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Sam regresó hacia las dos, irradiando calor y con el sudor cayéndole por la frente por permanecer tanto tiempo en el patio sin sombras delante de la escena del crimen. Me dijo que Andy Bellefleur le había dicho que volvería pronto para hablar conmigo..

– No sé por qué-dije, tal vez con algo de hosquedad-, yo nunca iba con Dawn. ¿Qué le ocurrió, te lo han dicho?

– La estrangularon después de darle una pequeña paliza -explicó Sam-. Pero también tenía viejas marcas de dientes. Como Maudette.

– Hay muchos vampiros, Sam -dije, respondiendo a su comentario sin necesidad de que lo planteara.

– Sookie-su tono era sereno y lleno de seriedad. Me hizo recordar el modo en que había sostenido mi mano en casa de Dawn, y entonces pensé en cómo me había expulsado de su mente al descubrir que lo estaba sondeando, sabía cómo mantenerme fuera-, cariño, Bill es un buen tipo para ser vampiro, pero sencillamente no es humano.

– Cielo, tú tampoco -le dije, en voz muy baja pero con claridad. Y le di la espalda, no queriendo admitir de modo exacto por qué estaba tan enfadada con él, pero deseando de todos modos que él lo supiera.

Trabajé como una negra. Fuesen cuales fuesen sus defectos, Dawn era una camarera eficiente y Charlsie no podía mantenerse a la altura. Ponía toda su voluntad, y yo estaba segura de que lograría hacerse con el ritmo del bar, pero durante aquella noche Arlene y yo tuvimos que cargar con parte de su trabajo. Aquella tarde y noche gané un montón de dinero en propinas, porque la gente se enteró de que había sido yo la que había descubierto el cuerpo. Mantuve una expresión solemne y seguí adelante, sin querer ofender a unos clientes que solo querían enterarse de algo, como todos los demás del pueblo.

De camino a casa, me permití un breve descanso. Estaba agotada, y lo último que esperaba ver, después de girar por la pequeña entrada y seguir por el caminillo entre los árboles que llevaa nuestra casa, era a Bill Compton. Se recostaba contra un pino, esperándome. Pasé junto a él, casi decidida a no detenerme. Pero al final me detuve un poco más lejos.

Me abrió la puerta. Sin mirarlo a los ojos, salí del coche. Parecía encontrarse cómodo en la noche, de una manera que yo nunca alcanzaría a compartir. Había demasiados tabúes infantiles sobre la noche, la oscuridad y las cosas que moraban en ella.

Y ahora que lo pensaba, Bill era una de esas cosas. No tenía nada de raro que él se sintiera tan cómodo.

– ¿Vas a estar toda la noche mirándote los pies, o piensas hablarme?-dijo en una voz que era poco más que un susurro.

– Ha sucedido algo que deberías saber.

– Cuéntame. -Estaba tratando de hacerme algo, podía sentir su poder cerniéndose sobre mí, pero no le hice caso. Él suspiró.

– No puedo seguir de pie-dije con cansancio-. Sentémonos en el suelo o en cualquier parte. Tengo los pies destrozados. En respuesta, me cogió en brazos y me subió al techo del coche. Él se quedó de pie delante de mí, cruzado de brazos y aguardando de manera muy obvia.

– Cuéntame.

– Dawn ha sido asesinada. Igual que Maudette Pickens.

– ¿Dawn?

De repente me sentí un poco mejor.

– La otra camarera del bar.

– ¿La pelirroja, la que ha estado casada tantas veces?

Me sentí mucho mejor.

– No, la morena, la que no dejaba de chocar contra tu mesa con sus caderas para que te fijaras en ella.

– Ah, esa. Vino a mi casa.

– ¿Dawn? ¿Cuándo?

– Después de que tú te fueras la otra noche, la misma que los otros vampiros estuvieron aquí. Tuvo suerte de que no la vieran, estaba muy segura de su capacidad para manejar cualquier situación.

Lo miré a la cara.

– ¿Por qué tuvo suerte? ¿No la habrías protegido tú?

Los ojos de Bill resultaban del todo oscuros bajo la luz de la luna.

– No lo creo-dijo.

– Eres…

– Soy un vampiro, Sookie. No pienso como tú, no me preocupo de manera automática por la gente.

– Pero a mí sí me protegiste.

– Tú eres diferente.

