Bill rodeó el cuello de la botella con un dedo y echó un trago. Traté de no mirar, pero no lo logré. Desde luego, él se fijó en la cara que puse y sacudió la cabeza.
– Esta es la realidad, Sookie-dijo-, necesito vivir.
Tenía restos rojos entre los dientes.
– Por supuesto-dije, tratando de reproducir el tono pragmático del camarero. Respiré hondo-. ¿Crees que quiero morir, ya que he venido aquí contigo?
– Creo que quieres descubrir por qué otras personas están muriendo -respondió, aunque no me quedó muy claro que fuera lo que de verdad pensaba.
Me parece que Bill aún no se había dado cuenta de que su propia situación personal era precaria. Di unos sorbos a mi bebida y sentí la reconfortante calidez de la ginebra recorrer mi cuerpo.
Una colmillera se acercó al reservado. He de reconocer que yo quedaba medio escondida tras el cuerpo de Bill, pero todos me habían visto entrar con él. La chica era delgada y de pelo ensortijado, y se guardó las gafas en el bolso mientras se aproximaba. Se inclinó sobre la mesa para situar su boca apenas a cinco centímetros de la de Bill.
– Hola, chico peligroso -dijo, tratando de imitar una voz seductora. Tapó la botella de sangre de Bill con una uña pintada de escarlata-, yo tengo el producto genuino. -Se acarició el cuello para asegurarse de que él lo pillaba.
Respiré muy hondo para controlar mi furia. Había sido yo la que había invitado a Bill a ir a aquel local, no al revés, así que no podía inmiscuirme en lo que él decidiera hacer allí, aunque me invadió una imagen mental sorprendentemente nítida en la que estampaba la huella de una bofetada en la pecosa cara de aquella fresca. Me quedé del todo inmóvil para no darle a Bill pistas de lo que me gustaría que hiciera.
– Tengo compañía -dijo Bill con educación.
– Ella no tiene marcas de mordiscos en el cuello-indicó la chica, reconociendo mi presencia con una mirada desdeñosa. Lo mismo podría haber dicho "¡Gallina!" y agitado los brazos como si fueran alas. Me pregunté si resultaría visible el vapor que me salía de las orejas.
– Tengo compañía-dijo Bill de nuevo, aunque su tono no fue esta vez tan educado.
– No sabes lo que te estás perdiendo-insistió ella, con sus grandes ojos claros resplandeciendo por la furia.
– Sí lo sé.
Se retiró con tanta precipitación como si se hubiera llevado de verdad la bofetada que deseaba darle, y marchó dando tumbos hasta su mesa.
Para mi disgusto, solo fue la primera de cuatro. Esas personas, hombres y mujeres, querían intimar con un vampiro y no les daba vergüenza demostrarlo. Bill los despachó a todos con sereno aplomo.
– No dices nada-comentó, después de que un hombre de cuarenta años se marchara llorando literalmente ante el rechazo de Bill.
– No tengo nada que decir-repliqué, con gran autocontrol.
– Podrías haberlos mandado a paseo. ¿Quieres que te deje sola? ¿Hay alguien más que te atraiga? A Sombra Larga, el de la barra, le encantaría pasar un rato contigo, te lo puedo asegurar.
– ¡Oh, por el amor de Dios, no! -No me hubiese sentido a salvo con ninguno de los otros vampiros del bar, me aterraba que fueran como Liam o Diane. Bill había vuelto sus ojos oscuros hacia mí y parecía esperar que añadiera algo más-. Aunque tendré que preguntarles si vieron por aquí a Maudette o a Dawn.
– ¿Quieres que te acompañe?
– Por favor-dije, y parecí más asustada de lo que pretendía. Hubiese preferido que sonara como si fuera un placer tenerle a mi lado.
– Ese vampiro de ahí es atractivo, y ya te ha mirado dos veces -dijo. Casi me pareció que él también se estaba mordiendo un poco la lengua.
– Estás burlándote de mí-respondí tras un instante, insegura.
El vampiro que me señalaba Bill era desde luego atractivo. De hecho era radiante: rubio, ojos azules, alto y de anchos hombros. Llevaba puestos unos vaqueros, un chaleco y botas, y nada más. Se parecía a los hombres de las portadas de las novelas rosas. Me dio miedo hasta el tuétano.
