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Malditos fueran los peculiares gustos de Jason en el dormitorio.

– Jason nunca bebe mucho. Olía a licor en el camión, pero creo que se limitaron a echárselo por encima. Me da la impresión de que una prueba médica lo demostrará. Puede que Amy le metiera algún narcótico en la bebida que le preparó.

– ¿Y por qué iba a hacer eso?

– Porque, como tantas mujeres, estaba loca por Jason, lo deseaba con pasión. Mi hermano es capaz de salir con casi cualquiera que le apetezca. No, eso es un eufemismo. -Sid Matt pareció sorprendido de que conociera esa palabra-. Es capaz de irse a la cama con casi cualquiera que le apetezca. La mayoría de los chicos pensaría que es una vida de ensueño. -El cansancio cayó sobre mí como una espesa niebla-. Ahora se sienta en una celda.

– ¿Cree que otro hombre le ha preparado esto, que lo ha querido incriminar por el asesinato?

– Sí, lo creo. -Me incliné hacia delante, tratando de persuadir a aquel escéptico abogado por la fuerza de mi propia convicción-. Alguien que le tiene envidia, alguien que conoce su horario, que mata a estas mujeres cuando Jason está fuera del trabajo. Alguien que sabe que Jason había mantenido relaciones con estas chicas, y que conoce que le gusta grabarlo en cinta.

– Podría ser casi cualquiera -dijo su abogado con pragmatismo.

– Sí -reconocí con tristeza-. Incluso si Jason fuese lo bastante delicado como para no comentar con quién pasaba las noches, todo lo que tendría que hacer uno es ver con quién salía de un bar a la hora del cierre. Con ser observador, tal vez preguntarle por las cintas en una visita a su casa… -Mi hermano podía ser algo inmoral, pero no creía que hubiera enseñado aquellos vídeos a nadie más. Aun así, podía haberle contado a otros hombres que le gustaba grabar cintas-. Así que este hombre, quien quiera que sea, hace una especie de pacto con Amy, sabiendo que ella estaba loca por Jason. Puede que le dijera que iba a gastarle a Jason una broma pesada, o algo así.

– Su hermano no ha sido arrestado en ninguna ocasión anterior-observó Sid Matt.

– No. -Aunque en un par de veces había estado a punto, según afirmaba él mismo.

– No tiene antecedentes, es un miembro respetado de la comunidad, tiene un trabajo estable. Puede haber alguna posibilidad de que lo saque bajo fianza. Pero si huye, usted lo perderá todo.

Ni siquiera se me había ocurrido que Jason pudiera saltarse la fianza. No sabía nada de fianzas ni de cómo se preparaban, pero quería que Jason saliera de esa celda. De alguna manera, tener que estar en la cárcel hasta que se cumplieran los procesos legales anteriores al juicio… de algún modo, eso le haría parecer más culpable.

– Usted se enterará de todo lo necesario y me hará saber lo que tengo que hacer -afirmé-. Mientras tanto, ¿puedo ir a verlo?

– Él prefiere que no lo haga -dijo Sid Matt.

Eso me hizo mucho daño.

– ¿Por qué?-pregunté, tratando con todas mis fuerzas de no volver a echarme a llorar.

– Está avergonzado-explicó el abogado.

La idea de que Jason pudiera sentir vergüenza resultaba fascinante.

– Entonces -dije, tratando de seguir adelante, cansada de repente de esta reunión tan poco satisfactoria-, ¿me llamará cuando de verdad pueda hacer algo?

Sid Matt asintió, y la mandíbula le tembló un ápice por el movimiento. Lo incomodaba. Sin duda se alegraba de poder alejarse de mí.

El abogado se perdió en la distancia en su camioneta, incrustándose un sombrero de vaquero en la cabeza cuando aún podía verlo.

Cuando oscureció del todo salí a ver qué tal se encontraba Bubba. Estaba sentado debajo de un roble de los pantanos, con las botellas de sangre alineadas a ambos lados de su cuerpo, las vacías a uno y las llenas al otro.

Yo llevaba una linterna, y aunque sabía que el vampiro estaba allí, siguió siendo bastante impactante verlo a la luz del haz. Sacudí la cabeza. Era cierto que algo había ido muy mal cuando Bubba "resucitó", no cabía duda al respecto. Me alegré mucho de no poder leerle los pensamientos; tenía los ojos enloquecidos por completo.