– ¿Sí? Soy una camarera, como Dawn. Vengo de una familia sencilla, como Maudette. ¿Qué es lo diferente?

Uno de sus gélidos dedos me tocó la frente.

– Diferente -dijo-. No eres como nosotros, pero tampoco como ellos.

Sentí una oleada tan intensa de ira que era casi divina. Lo empujé y lo pegué, una idea estúpida. Era como golpear un camión acorazado. En un abrir y cerrar de ojos me levantó del coche y me apretó contra su cuerpo, reteniéndome las manos en los costados con uno de sus brazos.

– ¡No! -grité. Di patadas y me debatí, pero más me hubiera valido conservar la energía. Por último me dejé caer sobre él. Tenía el aliento agitado, igual que él, aunque no creo que por las mismas razones.

– ¿Por qué crees que necesitaba saber lo de Dawn? -sonaba tan razonable que parecía como si la pelea no hubiera tenido lugar.

– Bueno, Sr. Amo de las Tinieblas-dije furiosa-, Maudette tenía marcas antiguas de mordiscos en sus muslos, y la policía le dijo a Sam que Dawn también tenía esas señales.

Si se puede calificar el silencio, aquel fue reflexivo. Mientras Bill meditaba, o lo que hagan los vampiros, su abrazo se aflojó. Empezó a acariciarme la espalda con una mano, de manera distraída, como si yo fuese un cachorrillo lloriqueante.

– Por lo que dices, parece que no han muerto por esos mordiscos.

– No, estranguladas.

– Entonces no ha sido un vampiro -su tono no dejaba lugar a dudas.

– ¿Y por qué no?

– Si un vampiro se hubiera alimentado de esas mujeres, hubieran muerto por falta de sangre en vez de estranguladas. Ninguno hubiera dejado que se desperdiciase así su líquido.

Justo cuando empezaba a sentirme de nuevo cómoda con Bill, tenía que decir algo tan frío, tan vampírico, y volvía a enfurecerme.

– Entonces -dije con inquina-, o tenéis un vampiro ingenioso con gran autocontrol, o alguien está decidido a matar mujeres que han estado con vampiros.

– Umm.

Yo desde luego no me sentía muy tranquila con cualquiera de las posibilidades.

– ¿Crees que lo he hecho yo? -preguntó Bill.

La pregunta me pilló por sorpresa. Me revolví en su abrazo inmovilizante para poder mirarlo a la cara.

– Te has tomado grandes molestias en señalar lo desalmado que eres en el fondo-le recordé-. ¿Qué quieres que crea?

Y era tan maravilloso no saberlo… Casi sonreí.

– Podría haberlas matado, pero no lo haría aquí ni ahora – dijo Bill. Bajo la luz de la luna su rostro no poseía color alguno, salvo los profundos pozos oscuros de sus ojos y los arcos de sus cejas-. Quiero quedarme aquí, quiero una casa. -Un vampiro, añorando el hogar. Bill comprendió mi expresión-. No te compadezcas de mí, Sookie. Eso sería un error-parecía intentar que lo mirara a los ojos.

– Bill, no puedes usar el glamour o lo que quiera que sea conmigo. No puedes hechizarme para que me baje la camiseta y te deje morderme, no puedes convencerme de que nunca has estado aquí, no puedes hacer nada de lo que sueles hacer. Tendrás que ser natural conmigo, o forzarme.

– No -dijo, con su boca casi sobre la mía-, no te forzaré.

Luché contra el impulso de besarlo. Pero al menos sabía que era mi propio impulso, no uno artificial.

– Pues si no fuiste tú-dije, tratando de ceñirme al asunto-, entonces Maudette y Dawn conocían a otro vampiro. Maudette acudía a ese bar de vampiros de Shreveport. Puede que Dawn también. ¿Me llevarás allí?

– ¿Por qué? -preguntó, con aparente curiosidad.

No podía explicarle lo que era sentirse en peligro a alguien tan acostumbrado a estar más allá de él. Al menos por la noche.

– No estoy segura de que Andy Bellefleur vaya hasta el final -mentí.

– Así que todavía quedan Bellefleur por aquí-dijo, y había algo nuevo en su voz. Sus brazos hicieron fuerza sobre mi cuerpo casi hasta hacerme daño.

– Sí -dije-, montones de ellos. Andy es detective de policía. Su hermana, Portia, es abogada. Su primo Terry es veterano de guerra y camarero. Sustituye a Sam. Hay muchos más.

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