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El sexo con él no se podía calificar menos que de magnífico. Nunca había pensado que pudiera ser tan maravilloso. Y nadie se metería conmigo mientras fuera la novia de Bill. Todas las manos que me habían dado caricias sin que yo lo quisiera ahora permanecían en los bolsillos de sus dueños. Y si la persona que había matado a mi abuela lo había hecho porque ella se lo encontró mientras esperaba a que yo viniera, ya no volvería a intentarlo conmigo.

Y con Bill podía relajarme, un lujo tan estupendo que era incapaz de ponerle precio. Mi cerebro podía vagar a voluntad, y no descubriría nada que él no quisiera contarme.

Eso era todo.

Me encontraba en esa especie de estado contemplativo cuando bajé los escalones de la casa de Bill hacia mi coche.

No me esperaba encontrar allí a Jason sentado en su camioneta. No fue lo que se dice una situación agradable. Caminé con lentitud hasta su ventanilla.

– Así que es cierto -dijo. Me pasó un café en vaso de espuma de poliestireno del Grabbit Kwik-. Sube al camión conmigo.

Me subí, agradecida por el café pero todavía cautelosa. Alcé la guardia de inmediato; regresó a su posición con lentitud y dolor, fue como tener que volver a ponerse una faja que ya era demasiado prieta.

– No soy quién para decir nada-me dijo-, no después de la vida que he llevado en estos últimos años. Por lo que yo sé, es el primero, ¿no es verdad? -Asentí-. ¿Te trata bien?-Asentí de nuevo-. Tengo algo que contarte.

– De acuerdo.

– Anoche mataron al tío Bartlett.

Me quedé mirándolo. El vapor del café se elevaba entre nosotros dos mientras le quitaba la tapa a la taza.

– Está muerto -repetí, tratando de asimilarlo. Me había esforzado mucho en no pensar nunca en él, y he aquí que hablaba de él y lo siguiente que oía es que estaba muerto.

– Sí.

– Guau. -Miré por la ventanilla hacia la luz rosada del horizonte. Sentí una oleada de… libertad. La única persona que recordaba lo ocurrido además de mí, la única que lo había disfrutado, que había insistido hasta el final en que yo había iniciado y proseguido las asquerosas actividades que él encontraba tan gratificantes… estaba muerto. Respiré hondo.

– Espero que esté en el infierno -dije-. Espero que cada vez que piense en lo que me hizo, un demonio le pinche el culo con un tridente.

– ¡Cielo santo, Sookie!

– Nunca se metió contigo.

– ¡Pues claro que no!

– ¿Qué insinúas?

– ¡Nada, Sookie! ¡Pero que yo sepa nunca molestó a nadie aparte de ti!

– Y una mierda. También abusó de la tía Linda.

El rostro de Jason se quedó blanco de la impresión. A1 fin había logrado hacer que mi hermano comprendiera.

– ¿La abuela te lo contó?

– Sí.

– A mí nunca me dijo nada.

– La abuela sabía que era duro para ti no poder verlo de nuevo, cuando estaba claro que lo querías. Pero no podía dejarte solo con él, porque no le era posible estar al cien por cien segura de que solo le interesaran las niñas.

– Lo he visto algunas veces desde hace un par de años, más o menos.

– ¿En serio? -eso sí que no lo sabía. Tampoco debía de saberlo la abuela.

– Sookie, era un anciano. Estaba muy enfermo. Tenía problemas de próstata y se encontraba muy débil, y tenía que usar un andador.

– Eso habrá tenido que serle toda una molestia a la hora de perseguir niñas de cinco años.

– ¡Déjalo!

– ¡Sí, claro! ¡Como si pudiera! -Nos miramos el uno al otro desde ambos lados del asiento del camión-. Entonces, ¿qué le ha pasado? -pregunté por último, reluctante.

– Un ladrón entró anoche en su casa.

– ¿Sí? ¿Y?

– Y le rompió el cuello. Lo tiró por las escaleras.

– Vale, ahora ya lo sé. Me voy a casa. Tengo que ducharme y prepararme para el trabajo.

– ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

– ¿Y qué más puedo decir?

– ¿No quieres saber nada del funeral?

– No.

