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– ¿Qué habéis hecho con el gatito?

– Lo enterramos.

– ¿Fue eso idea tuya o del señor Compton?

– Mía. -¿Qué otra cosa podríamos haber hecho con Tina? -Puede que vayamos a desenterrarlo. Si tuviéramos la ligadura y el gato, quizá podríamos ver si el método de estrangulamiento coincide con el usado para matar a Dawn y Maudette -explicó con pereza.

– Lo siento. No se me ocurrió eso.

– Bueno, tampoco importa mucho sin la ligadura.

– De acuerdo, adiós. -Colgué, probablemente con algo más de fuerza de la que precisaba el aparato. Sam arqueó las cejas.

– Bud es un gilipollas -le dije.

– Bud no es mal policía -respondió Sam en voz baja-. Nadie de aquí está acostumbrado a asesinatos tan macabros.

– Tienes razón-reconocí tras unos instantes-. No he sido justa con él. Pero es que se empeñaba en repetir "ligadura" como si estuviera orgulloso de haber aprendido una palabra nueva. Lamento haberme enfadado con él.

– No tienes por qué ser siempre perfecta, Sookie.

– ¿Quieres decir que de vez en cuando puedo joderlo todo y no ser ni compasiva ni tolerante? Gracias, jefe. -Le sonreí, notando el toque irónico de mis labios, y bajé del borde de su mesa, a la que me había subido para hacer la llamada. Me estiré. Hasta que me fijé en que los ojos de Sam se perdían en mi cuerpo no volví del todo a la realidad-. ¡Al trabajo de nuevo! -dije con brusquedad, y salí con rapidez del cuarto, tratando de asegurarme de no contonear lo mínimo las caderas.

– ¿Te importaría quedarte con los niños un par de horas esta noche?-me preguntó Arlene con cierta timidez. Me acordé de la última vez que habíamos hablado de ese tema, y de la ofensa que me había causado su renuencia a dejar sus críos con un vampiro. En aquella ocasión no pensé como lo haría una madre; ahora Arlene trataba de disculparse.

– Estaré encantada. -Esperé a ver si Arlene mencionaba de nuevo a Bill, pero no lo hizo-. ¿Desde qué hora a qué hora?

– Bueno, Rene y yo vamos a ir al cine en Monroe-dijo-. ¿Digamos a las seis y media?

– Perfecto. ¿Ya habrán cenado?

– Oh, claro, les daré de comer antes. Les encantará ver a su tía Sookie.

– Lo estoy deseando.

– Gracias -dijo Arlene. Se detuvo, estuvo a punto de añadir algo más y después pareció pensárselo de nuevo-. Te veré a las seis y media.

Me marché a casa como a las cinco, y la mayor parte del camino tuve que conducir con el sol de cara, resplandeciente como si me mirara justo a mí. Me cambié y me puse un conjunto de manga corta azul y verde, de punto; me cepillé el pelo y me lo recogí con un clip con forma de plátano; y por último tomé un bocadillo sentada sola, incómoda, en la mesa de la cocina. La casa parecía grande y vacía, y me alegré al ver que Rene aparecía con Coby y Lisa.

– Arlene tiene problemas con una de sus uñas postizas-me explicó, con aspecto de avergonzarse de tener que transmitir un problema tan femenino-. Y Cobyy Lisa estaban ansiosos por venir.

Me fijé en que Rene todavía llevaba las ropas de trabajo: botas recias, cuchillo, sombrero y todo lo demás. Arlene no iba a dejar que la llevara a ninguna parte hasta que se diera una ducha y se cambiara.

Coby tenía ocho años y Lisa cinco, y enseguida estuvieron colgando de mí como enormes pendientes. Rene se inclinó para darles un beso de despedida, y su afecto por los niños hizo que le diera un diez en mi valoración personal. Le sonreí con aprobación y cogí a los niños de la mano, para llevarlos a la cocina en busca de algo de helado.

– Volveremos a por ellos más o menos a las diez y media u once -dijo-, si te viene bien. -Se apoyó en el picaporte.

– Claro-accedí. Estuve a punto de ofrecerme para quedármelos hasta el día siguiente, como había hecho en ocasiones anteriores, pero entonces pensé en el cuerpo fláccido de Tina y decidí que era mejor que no se quedaran esa noche.

Hice correr a los críos hacia la cocina, y uno o dos minutos después oí la vieja camioneta de Rene traqueteando mientras se alejaba por el camino.