– Ey, monada -dijo, con un acento sureño tan denso como el almíbar-. ¿Qué tal te va? ¿Vienes a hacerme compañía?

– Solo quería asegurarme de que estuvieras cómodo-dije.

– Bueno, se me ocurren otros lugares en los que estaría más cómodo, pero como eres la chica de Bill, no voy a comentártelos.

– Estupendo -dije con firmeza.

– ¿Hay algún gato por aquí? Estoy aburriéndome de manera soberana de esta cosa embotellada.

– No hay gatos. Seguro que Bill vuelve pronto y entonces podrás irte a casa.-Comencé a regresar hacia casa, sin sentirme lo bastante cómoda en presencia de Bubba para prolongar la conversación, si es que se la podía llamar así. Me pregunto qué pensamientos asaltarían a Bubba durante sus largas noches de vigilancia. ¿Recordaría su pasado?

– ¿Y qué ha pasado con el perro? -me dijo desde lejos.

– Se fue a casa-respondí, girándome por encima del hombro.

– Qué pena -dijo Bubba para sí, tan bajo que casi no lo oí. Me preparé para meterme en la cama. Vi la televisión, tomé algo de helado, e incluso piqué un pastelito de postre. Aquella noche no parecía funcionar ninguna de las cosas que habitualmente me tranquilizan. Mi hermano estaba en la cárcel, mi novio en Nueva Orleáns, mi abuela muerta y alguien había asesinado a mi gato. Me sentí sola y me autocompadecí sin parar.

A veces no tienes más remedio que dejarte llevar.

Bill no me devolvió la llamada, y eso añadió leña a la hoguera de mi tristeza. Seguro que había encontrado alguna furcia complaciente en Nueva Orleáns, o alguna colmillera como las que rodeaban el Blood cada noche con la esperanza de conseguir una "cita" con un vampiro.

Si fuera de las que beben, me habría emborrachado. Si fuera una mujer fácil, habría llamado al adorable JB du Rone y me hubiera acostado con él. Pero no soy tan dramática ni tan drástica, así que me limité a comer helado y ver películas antiguas que echaban por la tele. Por una de esas curiosas coincidencias, ponían Amor en Hawai.

Al final me fui a la cama alrededor de medianoche.

Un chillido al otro lado de la ventana de mi habitación me despertó. Me senté muy tiesa en el colchón. Oí golpetazos y ruidos sordos, y al final una voz que sin duda era la de Bubba, que gritaba:

– ¡Vuelve aquí, mamonazo!

Cuando no se oyó nada durante un par de minutos, me puse un albornoz y abrí la puerta principal. El patio, iluminado por la farola, estaba vacío. Entonces atisbé movimiento a la izquierda, y cuando saqué la cabeza por la puerta vi a Bubba que se arrastraba cansino de vuelta a su escondrijo.

– ¿Qué ha sucedido? -le pregunté en voz baja.

Bubba cambió de dirección y se acercó cabizbajo hacia el porche.

– Pues que algún hijoputa, si me permite, estaba rondando la casa-me explicó. Sus ojos castaños brillaban y se parecía más a su antiguo yo-. Lo he oído varios minutos antes de que llegara, y pensé que lo tenía, pero ha atajado a través de los árboles hasta la carretera, donde tenía estacionado un camión.

– ¿Has podido verlo?

– No lo suficiente para poder describirlo-dijo Bubba con pesar-. Conducía una camioneta, pero ni siquiera puedo decirle de qué color era. Estaba oscuro.

– Aun así, me has salvado -respondí, confiando en que la sincera gratitud que sentía se revelara en mi voz. Experimenté una oleada de cariño por Bill, que se había encargado de mi protección. Incluso Bubba parecía más aceptable que antes-. Gracias, Bubba.

– Oh, no tiene importancia -dijo con garbo, y por un momento se irguió, echó un poco atrás la cabeza, y con esa sonrisa adormilada en su rostro… era él. Abrí la boca para pronunciar su nombre, pero recordé la advertencia de Bill y la cerré.

Jason salió bajo fianza al día siguiente.

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[13]Una película de Elvis Presley. N. del T

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