– Se llama Eric -dijo Bill.
– ¿Cuántos años tiene?
– Muchos. Es el ser más anciano de este bar.
– ¿Es malo?
– Todos somos malos, Sookie. Somos muy fuertes y muy violentos.
– Tú no -dije. Vi que hacía una mueca-. Quieres vivir integrado, no vas a hacer nada antisocial.
– Justo cuando pienso que eres demasiado ingenua para andar sola por la calle, dices algo sagaz -comentó, con una breve carcajada-. Muy bien, vayamos a ver a Eric.
Eric, que sí había mirado en mi dirección una o dos veces, se sentaba con una vampira tan hermosa como él. Ya habían rechazado varios intentos de acercamiento por parte de humanos. De hecho, un joven perdidamente enamorado se había arrastrado por el suelo y besado las botas de la vampira, la cual lo miró y le dio una patada en el hombro. Estaba claro que para ella había sido todo un esfuerzo no patearle la cara. Los turistas se estremecieron y una pareja se levantó y salió de modo apresurado, pero los colmilleros parecieron considerar la escena como algo normal.
Cuando nos acercamos, Eric alzó la mirada y frunció el ceño hasta que se dio cuenta de quiénes eran los nuevos intrusos.
– Bill-dijo con un asentimiento. Al parecer, los vampiros no se dan la mano:
En vez de dirigirnos directamente a su mesa, Bill permaneció a cierta distancia. Como me sujetaba el brazo por encima del codo, yo también tuve que detenerme. Parecía ser la distancia de cortesía entre aquella gente.
– ¿Quién es tu amiga?-preguntó la vampira. Aunque Eric tenía un ligero acento, esta mujer hablaba americano puro, y su cara redonda y sus rasgos suaves hubieran sido el orgullo de una lechera. Sonrió y sus colmillos salieron al exterior, arruinando un tanto esa imagen.
– Hola, soy Sookie Stackhouse-respondí de manera educada.
– ¿No es una dulzura?-señaló Eric, y confié en que hablara de mi carácter.
– No tanto-dije.
Eric me miró sorprendido durante un momento. Después se rió, y lo propio hizo la vampira.
– Sookie, esta es Pam y yo soy Eric -anunció el vampiro rubio. Bill y Pam se ofrendaron el uno al otro el asentimiento vampírico.
Hubo una pausa. Yo hubiera dicho algo, pero Bill me apretaba el brazo con fuerza.
– A mi amiga Sookie le gustaría haceros un par de preguntas -declaró.
La pareja de vampiros sentados intercambió miradas aburridas. Pam dijo:
– ¿Como qué longitud tienen nuestros colmillos y en qué clase de ataúd dormimos? -Su tono se entremezclaba con el desdén. Seguro que esa era la clase de preguntas que les hacían los turistas.
– No, señora -respondí. Ojalá Bill no me pellizcara tanto. En mi opinión, estaba siendo serena y cortés.
La vampira me miró con curiosidad. ¿Qué era lo que resultaba tan interesante? Ya me empezaba a cansar de aquello. Antes de que Bill pudiera darme más indicaciones dolorosas abrí el bolso y saqué las fotos.
– Me gustaría saber si han visto a alguna de estas mujeres en este bar. -No iba a sacar la foto de Jason con esa vampira presente, sería como poner un cuenco de leche delante de un gato.
Miraron las fotos. A Bill se le quedó la cara blanca. Eric me miró.
– He estado con esta-dijo con tranquilidad, señalando la foto de Dawn-. Le gustaba el dolor.
Pam se sorprendió de que Eric me respondiera, lo deduje por el movimiento de sus cejas. De algún modo, se sintió obligada a seguir su ejemplo.
– Las he visto a las dos, aunque nunca he estado con ellas. Esta -movió su dedo sobre la imagen de Maudette- era una criatura patética.
– Muchísimas gracias, no les robaré más de su tiempo-dije. Traté de girarme para irme, pero Bill todavía sostenía mi brazo.
– Bill, ¿estás muy unido a tu amiga? -preguntó Eric.
El significado de la frase tardó un segundo en calarme. Eric el Cachas estaba preguntando si me podía tomar prestada.
– Es mía-dijo Bill, aunque no lo rugió como hizo ante los desagradables vampiros de Monroe. Aun así sonó bastante convincente.