Cogí a Lisa en brazos.

– ¡Casi ya no puedo levantarte, chiquilla, de lo grande que te estás haciendo! Y tú, Coby, ¿ya te afeitas? -Nos sentamos a la mesa durante más de treinta minutos mientras los niños comían helado y me ametrallaban con su lista de logros alcanzados desde la última vez que nos habíamos visto.

Entonces Lisa quiso leerme algo, así que traje un libro de colorear con los nombres de los colores y de los números impresos dentro, y me los leyó con cierto orgullo: Coby, por supuesto, tenía que demostrar que él podía leer mucho mejor, y después quisieron ver en la tele su programa favorito. Antes de darme cuenta, había anochecido.

– Mi amigo va a venir esta noche-les avisé-. Se llama Bill.

– Mamá nos ha contado que tienes un amigo especial-dijo Coby-. Espero que me guste. Será mejor que sea amable contigo.

– Oh, lo es-aseguré al niño, que se había estirado y sacaba pecho, dispuesto a defenderme si mi amigo especial no era lo suficientemente agradable según su baremo.

– ¿Te envía flores? -preguntó Lisa con romanticismo.

– No, todavía no. Tal vez puedas insinuarle que me gustaría que lo hiciera.

– Oooh. Claro, lo haré.

– ¿Ya te ha pedido que te cases con él?

– Bueno, no, pero yo tampoco se lo he pedido a él.

Como no podía ser de otro modo, Bill escogió ese momento para llamar a la puerta.

– Tengo compañía -le dije con una sonrisa al abrirle.

– Ya lo oigo -respondió. Le cogí de la mano y lo conduje hasta la cocina.

– Bill, este es Coby y esta jovencita es Lisa-dije con todo el protocolo.

– Estupendo, había estado deseando conoceros-respondió Bill, ante mi sorpresa-. Lisa y Coby, ¿os parece bien si hago compañía a vuestra tía Sookie?

Ellos lo miraron pensativos.

– En realidad no es nuestra tía -dijo Coby, tanteando la situación-. Solo es una buena amiga de nuestra mamá.

– ¿Es cierto eso?

– Sí, y dice que no le envías flores -añadió Lisa. Al fin su vocecita resultaba cristalina. Me alegré mucho de que Lisa hubiera superado su pequeño problema con las erres. De verdad. Bill me miró de reojo y me encogí de hombros.

– Ellos me han preguntado-dije con impotencia.

– Umm-respondió pensativo-. Tendré que corregir mis modales, Lisa. Gracias por recordármelo. ¿Cuándo es el cumpleaños de la tía Sookie, lo sabéis?

Noté queme sonrojaba.

– Bill-dije cortante-, déjalo ya.

– ¿Lo sabes, Coby? -le preguntó Bill al niño.

Coby sacudió la cabeza, pesaroso.

– Pero sí sé que es en verano, porque la última vez que mamá llevó a Sookie a comer a Shreveport por su cumpleaños, era verano. Estuvimos con Rene.

– Eres listo si recuerdas aquello, Coby-le dijo Bill.

– ¡Soy más listo que eso! Adivina lo que aprendí el otro día en la escuela. -Coby empezó a hablar por los codos.

Lisa estudió a Bill con mucha atención todo el tiempo que Coby estuvo hablando, y cuando su hermano terminó, dijo:

– Estás muy blanco, Bill.

– Sí -dijo- Es mi cutis natural.

Los críos se miraron el uno al otro. Deduje que decidieron que "cutis natural" era una enfermedad y que no sería educado hacer más preguntas. De vez en cuando los niños muestran cierto tacto.

Bill, alprincipio un poco tenso, se encontró cada vez más cómodo según avanzaba la noche. A las nueve yo ya hubiera reconocido que estaba agotada, pero cuando Arlene y Rene vinieron a recogerlos a las once él todavía aguantaba el ritmo de los niños.

Presenté a Bill a mis amigos, y se dieron la mano de una manera del todo normal. En ese momento llegó otra visita.

Un hermoso vampiro de denso pelo negro, peinado con un difícil estilo ondulado, apareció de entre los árboles mientras Arlene subía a los críos al camión y Rene y Bill charlaban. Bill saludó de pasada al vampiro y este alzó la mano como respuesta, uniéndose a Bill y a Rene como si lo hubieran estado esperando.

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