Ha dicho una pregunta.
– ¿Cuándo se conocieron?
– Cuando él estaba en el Flamingo. Los dos trabajábamos allí. Yo era crupier. Como le he dicho, él era perro guardián.
– ¿Alguna vez le habló de Los Ángeles, de alguno de los casos, de alguna gente de allí?
– No, nunca. Siempre decía que eso era un capítulo cerrado.
Bosch señaló a la pila de sobres de la caja.
– ¿Le resulta familiar el nombre McCage?
– No.
– ¿Y esos extractos?
– Nunca vi nada de eso hasta el día que abrimos esa caja. Ni siquiera sabía que tenía una cuenta en el Nevada Savings. Claude tenía secretos. Incluso conmigo.
En el aeropuerto, Bosch pagó a la taxista y se abrió paso en la terminal principal con su bolsa de viaje y la caja llena de carpetas y otras cosas. Compró una bolsa de lona barata en una de las tiendas de la terminal principal y guardó allí todo lo que había cogido del despacho de Eno. Era lo bastante pequeña para no tener que facturada. En un lado de la bolsa estaba impresa la leyenda: «Las Vegas: tierra del sol y la diversión.» Había un logo que mostraba un sol detrás de dos dados.
Llegó a su puerta de embarque media hora antes de que embarcaran el vuelo, de manera que buscó una sección de asientos libres lo más lejos posible de la algarabía de las filas de tragaperras que ocupaban el centro de la terminal circular.
Empezó a revisar los archivos de la bolsa. El que más le interesaba era el de los registros robados del expediente del caso de Marjorie Lowe. Miró los documentos, pero no encontró nada inusual ni inesperado.
El resumen de la entrevista de McKittrick y Eno con Johnny Fox ante la presencia de Arno Conklin y Gordon Mittel estaba allí, y Bosch logró sentir la rabia contenida de McKittrick en su escritura. En el último párrafo la rabia ya no era contenida.
La entrevista con el sospechoso se considera infructuosa por el abajo firmante debido a la actitud intrusiva de A. Conklin y G. Mittel. Ambos «fiscales» se negaron a permitir que «Su» testigo contestara las preguntas por completo o en opinión del abajo firmante con toda la verdad. J. Fox sigue siendo sospechoso en este momento hasta que se verifique su coartada y se comparen sus huellas dactilares.
No había ninguna otra cosa destacable en los documentos y Bosch se dio cuenta de que probablemente Eno sólo los había retirado del expediente porque mencionaban la implicación de Conklin en el caso. Eno estaba protegiendo a Conklin. Cuando Bosch se preguntó por la motivación de Eno, inmediatamente pensó en los extractos bancarios que habían estado en la caja de seguridad junto con los documentos robados. Eran registros del acuerdo.
Bosch sacó los sobres y, guiándose por los matasellos, fue colocándolos en orden cronológico. El primero que pudo encontrar fue enviado al apartado postal de McCage Inc. en noviembre de 1962. Eso fue un año después del asesinato de Marjorie Lowe y dos meses después de la muerte de Johnny Fox. Eno había estado asignado al caso Lowe y después, según McKittrick, había investigado el asesinato de Fox.
Bosch sabía de manera visceral que tenía razón. Eno había exprimido a Conklin. Y tal vez a Mittel. De algún modo él sabía lo que no sabía McKittrick, que Conklin había estado involucrado con Marjorie Lowe. Tal vez sabía incluso que Conklin la había matado. Tenía lo suficiente para que Conklin le pagara mil dólares al mes durante el resto de su vida. No era una fortuna. Eno no era avaricioso, aunque, a principios de los sesenta, mil al mes eran tanto como ganaba en su nómina. No obstante, a Bosch la cantidad no le importaba. El pago sí. Era un reconocimiento. Si podía rastrearse hasta Conklin sería una prueba sólida. Bosch sintió que se entusiasmaba. Los registros atesorados por un policía corrupto muerto hacía cinco años podrían ser cuanto necesitaba para enfrentarse cara a cara con Conklin.
Pensó en algo y miró a su alrededor para buscar los habituales teléfonos públicos. Echó un vistazo al reloj y hacia la puerta de embarque. La gente se concentraba, ansiosa por subir al avión. Bosch volvió a poner el archivo y los sobres en la bolsa y cargó con sus
cosas hasta el teléfono.