– ¿Ni de su testamento?

– No.

Levantó las manos.

– De acuerdo-dijo, como si hubiera estado discutiendo de algún asunto muy serio conmigo y se diera cuenta de que yo era intratable.

– ¿Qué más? ¿Hay algo?

– No, solo que tu tío abuelo se ha muerto. Pensé que era suficiente.

– Y tienes razón -dije, abriendo la puerta del camión y bajándome de él-, es suficiente-le pasé el vaso-. Gracias por el café, hermano.

Hasta que llegué al trabajo no caí en la cuenta.

Estaba secando unos vasos, sin pensar conscientemente en el tío Bartlett, y de repente se me fue toda la fuerza de los dedos.

– Jesucristo y todos los apóstoles-susurré, contemplando las astillas de vidrio junto a mis pies-. Bill ha hecho que lo maten.

No sé cómo estaba tan segura, pero el caso es que lo estaba, desde el mismo instante en que la idea se me había cruzado por la cabeza. Puede que oyera a Bill marcar el teléfono mientras estaba medio dormida. O puede que la expresión del rostro de Bill cuando terminé de contarle lo del tío Bartlett dispararse una alarma silenciosa en mi interior.

Me pregunté si Bill pagaría al otro vampiro con dinero o le compensaría en especie.

Realicé mi jornada laboral estupefacta. No podía hablar con nadie de lo que estaba pensando, no podía ni decir que estaba enferma sin que nadie me preguntara qué me ocurría, así que no dije nada, me limité a trabajar. Desconecté de todo excepto del siguiente pedido que tenía que servir. Conduje hasta casa tratando de estar igual de aislada, pero cuando estuve sola tuve que enfrentarme a los hechos.

Me quedé helada.

Ya sabía, en el fondo lo sabía, que Bill había matado a un humano o dos durante su larga, larga vida. Cuando era un vampiro joven, cuando necesitaba mucha cantidad de sangre, antes de que tuviera el control necesario de sus impulsos para sobrevivir con un trago aquí, un sorbo allá, sin llegar a matar a las personas de las que bebía. Él mismo me había dicho que había dejado algún cadáver a su paso. Y había matado a los Rattray. Pero ellos hubieran acabado conmigo aquella noche detrás de Merlotte's, sin lugar a dudas, si Bill no hubieraintervenido.Me sentía inclinada de manera natural a perdonarle aquellas muertes.

¿En qué era diferente el asesinato del tío Bartlett? También me había hecho daño, de un modo terrible; había convertido mi infancia, ya de por sí difícil, en una auténtica pesadilla. ¿Acaso no me había sentido aliviada, incluso contenta, de enterarme de que habían encontrado su cadáver? ¿No se debía mi horror ante la intervención de Bill a una hipocresía de la peor especie?

Sí. ¿No? Agotada e increíblemente confundida, me senté en los escalones de mi casa y esperé en medio de la oscuridad, abrazándome las rodillas. Los grillos cantaban entre las altas hierbas cuando él llegó, como siempre con tanta rapidez y silencio que no pude oírle. En un momento dado estaba sola en la noche, y al instante siguiente Bill se sentaba en los escalones junto a mí.

– ¿Qué quieres hacer esta noche, Sookie? -Su brazo me rodeó.

– Oh, Bill-mi voz estaba cargada de tristeza. Dejó caer el brazo. No lo miré a la cara, y de todos modos no podría haber visto nada en la oscuridad-. No deberías haberlo hecho.

Al menos no trató de negarlo.

– Me alegro de que esté muerto, Bill -añadí-. Pero no puedo…

– ¿Crees que podría hacerte daño, Sookie? -su voz era serena y crujiente, como unos pies que caminaran sobre hierba seca.

– No, aunque suene extraño no creo que me llegaras a hacer daño, incluso aunque te pusieras de verdad furioso conmigo.

– ¿Entonces…?

– Es como salir con el Padrino, Bill. Ahora me da miedo decir cualquier cosa delante de ti. No estoy acostumbrada a que mis problemas se resuelvan de esa manera.

– Te amo.

Nunca antes me lo había dicho, y casi podría haber sido solo mi imaginación, de lo baja y susurrante que fue su voz.

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